Naturaleza y arte
"Hacer aparecer la unidad divina oculta bajo la diversidad del mundo es
la obra de la naturaleza. Incorporar el espíritu más elevado al cuerpo más bajo
y llevarlos a la perfección absoluta es la obra del arte"
Louis
Cattiaux
¿Qué es "arte"?, ¿cómo podríamos definir
"naturaleza"?, ¿y cómo, después, relacionar ambas ideas?
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española ,
arte es el "acto o facultad mediante los cuales, valiéndose de la materia,
de la imagen o del sonido, imita o expresa el hombre lo material o lo
inmaterial, y crea copiando o fantaseando". Asimismo, se define naturaleza
como "conjunto, orden y disposición de todo lo que compone el
universo". A partir de aquí, se podría concluir que el vínculo entre ambos
conceptos consiste en que el arte, en su afán de imitar o expresar, puede
llegar a copiar o fantasear la naturaleza. Sin embargo, esta explicación no es
suficiente, tiene que haber algo más puesto que, en caso contrario, cualquiera
podría, con un ordenador y por medio de ciertas ecuaciones, realizar una obra
de arte. No hay duda, tiene que existir algo más y así lo expresa un pintor
chino de época medieval: "Hay innumerables artesanos que pueden copiar
todos los detalles de la forma, pero la naturaleza interna sólo puede ser
comprendida por los espíritus sublimes". Hablamos, pues, de espíritus
sublimes, de "locos" que, como Van Gogh, consiguen ver "expresión, e incluso alma, en toda la
naturaleza".
Estos conceptos son complicados hoy en día puesto que nos
hemos alejado de la naturaleza y el arte se ha convertido en un asunto estético
y experimental. A esto se añade que la existencia de la realidad viene
determinada por los medios de comunicación: si algo no sale por televisión, no
existe. Tiempo atrás, por el contrario, la obra de arte era una continuación de
la obra de la creación, ambas seguían la misma inercia. "Todo arte viene
de la naturaleza, el que puede arrancarlo de ella, solamente éste, lo
posee", para Durero, estos espíritus sublimes, estos artistas verdaderos
son los que dan un paso más allá de la naturaleza, los que arrancan el arte de
las formas naturales.
Podríamos preguntarnos qué es lo que hace pintar a un pintor
o esculpir a un escultor, cuál es la magia del creador. Para Cezanne, está muy
claro: "No se debe representar la
naturaleza sino realizarla". Así pues, el artista debe "realizar
la naturaleza" y este acto mágico sólo es posible de una manera:
vinculándose con la energía que da vida a dicha naturaleza. Por tanto, la
fuerza del artista es la misma fuerza que hace crecer un árbol; esta energía,
este impulso es idéntico para uno y para otro. Ambos se funden con la energía
del mundo, la que hace girar el universo, lo que los antiguos llamaban el
"Spiritus Mundi". Es más,
esta energía, este impulso es estrictamente el contenido de la naturaleza y el
contenido del arte, entendiendo por contenido lo que da coherencia, cohesión,
realidad, la propia vida, esa energía interior que es el contenido de las
formas y sin la cual, todo se convierte en polvo. Lo que hace que una pintura o
una escultura siga viva después de 4.000 años es ese impulso interior que la
anima. Sin esta fuerza mágica que le da cohesión, cualquier obra perdería su
significado tras la generación en la que vio la luz.
Para Leonardo da Vinci, el pintor es el hijo de la
naturaleza; es aquél, realmente creativo, que la ha reencontrado y, tras
descubrir esta energía, dota de contenido a su obra. También Rodin distinguía
dos formas de ver la realidad: una primera que se queda en la apariencia
externa de las cosas y otra más profunda, la del artista, que "ve, es decir, que su ojo, inserto en el
corazón, lee profundamente en el seno de la naturaleza". El artista es
el que tiene la capacidad de percibir más, de atravesar con la mirada la realidad
accidental y ver la realidad esencial. Esta vía de la naturaleza consiste,
efectivamente, en retornar al origen de las cosas, a la identidad misma de la
creación. Para Paul Klee hay que dejar "a los alumnos que experimenten en
qué se convierte un capullo, cómo crece un árbol, cómo se abre una mariposa;
ellos mismos serán así tan ricos, tan volubles, tan obstinados como la gran
Naturaleza. Imitando los caminos de la creación natural, tal vez, algún día
lleguen a ser naturaleza para poder crear como ella".
