La rebelión de la consciencia
Juan Antonio Martínez de la Fe , 25/11/2014
Ficha Técnica
Título: La rebelión de la consciencia
Autor: José Luis San Miguel del Pablos
Edita: Kairós, Barcelona, 2014
Colección: Ensayo
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 190
ISBN: 978-84-9988-406-6
Precio: 14 euros
Podría parecer que el término “rebelión” resulta un tanto extremo; pero, en este libro, no lo es. Al contrario, es muy acertado. Nos encontramos ante un libro muy claro desde las primeras líneas, desde su Introducción, donde José Luis San Miguel de Pablos, nos expone el fundamento de su ensayo y las líneas por las que discurrirá a lo largo de sus páginas.
“La humanidad se encuentra actualmente en una encrucijada mucho más que económica.” Y no le falta razón. ¿Hay alguien que lo ponga en duda? La cuestión es analizar esa situación y tratar de encontrar una salida. Nos dice el autor: “El punto de vista que se expone en este libro es que en la metafísica materialista, en tanto que presupuesto filosófico de la modernidad, reside gran parte de la responsabilidad por las patologías sociales existentes, unas patologías extremadamente graves a cuyo clímax estamos asistiendo.”
Aduce San Miguel de Pablos que ninguna de las habituales metafísicas, a las que, más o menos, estamos acostumbrados, sirve para fundamentar una guía de conducta. Solo una podría potencialmente acudir a darle fundamento: el noocentrismo. ¿Qué entiende por noocentrismo? “Una visión espiritual de nosotros mismos, de la vida y de la Realidad, radicalmente laica y capaz de fundamentar una ética universal. Una visión capaz de sustentar de manera coherente la liberación individual y colectiva del ser humano, en armonía con una naturaleza entendida como de igual importancia.” No deja de reconocer el autor, sin embargo, que las concepciones espirituales no gozan de gran predicamento; es más, se las considera, con frecuencia, como ilusiones escapistas para eludir la problemática real. Pero él está convencido de que “resituar en el centro el ‘foco de ser’, la consciencia (o el espíritu …, escoja cada cual el término que prefiera) es fundamental para enfrentarse a un sistema que intenta por todos los medios robotizarnos, mecanizarnos” y que es la única vía de solución. Y lo afirma con rotundidad: “La recuperación de nuestra dignidad y orgullo de SER, de aquello, en suma que […] compartimos con el resto de la vida del planeta, es la única actitud revolucionaria (o quizás mejor re-evolucionaria […] verdaderamente consecuente y potencialmente eficaz en las actuales circunstancias.”
El primer capítulo de la obra se titula La realidad incomprendida. De “alma” a “epifenómeno.” En él, el autor trata de profundizar y explicar la importancia de simplemente ser: “Existo (soy) incluso sin pensar,” lo que, a su juicio, es más verdadero que el clásico cogito ergo sum. Se trata, nada más y nada menos, de ser, sin más: pura consciencia. Recorre las tendencias que nos han llevado a objetualizar el alma, cuando se ha creído en ella, pues la ciencia empírica la niega, a lo que José Luis San Miguel opone que “vale decir que el dominio de la ciencia no es la totalidad y ni siquiera la totalidad de la experiencia, como cree Agazzi, sino solo la totalidad de la experiencia mediada sensorialmente, por lo que el cogito queda automáticamente excluido.”
Se detiene, también, en exponer las tesis de los materialistas eliminativos, los que estiman que la consciencia no existe o que, a lo sumo, se trata de un subproducto o epifenómeno de la función cerebral, citando como ejemplos ilustrativos a López Corredoira, Paul y Patrica Churchland o Dennett, concluyendo que “el eliminismo no es sino la forma más extrema del materialismo filosófico.” Presta igualmente atención a la psicología conductista, de la que dice que, aunque fiel al método científico, no lo es al sustantivo psicología. Y pasa revista a la controversia científico-filosófica que mantuvieron John Searle y David Chalmers.
