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jueves, 16 de agosto de 2018

VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE MIGUEL SERVET


Nadie sabe con exactitud la fecha y el lugar de su nacimiento, pero se ha dicho que vino al mundo  el día 29 de septiembre de 1511 en la ciudad navarra de Tudela o —quizá con más rigor topográfico— en Villanueva de Sijena, en Aragón. Hijo de Antón Servet, un notario vinculado a la nobleza menor del reino aragonés, fue bautizado con el nombre del arcángel cuya fiesta era, por aquel tiempo, celebrada el día de su primer llanto sobre la tierra.
 
Para complacer a su padre Miguel Servet fue a la universidad francesa de Touluse, donde en 1530 culminó sus estudios de derecho. Allí conoció los principales libros de la reforma protestante traducidos al francés, cuyas  tesis lo determinaron a dejar la fe católica y a interesarse por la lectura de la Biblia en sus  lenguas originales.
 
Cuando  después de graduarse en leyes Servet empezó una larga gira por Europa —viaje que lo llevó, sucesivamente, a Bolonia, Venecia, Augsburgo, Ginebra, Basilea y Estrasburgo— ya era un poliglota versado en el hebreo, el griego y el latín. Por entonces entró en contacto no sólo con los más distinguidos teólogos de la reforma germano-suiza, sino con los heterodoxos sustentadores de las doctrinas unitarianas y anabaptistas. Los primeros negaban la Santísima Trinidad y la naturaleza divina de Cristo Los segundos rechazaban el bautismo de los niños, el servicio militar y la ingerencia de la potestad civil en los asuntos eclesiásticos.
 
 A diferencia de la mayoría de los grandes campeones de la reforma protestante, Servet fue siempre un laico. Nunca  recibió las órdenes  sagradas ni hizo votos como monje o fraile. Sin embargo, pronto se convirtió en teólogo autodidacta. Ya en 1531, encontrándose en Alemania, publicó en lengua latina un libro titulado De Trinitatis erroribus ("De los errores de la Trinidad"), obra en la cual impugnaba con sarcástico estilo la creencia en Dios uno y trino. Aunque esta publicación le hizo perder la amistad de muchos que hasta allí lo habían rodeado de afecto y respeto, no pareció importarle el escándalo provocado por sus radicales proposiciones. Impávido y aun temerario, al año siguiente hizo imprimir un segundo trabajo acerca del mismo tema, titulándolo Dialogorum de Trinitate ("Diálogo sobre la Trinidad").
 
 Denunciado a la Inquisición española por Jerónimo Aleandro, nuncio papal en tierras alemanas, el joven autor creyó prudente huir a Francia, donde se domicilió por más de veinte años, primero en París —ciudad en la cual se cruzó con el futuro reformador Jean Cauvin o Calvin (en español Juan Calvino)—, luego en las cercanías de Lyon y por último en Vienne, presentándose con el nuevo nombre de Miguel de Villanueva.  
 
Durante su "vida oculta" en tierra francesa, donde se hizo médico, ejerció Miguel de Villanueva las más diversas ocupaciones: corrector de imprenta, traductor y editor de laGeografía de Tolomeo, amanuense del  insigne galeno Symphorien Champier —bajo cuya docencia adelantó sus primeros estudios de medicina—, y autor de libros raros y curiosos como En defensa de la astrología y Tratado universal de los jarabes.
 
Pero el temor al Santo Oficio  y a las leyes antihereticales de Francisco II de Francia no ahogó en Servet la vocación de teólogo. En 1553 comenzó a circular, con muchas precauciones, el libro en latín Christianismi Restitutio, (Restitución del Cristianismo), cuyo autor sólo se identificaba con las letras M.S.V. puestas en la portada. Muy pocos lectores llegaron a saber que aquel  tratado impactante, repleto de conclusiones inadmisibles para católicos, luteranos y calvinistas, era obra del médico español.
 
 Nunca he podido leer la Christianismi Restitutio, aunque sé que fue traducida al español en 1980. Si uno se guía por el muy poco confiable Marcelino Menéndez y Pelayo, es un libro enmarañado, obstruso y delirante. Para otros comentaristas, por el contrario —entre ellos Peter Hughes— esa obra contiene un duro y razonado ataque contra el dogma trinitario, hecho con las armas proporcionadas por las propias Escrituras, las ciencias naturales y la teología dogmática disidente.
 
Pero hay en la Restitución del Cristianismo un valioso hallazgo de la ciencia médica que ni siquiera el parcializado Menéndez se atreve a negar: el de la circulación menor de la sangre (el de su recorrido desde el corazón a los pulmones). "Quiénes se pregunten por qué este descubrimiento científico se contiene en un libro de teología —reflexiona Sergio Baches— deben buscar la respuesta en el carácter integrador del pensamiento de Servet. Como hijo del Renacimiento, para él la teología, la medicina, la filosofía y el resto de las ciencias no son compartimientos estancos, sino saberes conexos y complementarios que permiten al hombre comprender el universo".
 
