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sábado, 17 de julio de 2010

PLENITUD DE VIDA, SALUD Y VIGOR DEL CUERPO I - Rodolfo W. Trine

PLENITUD DE VIDA, SALUD
Y VIGOR DEL CUERPO - I

Del libro: EN ARMONÍA CON EL INFINITO por RODOLFO WALDO TRINE

Dios es Espíritu de infinita vida. Si de ella nos hacemos partícipes
y nos abrimos por completo a su divino flujo, se refleja en la vida orgánica
más de lo que a primera vista parece. Es evidente que la vida de
Dios está exenta de todo mal por su propia naturaleza; por lo tanto no
puede padecer mal alguno el cuerpo donde esta vida entre libremente
y del cual libremente fluya.
Hemos de reconocer, por lo que a la vida física se refiere, el principio
de que toda vida surge de dentro a afuera; principio expresado por la
inmutable ley que dice: “Tal causa, tal efecto; así lo interior, así lo exterior”.
En otros términos: las fuerzas del pensamiento, los estados de la
mente, las emociones: todo influye en el cuerpo humano.
Alguien dirá: “Oigo muchas cosas referentes a los efectos de la
mente en el organismo, pero no puedo creer en ellas”.
¿Cómo no? Cuando os dan repentinamente una mala noticia,
palidecéis, tembláis y tal vez os sobreviene un síncope. Sin embargo,
por el conducto de la mente os a llegado la noticia.
Un amigo, en las expansiones de la mesa, os molesta con alguna
inconveniencia que lastima vuestro amor propio. Desde aquel momento
perdéis el apetito, aunque hasta entonces hayáis estado alegres
y decidores. Las mortificantes palabras del imprudente amigo os
han afectado por conducto de la mente.
En cambio, ved a ese joven que arrastra los pies y tropieza con los
más leves obstáculos del camino. ¿Cómo así? Sencillamente porque
su mente es flaca, porque es idiota. En otros términos: la debilidad de la
mente es causa de la del cuerpo. Quien tiene la cabeza firme, tiene
también firmes los pies; y quien no tiene seguras las ideas tampoco
podrá asegurar los pasos.
De nuevo os veis en inopinado aprieto. Estáis temblando y vaciláis
de miedo.
¿Por qué no tenéis fuerza para moveros? ¿Por qué tembláis? ¡Y
todavía creéis que la mente no influye en el organismo!
Os domina un arrebato de cólera. Pocas horas después os quejáis
de fuerte dolor de cabeza. ¡Y todavía os parecerá imposible que
las ideas y las emociones influyan en el organismo!
Hablaba yo del tedio con un amigo, quien me dijo: “Mi padre es
muy propenso al tedio”. Yo le respondí: ’Vuestro padre no está sano ni
es fuerte, vigoroso, o robusto y activo”. Y entonces pasé a describirle
más por completo el temperamento de su padre y las conturbaciones
que le asaltaban. Miróme él con aire de sorpresa y dijo: -¿Conoce usted
a mi padre? -No, le respondí. -Pues entonces, ¿cómo puede usted describir
tan minuciosamente el mal que le aflige? -Usted acaba de revelarme
que su padre es muy propenso al tedio y con ello indicaba la causa;
yo me contraje a relacionar con esta causa sus peculiares efectos al
describir el temperamento del enfermo.
El miedo y el tedio obstruyen de tal modo las vías del cuerpo,
que las fuerzas vitales fluyen por ellas tardía y perezosamente. La
esperanza y el sosiego desembarazan las vías del cuerpo de tal suerte,
que las fuerzas vitales recorren un camino que rara vez el mal puede
sentar la planta.
No ha mucho tiempo revelaba una señora a un amigo mío, cierto
grave mal que padecía. Mi amigo, coligiendo de ello que entre esta señora
y su hermana no debían ser las relaciones muy cordiales, después de
escuchar atentamente la explicación del mal, miró fijamente a la señora y
con enérgico aunque amistoso acento le dijo: “Perdonad a vuestra hermana”.
La señora, sorprendida, respondió: “No puedo perdonarla”. “Pues
entonces -replicó él- guardaos la rigidez de vuestras articulaciones y la
croniquez de vuestro reuma”.
Pocas semanas después volvióla a ver mi amigo. Con ligero paso
acercóse ella a él y le dijo: “Seguí vuestro consejo. He visto a mi hermana,
y le he perdonado. Volvemos a estar en buena amistad. No sé cómo es
que desde el día en que nos reconciliamos fue haciéndose menos tenaz
mi dolencia, y hoy ya no queda ni rastro de aquellos alifafes. Mi hermana
y yo hemos llegado a ser tan excelentes amigas, que difícilmente podríamos
estar mucho tiempo separadas”. Otra vez sigue el efecto a la causa.
Hemos comprobado varios casos, como, por ejemplo, el de un
niño de pecho que murió al poco tiempo de haber tenido su madre un
gravísimo disgusto mientras lo amamantaba. Las ponzoñosas
secreciones del organismo, alterado por la emoción, habían envenenado
la leche de sus pechos. En otras ocasiones parecidas, no llegó a
sobrevenir la muerte, pero la criatura tuvo convulsiones y graves desarreglos
intestinales.
Un conocido fisiólogo ha comprobado muchas veces el siguiente
experimento: En un gabinete de elevada temperatura colocó a varios
