jueves, 19 de diciembre de 2013

Los Grandes Iniciados - Edouard Schure





Edouard Schure 

BIOGRAFIA: 
Nació en una familia protestante. Huérfano de madre a la edad de 5 años y de padre a la edad de 14 años, vivió a continuación con su profesor de Historia del instituto Jean Sturm hasta la edad de 20 años. Tras su bachillerato, Édouard Schuré se inscribe en la Facultad de Derecho para contentar a su abuelo materno que era el decano; pero esta disciplina lo aburre considerablemente, por lo que pasa la mayoría de las tardes en la Facultad de Letras con jóvenes estudiantes y artistas enamorados como él de la literatura y el arte. Entre ellos su amigo músico Victor Nessler y el historiador Rudolf Reuss. Tras terminar sus estudios de derecho, decide dedicarse a la poesía. En 1861, obtuvo sin embargo su licencia en derecho. 

Estudió a los filósofos con gran interés, particularmente Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Schelling, Fichte, Schopenhauer y Nietzsche. Intuitivamente atraído por los misterios antiguos, leyó con gran intérés un libro que contiene una descripción detallada de los Misterios de Eleusis, lo que le causó una gran impresión. A la muerte de su abuelo, heredó lo suficiente para vivir de sus posesiones e ingresos. Abandonó rápidamente el derecho y se trasladó a Alemania con el fin de escribir una historia de Lied que ya había emprendido bajo la dirección de uno sus profesores del instituo, Albert Grün, un refugiado político alemán que lo inició en la literatura alemana y en la filosofía de Hegel. 

ACERCA DEL LIBRO: 
La tradición histórica registra que en toda época y distinto lugar surgieron, periódicamente, sabios instructores, excelsos legisladores, grandes iniciados que orientaron a sus pueblos. Sus enseñanzas trascendieron los siglos, siendo determinantes en las diversas formas de cultura y civilización de la Humanidad. En el Libro Los grandes Iniciados del autor Édouard Schuré, nacido en francesa el 21 de enero de 1841, se nos muestra una nueva visión sobre los personajes más trascendentales para la cultura humana en el ámbito religioso y de sus creencias, dándole un sentido diferente a sus acciones e influencias para la raza humana. Además nos da a conocer ciertas similitudes que estos iniciados habrían tenido durante su vida, por ejemplo, todos los personajes nombrados tuvieron relación con el pueblo egipcio, o todos pasaron por algún periodo de meditación o aislamiento de la sociedad. La obra tiene una extensión aproximada de 500 páginas y nombra dentro de sus personajes a Jesús, Moisés, Krishna, Orfeo, Pitágoras, Platón, entre otros. 

AQUI UNA PARTE QUE EXTRAJE DEL LIBRO QUE TENGO EN MIS MANOS, Y LEO PERIODICAMENTE, QUE ME INTERESO, Y QUIERO COMPARTIR CON TODOS LOS LECTORES, LO VI ACORDE A ESTOS TIEMPOS QUE ESTAMOS VIVIENDO 

Capitulo de Hermes: (fragmento) 

