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lunes, 14 de enero de 2013

SI SE ENOJAN, NO PEQUEN





SI SE ENOJAN, NO PEQUEN

por Carlos Rey

Primero fue un gato. Voló por los aires desde un quinto piso en Nueva York. Al caer al suelo, no le valieron para nada sus siete vidas. Las perdió todas de un solo golpe. Después fue un perro. Voló por los aires desde el mismo balcón, y también halló la muerte al estrellarse contra el pavimento.

«El próximo en salir volando será uno de ustedes», anunció llena de rabia Jessica Sánchez. Era madre de tres niños, mujer iracunda, frustrada, acosada por las necesidades y la pobreza. Cuando su esposo Tomás dormía profundamente, tomó a su hijita Raquel, de dos años, y la arrojó por la misma ventana, hacia el mismo piso de cemento, hacia la misma muerte.

¿Qué atrocidades no se cometerán debido a la ira, la rabia concentrada? Jessica Sánchez había ido acumulando ira y despecho con los años. La estrechez del apartamento en que vivía, el escaso salario del esposo, el calor insoportable de un edificio sin aire acondicionado, y los continuos problemas que le provocaban sus tres niños fueron cargando pólvora en la psiquis de la mujer.

Cuando la ira enceguece la razón, enloquece a la persona a la que domina. Por eso los antiguos griegos decían: «La ira es una locura breve.» ¡Lástima que esa breve locura produzca la muerte!

La ira es una pasión natural del alma humana, pero hay que dominarla. Porque la ira descontrolada y desenfrenada es como serpientes de cascabel en un jardín infantil. Tarde o temprano esas serpientes harán daño.

El hecho atroz que cometió Jessica Sánchez no fue cuestión del momento. Se debió a algo que se venía gestando desde tiempo atrás, desde la primera frustración y el primer desencanto de su vida. Porque el enojo repentino, por lo general, no es más que el estallido del combustible de irritación almacenado en la bodega del interior del ser humano.
Al parecer, el apóstol Pablo estaba consciente de esto. En su carta a los efesios, dice: «“Si se enojan, no pequen.” No dejen que el sol se ponga estando aún enojados.» 1 Dando por sentado que de vez en cuando todos sentimos enojo, nos da a entender que no debemos disimularlo sino disiparlo, no sea que ofendamos al que es objeto de esa ira. Y para disiparlo, basta con que determinemos no acostarnos de noche sin antes arreglar cuentas con cualquiera que haya sido blanco de nuestro enojo.

«Abandonen toda amargura, ira y enojo... y toda forma de malicia —nos exhorta el apóstol—. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.»2

Ahí está la clave: aprender a perdonar así como perdona Dios, hasta al que menos merece el perdón. «Por tanto —concluye San Pablo— imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros.»3

1
Ef 4:26
2
Ef 4:31,32
3
Ef 5:1,2

NOTA: Visitar el sitio web:  www.conciencia.net

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Agradecemos al Sr. César Lillo Arellano, por el artículo.

Afectuosamente, Edgardo Ceol

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