individuos acometidos por emociones diversas, unos por el miedo, otros
por la ira, algunos por la tristeza. El experimentador recogió una gota de
sudor que bañaba la epidermis de cada uno de estos hombres, y por
medio de un escrupuloso análisis químico pudo conocer y determinar la
peculiar emoción de que cada cual estaba dominado. El mismo resultado
práctico dio el análisis de la saliva de cada uno de aquellos individuos.
Un notable autor norteamericano, discípulo de una de las mejores
escuelas médicas de los Estados Unidos, que ha hecho profundos
estudios de las fuerzas constructivas del organismo humano y de las
que lo destruyen y descomponen, dice: “La mente es el natural protector
del cuerpo... Todo pensamiento propende a multiplicarse, y las
horribles imaginaciones de males y vicios de toda clase producen en
el alma lepra y escrófulas que se reproducen en el cuerpo. La cólera
transforma las propiedades químicas de la saliva en ponzoña dañina
para la economía del organismo.
“Bien sabido es que un repentino y violento disgusto no sólo ha
debilitado el corazón en pocas horas, sino que ha producido la locura
y la muerte. Los biólogos han descubierto gran diferencia química entre
la transpiración ordinaria y el sudor frío de un criminal acosado por
la profunda idea del delito; y algunas veces puede determinarse el
estado del ánimo y de la mente por el análisis químico de la transpiración
de un criminal, cuyo sudor toma un característico tinte rosáceo
bajo la acción del ácido selénico.
“Sabido es también que el miedo ha ocasionado millares de víctimas,
mientras que por otra parte el valor robustece y vigoriza el organismo.
La cólera de la madre puede envenenar a un niño de pecho.
“Rarey, el famoso domador de potros, afirma que una interjección
colérica puede producir en un caballo hasta cien pulsaciones por
minuto. Y si esto ocurre en un pulso tan fuerte como el de un caballo,
¿qué sucederá en el de un niño de pecho?
“El excesivo trabajo mental produce a veces náuseas y vómitos.
La cólera violenta o el espanto repentino pueden ocasionar ictericia;
un paroxismo de ira tuvo muchas veces por efecto la apoplejía y la
muerte y en más de un caso, una sola noche de tortura mental bastó
para acabar con una vida.
“La pesadumbre, los celos, la ansiedad y el sobresalto continuados
propenden a engendrar la locura. Los malos pensamientos y los
malos humores son la natural atmósfera de la enfermedad, y el crimen
nace y medra entre los miasmas de la mente”.
De todo esto podemos inferir la verdad capital, hoy científicamente
demostrada, de que los estados mentales, las pasiones de ánimo
y las emociones tienen peculiar influencia en el organismo y ocasionan
cada cual a su vez una forma morbosa particular y propia que
con el tiempo llega a ser crónica.
Digamos ahora algo sobre el modo de realizarse esta nociva influencia.
Si una persona queda momentáneamente dominada por una
pasión de cólera, perturba su economía física, lo que con verdad pu-
diéramos llamar una tempestad orgánica, que altera, mejor dicho, corroe,
los normales, saludables y vivificantes humores del cuerpo, los
cuales, en vez de cooperar al natural funcionamiento del organismo, lo
envenenan y destruyen. Y si esta perturbación se repite muchas veces,
acumulando sus perniciosas influencias, acaba por establecer un
especial régimen morboso que a su vez llega a hacerse crónico. Por el
contrario, los efectos opuestos tales como docilidad, amor, benevolencia
y mansedumbre propenden a estimular saludables, depurativas y
vivificantes secreciones. Todas las vías orgánicas quedan desembarazadas
y libres y las fuerzas vitales fluyen sin obstáculo por ellas,
frustrando con su enérgica actividad los ponzoñosos y nocivos efectos
de las contrarias.
Un médico va a visitar a un enfermo. No le receta medicina, y sin
embargo, sólo por la visita mejora el paciente. Es que el médico llevaba
consigo el espíritu de salud, la alegría del ánimo, la esperanza, e
inundó con ellas la alcoba, ejerciendo sutil, pero poderosa influencia
en la mente del enfermo. Y esta condición moral, comunicada por el
médico, obró a su vez en el cuerpo del paciente sanándolo por mental
sugestión.
Así conozco
que cuanto es apacible y placentero
mantiene de consuno cuerpo y alma;
y la más dulce emoción que el hombre siente
es la esperanza;
bálsamo y licor de vida a un tiempo
que el espíritu calma.
Algunas veces hemos oído a personas de salud quebrantada
decirles a otros: “Siempre que usted viene me siento mejor”. Hay una
razón científica que corrobora el adagio: “La lengua del sabio es salud”.
El poder de la mente humana que se refiere, es el más admirable
y curioso campo de estudio, pues por su medio se pueden actualizar
poderosas y sorprendentes fuerzas.

***
452 - JOYAS ESPIRITUALES - 02/00 - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY

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