El artista es, pues, el que tiene capacidad de percibir el
interior de la naturaleza, el que, como decía Platón, es capaz de "hacer
visible lo invisible", manifestarlo en su obra. Se trata justamente de ver
a través de las apariencias. Todo el problema del arte es, en realidad, un
problema de percepción, de captar la realidad, esta realidad que es única e
idéntica para todas las cosas. Y, tras captar esta energía, manifestarla,
expresarse. El arte viene, pues, del espíritu porque él es la energía que hace
crecer una planta, la energía que hace pintar a un pintor. El espíritu del
mundo es la energía del mundo, es lo que da vida a un ser (cuando una forma
está habitada por el espíritu, como decían los antiguos, está viva; cuando el
espíritu desaparece, está muerta). En el pensamiento del antiguo Egipto, las
imágenes estaban habitadas por el espíritu, un jeroglífico, por ejemplo,
contenía el significado de lo que representaba. Por este motivo, en caso de
invasión, los mismos sacerdotes destruían las formas externas para liberar sus
espíritus internos, para que los invasores pudieran robar el continente pero no
el contenido que en él residía.
Hemos visto, hasta aquí, que existen dos aspectos de la
realidad: un primer aspecto que sería la forma, el aspecto exterior de la
realidad, la apariencia externa; y un segundo aspecto que consiste en la
realidad interna de la naturaleza, la energía que da vida a dicha forma, que
hace crecer a una planta pero que también hace girar el universo, es el
"Spiritus Mundi", el espíritu del mundo. Existe, sin embargo, un
tercer nivel y en él consiste, además, la grandeza del arte: el arte puede ir
más allá de la naturaleza, puede actuar como ella y mover una pintura o una
escultura siguiendo este impulso natural pero puede también reconocer el origen
de este movimiento. El arte va más lejos, llega donde no llega la naturaleza:
llega a conocer al creador, al pensamiento que está detrás de esta energía, de
este espíritu del mundo. Para crear es preciso considerar que detrás de la vida
hay un creador, un origen, una conciencia que mueve dicha vida. En realidad, el
arte sirve para ir más allá de la naturaleza, para ver lo sobrenatural dentro
de lo natural, es decir, para ver al creador en las criaturas. El arte es una
cognición, es un conocimiento de la realidad que mueve la creación, del Gran
Arquitecto del universo. El arte desvela la sobrenaturalidad de la naturalidad,
la fuente de creación que continuamente está creando, en un impulso creativo
continuo. Sin embargo, es preciso remarcar que esto no tiene nada que ver con
la imagen teológica de la divinidad sino con la fuerza que hace mover el
universo; es física y no metafísica o teología. Si todo está en constante
movimiento, si todo sigue el ritmo del universo, en el momento en que esto se
pare, todo se destruye. El arte manifestará, nos enseñará, nos mostrará esta
fuerza sobrenatural, origen de la naturalidad pues el arte, como decía Platón,
es aquello que "hace visible lo invisible".
Louis Cattiaux
Louis Cattiaux
nace en Valenciennes, Francia, el 17 de agosto de l904. Pierde a sus padres muy pronto y es
educado por su hermana mayor hasta que, en 1914, debido a la guerra, ambos
hermanos son separados y desplazados. El pequeño Louis es internado en el
pensionado Hanley, en los alrededores de París.
A los diez
y ocho años ingresa en la
Escuela de Artes y Oficios artísticos y poco más tarde es
enviado a Alemania para cumplir el servicio militar. Al finalizar este periodo,
Cattiaux deja Europa y viaja al África central, al antiguo Dahomey, como
empleado de una empresa comercial. Este viaje le influye en todos los sentidos,
tanto en su faceta artística, pues es allí donde empieza a pintar regularmente,
como en la búsqueda del misterio primordial. Al cabo de un tiempo regresa a Francia
enfermo y arruinado. En este momento decide dedicarse plenamente a la pintura y
comienza a frecuentar los medios artísticos de París.