Finaliza el capítulo con el epígrafe Pero, finalmente, ¿qué demonios es la consciencia? Y, como el propio autor afirma, no se anda por las ramas a la hora de definirla: “Es la realidad-en-sí de cualquier ser viviente. El en-sí (o desde-sí) cada uno de ellos y, claro está, el en-mí, el fondo de mi ser, lo que inmediatamente me hace ser, sin atributos mentales, sociológicos ni de ningún otro tipo.” Dicho y explicitado queda. Aunque esto no exime de ulteriores aclaraciones que despliega en el resto del epígrafe.
El segundo capítulo supone un nuevo paso en la exposición de la hipótesis de partida; trata de La naturaleza del materialismo, lo opuesto a cualquier atisbo del existir inmaterial. El comentario, con el que San Miguel de Pablos lo cierra, no deja resquicios a la duda sobre su postura: “no es bueno guardar silencio por más tiempo ante el sinsentido de una concepción de la naturaleza, la vida y el hombre que todavía se nos quiere presentar como una liberadora iconoclasia, cuando no es sino un planteamiento dogmático que en sus formas extremas cae en el absurdo, y cuyos negativos efectos, tanto a nivel individual como social, son fácilmente constatables. Ahora más que nunca.” No se puede ser más claro. En las páginas previas a esta conclusión, desarrolla los argumentos que le han conducido a su redacción.
Comienza su exposición con la idea de que, detrás de las grandes ideas guía, siempre hay macroparadigmas cuyos núcleos consisten en concepciones metafísicas y uno de esos macroparadigmas, fundamental para el nacimiento y desarrollo de la civilización industrial moderna, es el materialismo. Su filosofía materialista se ha presentado como inseparable de la cientificidad y, siendo reconocida la ciencia como el único acceso fiable a la realidad, el materialismo filosófico se vino a convertir en una nueva religión que trataba de liberar al hombre y no solo a nivel material.
Prosigue el autor con la explanación de las más recientes teorías sobre la realidad, que llevan a la paradoja de un materialismo sin materia; teorías a las que prestan su apoyo los últimos avances de la física cuántica. Enfrenta, luego, al materialismo con la mística y, también con la sociedad, haciendo ver sus posibles contradicciones, hasta llegar al economicismo (que no la economía) como forma socialmente operativa del materialismo filosófico que nos ha llevado a trastocar la escala de nuestros valores, encumbrando el tener y poseer, raíles por los que discurre la angustiosa sociedad en que vivimos y nos movemos.
Y, tras el materialismo, la espiritualidad. Una espiritualidad experiencial y comprometida, como titula el autor al tercer capítulo de la obra que comentamos. Partiendo de la idea de que espiritualidad no es sinónimo de religión, José Luis San Miguel, con apoyo en pensadores nada sospechosos de creyentes, nos dice que “existe un tipo de inquietud y de posibilidad de experiencia que no es reductible al afán de saber (curiosidad científica), a la apuesta metafísica (religión y filosofía) y ni siquiera al impulso altruista de solidaridad, pese a estar vinculado a todo ello,” aunque no deja de reconocer la dificultad de definir ese ámbito. Lo que sí parece evidente es que nos encontramos en una nueva era, diferente a la corriente espiritualista new age, tan denostada por ser acusada de ingenua y escapista de la realidad.
¿Cuáles serían los elementos que vertebran el paradigma de esta nueva era? Propone el autor dos: 1) el asentamiento de una concepción evolutiva del mundo; y 2) la toma de conciencia de la fundamentalidad de la consciencia misma, de la interioridad de todo ser humano y de todo ser vivo. Las religiones se muestran recelosas de este nuevo paradigma, pues tiene este una tendencia que lleva a religar, a restablecer el vínculo necesario entre el ser humano y el Ser global (el Universo, la Vida, Dios), y que la hace sospechosa de competidora. Pero, en esta línea novedosamente paradigmática no se desprecia a la materia, sino que, asumiéndola, la espiritualiza, notándose las brisas influyentes de las teorías, sumamente sugestivas, de Teilhard de Chardin.