Hacia el año 2200 antes de Jesucristo, el Egipto sufrió la crisis más 
temible por que un pueblo puede atravesar: la de la invasión extranjera y de 
una semiconquista. La invasión fenicia era en sí misma la consecuencia del 
gran cisma religioso en Asia, que había sublevado a las masas populares, 
sembrado la discordia en los templos. Conducida por los reyes pastores 
llamados Hicsos, esa invasión lanzó un diluvio sobre el Delta y el Egipto 
medio. Los reyes cismáticos traían consigo una civilización corrompida, la 
malicia jónica, el lujo del Asia, las costumbres del harén, una idolatría 
grosera. La existencia nacional del Egipto estaba comprometida, su 
intelectualidad en peligro, su misión universal amenazada. Pero llevaba en sí 
un alma de vida, es decir, un cuerpo orgánico de iniciados, depositarios de 
la antigua ciencia de Hermes y de Am-món-Rá. ¿Qué hizo aquella alma?. 
Retirarse al fondo de sus santuarios, replegarse en sí misma para resistir mejor 
al enemigo. En apariencia, el sacerdocio se inclinó ante la invasión y 
reconoció a los usurpadores que llevaban la ley del Toro y el culto del buey 
Apis. Sin embargo, ocultos en los templos, los dos consejos guardaron allí, 
como un depósito sagrado, su ciencia, sus tradiciones, la antigua y pura 
religión, y con ella la esperanza de una restauración de la dinastía 
nacional. En esta época fue cuando los sacerdotes difundieron entre el 
pueblo la leyenda de Isis y de Osiris, del desmembramiento de este último y 
de su resurrección próxima por su hijo Horus, que volvería a encontrar sus 
miembros dispersos arrastrados por el Nilo. Se excitó la imaginación de la 
multitud por la pompa de las ceremonias públicas. Se sostuvo su amor a la 
vieja religión representándole las desgracias de la Diosa, sus lamentos por la 
pérdida de su esposo celeste, y la esperanza que ella tenía en su hijo Horus, el 
divino mediador. Pero al mismo tiempo, los iniciados juzgaron necesario 
hacer inatacable la verdad esotérica recubriéndola con un triple velo. A la 
difusión del culto popular de Isis y de Osiris corresponde la organización 
interior y sabia de los pequeños y de los grandes Misterios. Se les rodeó de 
barreras casi infranqueables, de peligros tremendos. Se inventaron las pruebas 
morales, se exigió el juramento del silencio, y la pena de muerte fue 
rigurosamente aplicada contra los iniciados que divulgaban el menor detalle 
de los Misterios. Gracias a esta organización severa, la iniciación egipcia llegó 
a ser, no solamente el refugio de la doctrina esotérica, sino también el crisol de 
una resurrección nacional y la escuela de las religiones futuras. Mientras los 
usurpadores coronados reinaban en Memphis, Thebas se preparaba 
lentamente para la regeneración del país. De su templo, de su arca solar, 
salió el salvador del Egipto, Amos, que arrojó a los Hicsos del país después de 
nueve siglos de dominación, restauró la ciencia egipcia en sus derechos y la 
religión viril de Osiris. 

De este modo los Misterios salvaron el alma del Egipto de la tiranía 
extranjera, y esto para bien de la humanidad. Porque tal era entonces la 
fuerza de su disciplina, el poder de su iniciación, que encerraba en sí una 
mejor fuerza moral, su más alta selección intelectual. La iniciación antigua 
reposaba sobre una concepción del hombre a la vez más sana y más elevada 
que la nuestra. Nosotros hemos disociado la educación del cuerpo de la del 
alma y del espíritu. Nuestras ciencias físicas y naturales, muy avanzadas en 
sí mismas, hacen abstracción del principio del alma y de su difusión en el 
universo; nuestra religión no satisface las necesidades de la inteligencia, 
nuestra medicina no quiere saber nada ni del alma ni del espíritu. El 
hombre contemporáneo busca el placer sin la felicidad, la felicidad sin la 
ciencia, y la ciencia sin la sabiduría. La antigüedad no admitía que se 
pudiesen separar tales cosas. En todos los dominios, ella tenía en cuenta la 
triple naturaleza del hombre. La iniciación era un adiestramiento gradual 
de todo el ser humano hacia las cimas vertiginosas del espíritu, desde donde 
se puede dominar la vida. “Para alcanzar la maestría — decían los sabios 
de entonces — el hombre tiene necesidad de una refundición total de su 
ejercicio simultáneo de la voluntad, de la intuición y del razonamiento. Por 
su completa concordancia, el hombre puede desarrollar sus facultades 
hasta límites incalculables. El alma tiene sentidos dormidos: la iniciación 
los despierta. Por medio de un estudio profundo, una aplicación constante, 
el hombre puede ponerse en relación consciente con las fuerzas ocultas del 
universo. Por un esfuerzo prodigioso, puede alcanzar la perfección espiritual 
directa, abrirse las vías del más allá, y hacerse capaz de dirigirse a ellas. 
Entonces, solamente, puede decir que ha vencido al destino y conquistado su 
libertad divina. Entonces sólo, el iniciado puede llegar a ser iniciador, profeta 
y teurgo, es decir: vidente y creador de almas. Porque sólo el que se domina a 
sí mismo puede dirigir a los otros; sólo es libre el que puede libertarse, 
únicamente puede emancipar el que está emancipado. 

Así pensaban los iniciados antiguos. Los más grandes de entre ellos 
vivían y obraban en consecuencia. La verdadera iniciación era una cosa bien 
distinta a un sueño nuevo, y mucho más que una simple enseñanza científica, 
era la creación de un alma por sí misma, su germinación sobre un plano 
superior, su floración en el mundo divino. 

Trasladémonos al tiempo de los Ramsés, a la época de Moisés y de Orfeo, 
hacia el año 1300 antes de nuestra era, y tratemos de penetrar en el corazón de 
la iniciación egipcia. Los monumentos figurados, los libros de Hermes, la 
tradición judía y griega, permiten 
hacer revivir sus fases ascendentes y formarnos una idea de su más alta 
revelación. 


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