En 1932 se
casa con Henriette Péré. La pareja se instala en unos bajos de la calle
Casimir-Périer, en pleno centro de París, al lado de una placita de aires
provincianos presidida por la iglesia de Santa Clotilde. En el mismo espacio
montan una galería de arte llamada Gravitations , en honor al título de un
libro de poemas publicado por Jules Supervielle. En dicha galería exponen
algunos de sus amigos, como Jean Marembert o Jean Lafont. Todos ellos, además
de Pierre Ino, Eric Olson, René Paresce, Louis Coutaud, el escultor Etienne
Beothy y los poetas Fernad Marc, Louis de Gonzague Frick, el ya citado, Jules
Supervielle y el mismo Cattiaux, redactan el Manifeste du Transhylisme , en
1934. En este mismo año expone en el Salon des Indépendants .
Paralela a
la inquietud artística, su búsqueda espiritual prosigue sin descanso. Atraído
por los escritos herméticos y alquímicos, que combina con la lectura de textos
clásicos como la Biblia
, el Corán y el Libro del Tao, Cattiaux pasa largas horas en la Biblioteca del Arsenal,
copiando pacientemente los tratados de los antiguos alquimistas, sobre todo,
los de Nicolas Valois, con quien le une una singular afinidad espiritual.
Mientras, continúa pintado y empieza a relacionarse con Raoul Dufy y con
Derain.
Toda esta
actividad no desemboca en ningún éxito y en 1935 los Cattiaux se ven obligados
a cerrar la galería y a dedicarse a los trabajos más peregrinos para mantener
su hogar. Empieza entonces un periodo decisivo para Cattiaux, pues, al tiempo
que su pintura se vuelve más y más personal, desvinculada de las corrientes de
la época, su búsqueda desemboca en la redacción, a partir de 1938, de un libro
fuera de lo común que acabará titulando El Mensaje Reencontrado . En las
sentencias de este libro Cattiaux, destiló con paciencia el resultado de “una
iniciación y una mística estrechamente unidas.” También el estilo pictórico se
ve afectado por la vida espiritual del artista y deja ver un trasfondo que no
puede calificarse de otro modo que de visionario. La pasión que Cattiaux siente
por la filosofía hermética marcará profundamente su pintura y sus escritos.
En 1939,
Cattiaux expone varias veces en la galería de Berthe Weill, una amante del arte
que su época se interesó por los jóvenes artistas tales como Matisse, Derain,
de Vlaminck o Picasso, por lo que su galería consiguió una gran celebridad. En
1942 participa en el Salon des Tuileries y en otras exposiciones organizada por
el famoso crítico de arte, Gaston Diehl.
A partir de
1940, Cattiaux se consagra casi exclusivamente a la redacción del Mensaje
Reencontrado . Pinta un autorretrato para ilustrar esta obra, y empieza su
amistad con Lanza del Vasto, quien redacta un prólogo para El Mensaje
Reencontrado . En 1945 aparece una edición de sus poemas titulada Les Poèmes du
Fainéant y en 1946 se autopublica, en París, la primera edición de los doce
primeros capítulos del Mensaje Reencontrado .
A partir de
este hecho, inicia una serie de amistades, algunas de las cuales serán
decisivas en su vida. Conoce a Jean Rousselot y se cartea con René Guénon,
hasta que, en 1949, entra en contacto con los hermanos Emmanuel y Charles
d'Hooghvorst, miembros de una noble familia belga, con quienes mantendrá una
inalterable y fecunda amistad hasta el final de sus días. El resultado de tal
amistad se concretó en un volumen titulado Florilegio epistolar, reflejos de
una búsqueda alquímica , compuesto por fragmentos de sus cartas, así como en la
obra publicada por Emmanuel y Charles d'Hooghvorst, influida directamente por
el pensamiento de Cattiaux.
En 1951
empieza la redacción de un ensayo sobre la pintura que ya llevaba tiempo
meditando y que llevará por título Física y metafísica de la pintura . La
prematura e inesperada desaparición de Cattiaux, el 16 de julio de 1953, hace
que no pueda ver ninguna de sus obras publicadas.
Sus poemas
fueron editados en 1954. Extractos de la Física y metafísica de la pintura se publicaron
en la revista suiza “Inconnues”, gracias a la gestión del barón d'Hooghvorst,
la primera edición completa de los cuarenta capítulos del Mensaje Reencontrado
fue realizada por la editorial parisina Denoël, en 1956. Desde entonces, han aparecido
numerosas reediciones de sus obras tanto en francés, como traducidas a diversos
idiomas, entre ellos el español.
A finales
del siglo XX han aparecido, editadas en francés y en español, las obras de
Emmanuel y de Charles d'Hooghvorst. Se trata de estudios y comentarios sobre
distintos aspectos de la tradición occidental, inspiradas en el pensamiento de
Cattiaux.
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