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miércoles, 15 de marzo de 2017

El Buscador



El Buscador

El buscador abandonó su hogar y emprendió una larga travesía para saciar su sed de conocimiento.

Visitó ciudades enormes, pueblitos, villas, aldeas. Recorrió desiertos, montañas, selvas y valles. Habló con ricos, pobres, analfabetos e ilustrados. Leyó libros, realizó retiros en ashrams y monasterios. Su búsqueda era incesante. Atrás había quedado su casa, su familia, sus bienes, su trabajo, sus amigos. Así de grande era su anhelo por conocer la Verdad.

En su largo recorrido había visitado todo tipo de maestros, gurús e instructores pero ninguno le había dado la respuesta certera a sus preguntas.

Un día, visitó a un reconocido hombre sabio que vivía en los suburbios de una gran ciudad. Al presentarte ante él, le dijo: “He recorrido muchos lugares durante mucho tiempo para encontrar la Verdad. He renunciado a mi familia, a mis amigos. He abandonado mi trabajo y mis pertenencias. ¿Tienes una respuesta para mí?”

– Amigo, déjame decirte que has sido un tonto. ¡Qué manera de derrochar tu energía! ¡Tantos sacrificios para nada! –sentenció el Maestro.

Y prosiguió: “El camino espiritual es un camino de renuncia, claro que sí, pero has renunciado a lo que no debías. Renunciar no significa dejar atrás a tus seres queridos, a tus amigos, a tu trabajo ni siquiera a tus bienes. Ese tipo de renuncia es un escape y no tiene nada de espiritual. Renuncia sí a tus apegos, a tus defectos, a tus prejuicios, a tu separatividad. Renuncia al Ego. Y para hacer esto no necesitas ir a ningún lugar lejano. Deja de marear la perdiz. Vuelve a tu vida cotidiana y encuentra la respuesta que buscas en esas pequeñas cosas que la mayoría de las veces has despreciado”.

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Junayd al-Bagdâdi decía que el sendero a la iluminación es un camino de un solo paso y que este paso era simplemente “salir de sí mismo”, es decir derrocar la dictadura del Ego.

Por otro lado, los alquimistas decían que la materia prima de la Gran Obra podía encontrarse en donde no miramos. Según Jung, esta sustancia “resulta barata y se encuentra en todos sitios, incluso entre la inmundicia más repugnante”, en lo aparentemente más simple, en los pequeños eventos de la cotidianidad.


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