El primero en montar un pesebre navideño o Belén fue San Francisco de Asís en la nochebuena de 1223, en una cueva cercana a la ermita de Greccio. La costumbre se difundió rápidamente por Italia y luego por toda Europa, conservándose los mismos elementos simbólicos, algunos basados en los evangelios canónicos y otros tomados directamente de los apócrifos.
La caverna
Aunque en los evangelios canónicos no haya referencias directas a esto, en los evangelios apócrifos se dice que el alumbramiento de Cristo aconteció en una caverna, gruta o cueva:
“Y José encontró allí mismo una gruta, e hizo entrar en ella a María. Y, dejando a sus hijos cerca de ésta, fue en busca de una partera al país de Bethlehem”. (Protoevangelio de Santiago, XVIII, 1)
“Dichas estas palabras, el ángel hizo parar al asno, por cuanto se acercaba el instante del alumbramiento, y dijo a María que se apease, y que entrase en una gruta subterránea en la que no había luz alguna, porque la claridad del día no penetraba nunca allí. Pero, al entrar María, toda la gruta se iluminó y resplandeció, como si el sol la hubiera invadido”. (Evangelio de pseudo-Mateo, XIII, 2) (1)
Que el nacimiento de Jesucristo se ubique en una caverna y no en un establo o posada (2) puede parecer irrelevante y anecdótico, pero desde un punto de vista iniciático es muy significativo.
La caverna simboliza el útero maternal del cual emerge todo nuevo iniciado y la natividad es el primer hito de la vida del Cristo considerada como un proceso espiritual que se repite en cada uno de nosotros. En los rituales mistéricos de la antigüedad, los iniciados eran considerados “recién nacidos” o “renacidos en la eternidad” (“renatus in aeternum”), y en ocasiones se les trataba como tal, exactamente como señala James Frazeren referencia a los Misterios de Atis: “Durante algún tiempo después de su renacimiento, [al nuevo iniciado] se le mantenía a dieta de leche como a un recién nacido” (3).
Esta “nueva inocencia” o “regreso a la niñez” es una nueva forma de contemplar el mundo y nos recuerda las palabras de Jesucristo en Mateo 18:3: “De cierto os digo, que si no os convirtiereis, y fuereis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos”.
En la tradición masónica, la primera estación del proceso de Iniciación se desarrolla dentro de una caverna (la cámara de reflexión) donde el candidato es invitado a “visitar el interior de la Tierra” (VITRIOL) y donde debe morir para “renacer” como un ser humano nuevo y mejor. En vinculación con esto, el templo masónico suele ser comparado con el cuerpo de la Gran Madre, donde las dos columnas (Jachin y Boaz) representan las piernas por donde debe emerger y “re-nacer” el Iniciado.
Sobre todo esto, Annie Besant revela que “en la primera gran Iniciación el Cristo nace en el discípulo. (…) Esto es el “Segundo Nacimiento”, por el cual se regocijan las huestes celestiales, pues él ha nacido en “el reino de los cielos”, como un “pequeñuelo”, como “un niño”, nombres siempre atribuidos a los nuevos iniciados”. (4)
Desde una perspectiva simbólica, se señala que la caverna es el corazón de la montaña, representándose con un triángulo dentro de otro triángulo, relacionando estos dos símbolos complementarios donde la montaña siempre representa al “axis mundi” (eje del mundo o centro espiritual) mientras que la caverna es la faceta esotérica (no evidente) de esa elevación.
También se puede establecer una relación entre la caverna y el laberinto, y sobre esto dice René Guénon: “Es muy evidente que, si la caverna es el lugar en que se cumple la iniciación misma, el laberinto, lugar de las pruebas previas, no puede ser sino el camino que conduce a ella, a la vez que el obstáculo que veda el acercamiento a los profanos “no cualificados”.(5)
De acuerdo a los evangelios apócrifos la caverna no estaba oscura sino iluminada con una “luz demasiado viva” (6). Sobre este punto, Guénon señala que “muy lejos de constituir un lugar tenebroso, la caverna iniciática está iluminada interiormente, de modo que, al contrario, la oscuridad reina fuera de ella, pues el mundo profano se asimila naturalmente a las “tinieblas exteriores” y el “segundo nacimiento” es a la vez una “iluminación”. (7)
Cristo en nuestro corazón
Desde una perspectiva iniciática, el nacimiento de Jesucristo no es un hecho histórico ocurrido hace más de 2.000 años sino un hecho mítico que puede ser reproducido aquí y ahora por cada uno de nosotros. Recordemos siempre que para los profanos la palabra “mito” quiere decir “mentira”, mientras que para los iniciados “mito” es una verdad trascendente.
Y el mito de Cristo supera con creces al Jesús histórico, pues supone una experiencia espiritual en tiempo presente. Raimon Panikkar, al analizar esto, concluye que “la historia no es la única dimensión de lo real y que la realidad de Cristo no se agota, por lo tanto con la historicidad de Jesús” (8) porque “Cristo es el símbolo de la plenitud del hombre” (9), el Iniciado Perfecto, el símbolo más poderoso de la Tradición Iniciática Occidental, por lo cual toda su vida debe ser contemplada como un “drama místico” con héroes y villanos que conviven en nuestro interior. La importancia de Judas, Herodes, Pedro, María, Tomás, Juan y los demás personajes evangélicos no radica en su verosimilitud histórica sino en su presencia viva dentro de cada uno de nosotros.
De esta manera, la vida de Jesucristo no es otra cosa que un mapa donde se marca claramente el camino discipular y donde van apareciendo personajes, pruebas y desafíos relacionadas a necesidades anímicas, destacándose en esta maravillosa historia cinco episodios magistrales que representan las cinco iniciaciones del Alma:
* El nacimiento en la gruta (Tierra) * El bautismo en el río (Agua) * El ascenso al monte (Aire) * La crucifixión INRI (Fuego) * La ascensión (Éter)
Desde esta perspectiva, tal como afirmó Javier Melloni: “Lo que identificamos en Jesús está llamado a ser vivido por cada ser humano”.(10) Esta identificación con un modelo divino (en este caso el Cristo) a veces es llamada “imitación”, pero ésta no consiste en convertirnos en meros repetidores sino en la conformación de nuestra vida en función de un arquetipo sagrado.
Mircea Eliade habló largamente sobre esta “imitación” y decía que “por la reactualización de sus mitos, el hombre religioso se esfuerza por aproximarse a los dioses y por participar en el Ser; la imitación de modelos ejemplares divinos expresa a la vez su deseo de santidad y su nostalgia ontológica”. (11) Siendo así, “la experiencia religiosa del cristiano se apoya en la imitación de Cristo como modelo ejemplar, en la repetición litúrgica de la vida, de la muerte y de la resurrección del Señor y en la contemporaneidad del cristiano con el illud tempus que se abre con la Natividad en Belén y se acaba provisionalmente con la Ascensión”. (12)
Por lo tanto, el nacimiento no debe ser “conmemorado” superficialmente sino vivenciarse en lo profundo y, para esto, es necesario que el Cristo nazca en el pesebre de nuestro corazón, como bien señaló hace siglos Ángelus Silesius: “Aunque Cristo nazca mil veces en Belén y no dentro de ti, tu alma estará perdida”. (13)