LOS POZOS
(elaborado de un texto recibido del Centro Rosacruz de Corrientes - Argentina)
Érase una vez una ciudad. Pero no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Aquella ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes
pero pozos, al fin. Los pozos se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar en el que estaban excavados, sino también por el brocal o abertura que los conectaba con el exterior.
Había pozos pudientes y ostentosos, con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes, de ladrillo y madera; y algunos otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal, y las noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.
Un día, llegó a la ciudad una “moda” que, seguramente, había nacido en algún pueblecito humano: la nueva idea decía que todo ser viviente que se precie, debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Que lo importante no es lo superficial, sino el contenido. Así fue cómo los pozos empezaron a llenarse de cosas.
Algunos se llenaban de joyas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más, optaron
por el arte, y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas postmodernas. Finalmente, los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.
Pasó el tiempo. La mayoría de los pozos se llenaron hasta tal punto que ya no pudieron incorporar nada más.
Los pozos no eran todos iguales. Así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior. Uno fue el primero: en vez de comprimir el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.
No pasó mucho tiempo sin que la idea fuese imitada y todos los pozos empezaron a gastar gran parte de sus energías en ensancharse para poder disponer de más espacio en su interior con el fin de acumular más cosas.
Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas ensanchándose desmedidamente y pensó que, si seguían hinchándose de tal manera, pronto se confundirían los bordes y todos perderían su identidad.
Quizá, partiendo de esa idea, se le ocurrió que, otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho, sino hacia lo profundo. Hacerse más hondo en
lugar de más ancho.
Pronto se dio cuenta de que todo lo que tenía dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo, debía vaciarse de todo su contenido.
Al principio tuvo miedo al vacío pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.
Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho.
Un día, sorpresivamente, el pozo que crecía hacia dentro tuvo una sorpresa: adentro, muy adentro, muy en el fondo, encontró ¡agua! Nunca antes ningún pozo había encontrado agua.
El pozo superó su sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y, por último, sacando agua al exterior.
La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia que, de hecho, era bastante escasa; así que la tierra de alrededor del pozo, revitalizada por el agua, empezó
a despertar.
Las semillas, en sus entrañas, brotaron en césped, en tréboles, en flores y en tronquitos endebles que de convirtieron luego en árboles.
La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo, al que empezaron a llamar “el Vergel”.
Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro. Ningún milagro - contestaba el Vergel - hay que buscar en el interior, hacia lo profundo.
Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero abandonaron la idea cuando se dieron cuenta de que, para profundizar, debían antes vaciarse. Y siguieron ensanchándose cada vez más, para llenarse de más y más cosas.
En la otra punta de la ciudad, otro pozo, decidió correr también el riesgo del vacío. Y también empezó a profundizar. Y también llegó al agua. Y también salpicó
hacia fuera, creando un segundo oasis en el pueblo.
¿Qué harás cuando se termine el agua? - le preguntaban - No sé lo que pasará -contestaba - pero, por ahora, cuanto más agua saco, más agua hay.
Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento: Un día, por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el
fondo de sí mismos era la misma. Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno, inundaba las profundidades del otro. Y se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida: no sólo podían comunicarse superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto:
La comunicación profunda, que sólo consiguen entre sí aquéllos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser, lo que tienen para dar.
Boletín Nº 37 AÑO 2.000 - CUARTO TRIMESTRE
(Octubre-Diciembre) FRATERNIDAD ROSACRUZ MAX HEINDEL (MADRID)
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