El autor nos propone cinco rasgos de este paradigma, que luego desarrolla detenidamente con gran acierto didáctico:
1. Naturalista, evolutivo, ecológico y sistémico.
2. Racionalidad compleja, “no racionalista”. Ética de responsabilidad para con la vida humana, no humana, presente y futura.
3. Espiritualidad adogmática, universalista y experiencial. Recuperación de la esperanza.
4. No exclusivista ni excluyente, sino inclusivo y reequilibrante.
5. Economía al servicio de la gente, con respeto para la diversidad y la libertad, así como para con la vida del planeta.
Decía André Malraux que el siglo XXI será espiritual o no será. Y el autor, apoyándose en esta sentencia, nos indica los pasos a seguir para conseguir una auténtica liberación del ser humano, y que resume en dos: 1) reconocernos, con sentimiento de dignidad y orgullo, como seres reales conscientes, deteniéndonos en cada una de estas tres palabras, seres, reales y conscientes; y 2) reaprender a pensar, a sentir y a relacionarnos haciendo pie en la Tierra Firme, es decir, recobrar la naturalidad del vivir, tener plena conciencia de ser.
Se detiene, también, en el misterio de la materia; con estas palabras: “Así, un cerebro material-energético puede focalizar y estructurar la realidad-consciencia, al mismo tiempo que es concebido y definido como tal por ella.” Es decir, poner en primer plano la cuestión filosófica y científica del estatus ontológico de la consciencia pura. Y, en la idea de profundizar en esta materia, recurre a la manera oriental de pensar, deteniéndose, principalmente, en el hinduismo.
Cierra este capítulo, que merece un lugar destacado en el conjunto de la obra, con el epígrafe Dejar caer las vendas de los ojos; en él recoge once puntos sobre las cosas que sabemos, pues, como afirma, “mucha gente en el fondo ‘sabe’, pero no quiere admitir que sabe, por lo que sigue comportándose como si no supiera” y es necesario apartar esa venda de ignorancia inducida.
Llegamos así al penúltimo capítulo de este interesante libro, epigrafiado No tienen alma. El sujeto elíptico del verbo son, en este caso y sobre todo, los animales; aunque, tiempos hubo en que se dudó de que algunas tribus atrasadas, por lo general de piel no blanca e, incluso, las mujeres, la tuviesen. Negar el alma a los animales es negar en ellos toda interioridad y hasta toda vitalidad. Tal a todas luces excesiva pretensión solo podía tener dos derivadas: o negar el alma a todos, incluido el ser humano; o, bien, rectificar y devolverles el alma (o su significado esencial). Y ambas derivadas se han producido, aunque no haya concordancia en la definición exacta de “alma”.
Ha sido Pierre Teilhard de Chardin quien expuso una de las aproximaciones más interesantes a la comprensión de lo que es el alma. “Lo hizo en dos pasos: primero, exponiendo su concepción de que la materia no es extraña a la consciencia, sino que la contiene en su germen; y en segundo lugar proponiendo su Ley de Complejidad-Consciencia.” Partiendo de aquí, el autor nos aclara que, cuando habla del alma de los animales no se trata de que esta vaya al cielo cuando mueren, o que se reencarne, o cualquiera otra de las teorías que se manejan; se trata de algo mucho más sencillo: vemos y sentimos que son conscientes, que tienen consciencia. “Esto es el alma”, afirma José Luis San Miguel.
A continuación, nos expone tres aspectos en los que el cambio de concepción del animal tiene especial incidencia: 1. Cambios en el comportamiento, la legislación y la teoría ética; 2. Cambios en la sensibilidad y apertura de un camino de sanación; y 3. Desbloqueos cognitivos.
Llegados a este punto, el autor nos enfrenta a uno de sus más avanzados postulados. Parte de la pregunta de en qué momento de la evolución aparece el primer organismo con interioridad. Y, dado que no es aceptable una intervención externa que la insuflara en un primate para derivar en el homo sapiens, solo encuentra una solución: “Algo tiene que haber en la materia (y en la energía, la gravitación, el espacio, el tiempo, …) que, en profundidad, sea de la naturaleza de la consciencia. ¡Physis y nous tienen que tener, necesariamente, algo que ver.” Tres son las referencias que le sirven de base: Pierre Teilhard de Chardin en primer lugar; luego Jung y, finalmente, el Alma del Mundo, aquella idea antigua de la Naturphilosophie, la rama científica (¿realmente fallida?) del romanticismo filosófico, a la que dedica varias páginas.
