LA MATERNIDAD
(La enfermedad como camino y proceso de curación)
(Lourdes Moreno.- Madrid)
Vivimos todos sumergidos en una sociedad donde los valores humanos y espirituales brillan por su ausencia. Los valores que predominan son el egoísmo, el
miedo, la inseguridad, el separatismo, la sensualidad, etc., encubiertos por falta de expectativas y de metas. Sólo se vive el momento presente, el placer por el placer. Pero,
¿qué tipo de expectativas y qué tipo de metas son los que yo puedo indicar?
Por mi propia experiencia y con mis propias limitaciones como ser humano, he podido ver que soy capaz de iluminar mi vida, cuando empiezo a ser consiente de que, dentro de mí, hay como una pequeña bombillita que se ilumina y que se enciende más y más, cuanto más se dirige mi tiempo de reflexión y de meditación a pensar en mi vida y en lo que he hecho con ella y en cómo me he ido relacionando con mi prójimo. Y en cómo empobrecemos lo que se nos dio como algo fértil y milagroso: la vida.
Mi bombilla se enciende, como aquella naricita del reno que tenía Papá Noel, un poco olvidado, y que se iluminaba cuando lo enganchaba a su trineo y volaba por los cielos para llevar los regalos a los niños en la víspera de Navidad. En los cuentos antiguos hay un gran saber oculto que sólo los niños, con su inteligencia emocional, saben muy bien descifrar. Porque son mensajes de amor, de vida y de esperanza para el pequeño ser espiritual que vive en su interior pero que, en muchos casos, los adultos, ignorantes, los olvidan y no quieren ver. Ya desde la infancia, desde que tenemos en la cunita a nuestros bebés, deberíamos darnos cuenta de que nuestra responsabilidad espiritual es “abrirlos”. Y digo “abrirlos” en el más amplio sentido de la palabra, para que encuentren la puerta que conduce a SU CAMINO, con mayúsculas. Nuestra tarea como padres es aprender de nuestros errores, para iluminarlos a ellos.
Como madre y compañera de mi hija, gracias a ella he podido escuchar ciertas conversaciones de otras personas, también mujeres, en el patio de la escuela. Yo iba
recogiendo y guardando, para aprender y tomarle el pulso a esta sociedad. Iba viendo cosas que no me gustaban. Cosas que entristecían mi corazón. Me faltaban modelos a seguir, me faltaban referencias para aprender porque, en mi afán de progresar materialmente, me había olvidado de hacerlo en espíritu.
Ahora puedo sentir compasión por el otro cuando me molesta o cuando me pone la zancadilla o, por lo menos, comprender en qué situación o en qué punto está, sabiendo que, lo que le está pasando, también me ha ocurrido a mí. Y yo también lo he
hecho. Y, sabiendo que esto que sé sólo lo he aprendido en la enfermedad, en el dolor, en la ausencia, en la búsqueda. Los seres humanos tenemos expectativas materiales demasiado altas o difíciles de alcanzar y preferimos sacrificar la tolerancia, la escucha atenta del problema del otro, la paciencia, la generosidad. Sobre todo, la generosidad, el compartir algo, el dar sin esperar a cambio.
Cristo nos dijo: “Amaos los unos a los otros. En esto se reconocerá que sois hermanos”.
¡Cuánta belleza, sensibilidad e inteligencia en nuestro querido Maestro y Redentor del mundo! Todo lo que yo pueda escribir será pequeño y minúsculo, breve y poco preciso para poder describir, en pocas palabras, Sus mensajes.
Pero hay muchos hermanos y hermanas que, a pesar de que su espíritu sí sabe y su conciencia también, prefieren tapar la bombillita y, no sólo lo hacen con la suya propia, sino con la de sus semejantes más próximos, con sus parejas, con sus hijos, en una palabra, con sus HERMANOS.
Hoy en día parece que la sociedad tiene soluciones para todo: si no tienes el
campo o la naturaleza cerca, no importa, te ponemos un parquecito con columpios para que jueguen los niños. Si no tienes un río cerca, te ponemos el Aquápolis. Si te sientes solo, te ponemos el Teléfono dela Esperanza. Y, si sufres por los que mueren en África, hasta puedes colaborar con una ONG.
Hasta en la solidaridad, construida por los mejores, por seres humanos con valores altruistas elevadísimos, veo nuestro propio egoísmo. Y, ¿por qué lo veo?