 Uno de los dirigentes religiosos que de inmediato conoció la identidad del autor de laChristianismi Restitutio fue el ya mencionado Juan Calvino, autoritario reformador de Ginebra, quien desde mucho tiempo atrás era enemigo de Servet.  Éste, que nunca fue prudente en su actuación ni moderado en sus expresiones, había desafiado al dictador ginebrino con una serie de opúsculos en forma de  cartas  —misivas muy poco amables— en las cuales controvertía, entre otras, sus doctrinas sobre la naturaleza de Dios, la fe, la predestinación y el orden social. Deseoso de venganza, Calvino se las arregló para que un tal Antoin Arneys denunciase a su contradictor ante la Inquisición de Vienne (Francia), donde por entonces residía el médico conocido como Miguel de Villanueva.
 
 Tras ser detenido por los inquisidores y sujeto a continuos interrogatorios, Servet logro escapar de la prisión de Vienne  para refugiarse clandestinamente en algún lugar del Delfinado. Por decreto del 17 de junio de 1553 se le declaro culpable de todas las acusaciones, condenándolo a ser quemado a fuego lento junto con sus libros.
 
Nada mas supo el mundo de Miguel de Villanueva hasta el 13 de agosto de 1553, fecha en la cual fue descubierto en la iglesia de Ginebra donde solía predicar Calvino y privado al punto de su libertad. Nadie ha podido explicar por qué el teólogo aragonés resolvió ir a la ciudad teocráticamente gobernada por su fanático adversario. Algunos autores, como Roland H. Bainton, sostienen que Servet  tenia el propósito de buscar refugio entre sus correligionarios, los anabaptistas de Venecia. (En algún momento de su vida Miguel se había hecho rebautizar  por los que impugnaban la validez del bautismo  de los infantes).
 
Al comparecer ante los jueces civiles de Ginebra, después de ser acusado de herejía por el cocinero de Calvino, Nicholas de la Fontaine, Servet no negó que profesaba la doctrina anabaptista. Manifestó, sin embargo, que abjuraría de ella si le demostraban su falsedad. Aquello fue inútil. Bajo las presiones de Calvino —a quien apoyaron casi todos los ministros reformados de Suiza— y después de ocho semanas de procedimiento, el tribunal lo declaro culpable de dos cargos de herejía (antitrinitarismo y anabaptismo), sancionándolo con la pena de muerte en la pira. Cuando el reo, lleno de pavor ante la decisión judicial, demandó que se le ajusticiara mediante decapitación con hacha, su solicitud fue de inmediato denegada.
 
 Y así, en la madrugada del 27 de octubre de 1553, Servet fue conducido a un sitio en las afueras de Ginebra para dar cumplimiento a la sentencia. En el camino hacia la muerte tuvo como sesgado auxiliador espiritual al ministro Guillaume Farel,  un incondicional de Calvino, que lo exhorto una y otra vez a abjurar de sus errores.
 
En mi libro Siluetas para una historia de los derechos humanos(1993) escribí sobre aquel atroz episodio:
 
"El martirio de Servet duró casi dos horas, porque la leña estaba húmeda y el viento insistía en apartar las llamas del ajusticiado. En cierto momento —según lo narraron testigos del hecho— el reo se quejó ante sus victimarios gritándoles: ¡Infeliz de mí! ¿Por qué no acabo de morir? Las doscientas coronas de oro y el collar que me robaron, ¿no les bastaban para comprar la leña necesaria para consumirme? Una columna, erigida en 1903 a manera de monumento expiatorio, señala hoy en Champel —el campo del verdugo— el lugar exacto de la ejecución.
 
 Como el suplicio del español fue criticado por los ministros reformistas del cantón de Vaud y por otros correligionarios de Calvino, éste quiso justificar la barbaridad de Champel. Para ello escribió en el invierno de 1533, a toda prisa y sin cuidar mucho el estilo, la obra titulada Defensa de la legítima fe y de la Trinidad contra los espantosos errores de Servet. En aquel libro sostuvo el reformador, apoyándose en versículos bíblicos y en normas del derecho justinianeo, que los magistrados ginebrinos habían procedido con justicia y rectitud al aniquilar por medio del fuego a un auténtico monstruo. El historiador Joseph Lecler ha definido ese texto calvinista como uno de los tratados más aterradores que se hayan escrito para legitimar la persecución de los herejes."
 
El "asesinato judicial"  de Miguel Servet fue uno de los hechos que demuestran hasta dónde llegó la intolerancia de la reforma protestante, que algunos quieren, con ligereza, presentar como bastión  de la libertad.


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