Porque, primero, he pasado por ello. No hace falta irse tan lejos: al primer ser humano que hay que salvar es a uno mismo. Limpiar de la personalidad egótica, egoísta e inmadura, todo lo que la aprisiona y le impide ser como dijo Cristo que el corazón
debería ser: trasparente y luminoso como el de un niño.
Limpiar desde dentro hacia afuera, desde el interior de la casa, de la familia pero , no como un niño empobrecido y asustado que, desde la tierna infancia no sabe cómo es su camino, ni qué le espera, porque su madre sólo se dedica a cocinar o a limpiar, y su padre a ver el fútbol y a trabajar. ¡Cuántos niños, vecinos, amigos, hermanos, han crecido sin afecto espiritual, sólo engordados con comida para que sean muy lustrosos en lo externo!
Cuántas niñas, madres ahora, fuera de sus papeles, alejadas de su verdadera energía femenina y maternal, dejadas de pequeñas al cuidado de otros o de otras, abandonadas por el verdadero afecto y protección espiritual de sus padres, abandonan a sus hijos.
Creo que ni los mismos psiquiatras saben cómo atajar o prevenir tanta “neurosis” de abandono y de soledad como hay en esta ciudad.
Parece ser que nadie se quiere dar cuenta de lo que está ocurriendo, pero está ocurriendo.
La maternidad está siendo uno de los valores más machacados y destruidos. Y me he preguntado por qué. Una y otra vez. Y sólo con mi enfermedad lo he descubierto.
Las mujeres, muchas, tienen esta opinión: “yo, la casa no la soporto, las faenas domésticas me humillan, los niños son insoportables, estoy deseando que se vayan a la guardería, etc. Menos mal que me voy al trabajo y me olvido. En el trabajo, hago mi papel y me dan dinero a cambio, etc.” Aquí está nuestra enfermedad, en nuestra propia familia, convirtiendo relaciones amorosas en relaciones comerciales: yo te doy y tú me das.
Al estar en este “mundillo”, he podido comprobar que la “neurosis” de la mujer puede ser su enfermedad, pero también su “cura” y su camino de salvación. ¿Por qué? Por que, sin darse cuenta, lo que ha sido una liberación, poco a poco, la ha convertido en un ser alejado de su naturaleza femenina (calor, protección, creatividad en el hogar, con los hijos, con el esposo, en la cocina, solidaridad con los vecinos, con los demás, etc.), de su espiritualidad, algo que nunca les preocupa a las jóvenes y les lleva a la sexualidad desenfrenada.
Seres - con personalidad femenina - que pisan y humillan y se creen superiores por estar en un puesto de trabajo, tener dinero y conducir un coche.
Seres - con personalidad femenina - que abandonan a sus compañeros por tener otros con más rango y posición social.
Seres - con personalidad femenina - que maleducan a su prole, convirtiéndola en seres agresivos, huidizos e irresponsables o miedosos e inseguros que un día serán adultos inmaduros.
Si, desde nuestras casas nos hiciésemos conscientes de que la sociedad está rota, pero que somos todos quienes la estamos haciendo así, si asumiésemos la responsabilidad efectiva y espiritual desde aquí, desde el CORAZÓN y, en vez de querer ir tan lejos, nos quedásemos aquí, cerquita, en lo próximo y cercano, sembraríamos poquitas semillas, pero de muy buena calidad.
No haría falta mucho más. Y, muchas personas que se sienten enfermas, poco a poco, irían sanando. Las madres que, en otros tiempo, fueron ensalzadas por los poetas y divinizadas por los antiguos son - serán - las posibles salvadoras de nuestra maltrecha sociedad.
La Madre bondadosa y protectora del hogar, altruista y sacrificada, inteligente y fuerte son las cualidades a desarrollar por muchos egos femeninos que han desviado su polaridad femenina hacia el lado más antinatural y enfermizo, alejándose de lo más preciado que hay en sus propios seres espirituales.
Cristo Jesús, en la cruz, dirigiéndose a María y a Juan, dijo: “Madre, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre.”
¡Cuántas malas interpretaciones y desviaciones intentando descifrar el mensaje de nuestro Maestro y Redentor! ¡Cuánta palabra para eludir nuestras responsabilidades espirituales, afectivas y humanas!
Poco a poco, como decía antes, irían sanando las madres, los hijos y la sociedad.
Boletín Nº 36 AÑO 2.000 - TERCER TRIMESTRE
(Julio-Setiembre) FRATERNIDAD ROSACRUZ MAX HEINDEL (MADRID)
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