Hay una advertencia: la consciencia no es la mente y no es funcional; y, en esta línea, considera el autor que la concepción advaita hindú no ha sido superada. Lo reitera: “La consciencia es lo que hace que la mente vivencie su propia cognitividad, y que esta no sea un simple procesado de datos que no ‘se entera’ de nada.” Por lo que, en ausencia de la consciencia, todo se esfuma, la realidad desaparece. “Es condición óntica absoluta y, por eso, la muerte, entendida como aniquilación total de la consciencia, no puede existir. La consciencia ha de ser ‘siempre’, de algún modo.” Transcrito literalmente, porque el autor reconoce que esto es fuerte y que, sin duda, provocará incredulidad o abierto rechazo en más de uno. Pero, no cabe duda, es una de las aportaciones más interesantes de su estudio.
El capítulo lo cierra con unas Anotaciones éticas. La bondad ¿es no causar nunca sufrimiento? A raíz de todo lo expuesto hasta ahora, concluye que la consciencia y solo ella, no la condición humana y mucho menos la de alguien particular, es lo que hace que haya bien, que haya mal y que haya ética. Y explica dos extremos que sintetizan las posturas arquetípicas: la del inocente, el que está libre de toda culpa, y la del pretendido ángel, que vive obsesionado por la posibilidad de causar sufrimiento y trata de evitarlo a toda costa.
El grito del ser. Título del quinto capítulo. Se trata, no de un grito paralizante, sino de un grito que nos incita a actuar. San Miguel de Pablos ve en el juego de la vida actual dos aspectos que la definen: la cuantificación y la imagen. Tendencia a numerar todo, con un vástago rollizo, el economicismo, que no solo niega el alma, sino que trata de aniquilarla. Y tendencia a priorizar lo que se visualiza, lo externo, el escepticismo radical, moderno y posmoderno, hacia la posibilidad de entrar en contacto con el ser, con el ser del otro y el ser de uno mismo, cuando la auténtica realidad es que el ser soy yo y eres tú.
Esto ha llevado a la actual situación de infierno en que vivimos; apostillando a Sartre, el infierno no son los otros, no, el infierno es un mundo que ha desplazado del centro al ser. ¿Quiénes son los culpables de este lamentable estado de cosas? Los malos, claro, pero no en el sentido judeocristiano e islámico, sino en el de que son actores de la no-comprensión, de la ceguera y de la incapacidad para comprender lo real. Y la principal manifestación de esos malos es el actual sistema socioeconómico que impera globalmente y que se sostiene merced a la cobardía y el fatalismo de la inmensa mayoría; en otras palabras, a causa del miedo: a perder lo que tenemos, a lo desconocido, al inconcebible no ser, a la muerte, …
Y porque ello nos produce sufrimiento, nos arranca el grito; los robots no gritan, pero gritar de verdad implica sentir y eso es algo que presupone consciencia, aquello que define al ser-que-es, incluido naturalmente el humano. De ahí que el objetivo del materialidmo será automatizarnos. Aunque, claro, el problema no es la tecnología y menos la ciencia, sino que la tecnociencia y los que de ella se ocupan no entienden la consciencia. Y el grito de la humanidad, en esta encrucijada incierta tiene todas las características de un proceso iniciático colectivo, de especie, más que de civilización.
En el epígrafe Del economicismo como modelo de simplificación a la evolución como modelo de complejidad describe cómo el sistema socioeconómico e ideológico vigente es maquiavélico, porque consigue obligar a la mayoría a ocuparse únicamente de la supervivencia y a no pensar en nada más; a no poder ascender un peldaño en la escala de necesidades que permita una visión global, imprescindible para fraguar estrategias de liberación.
Para el autor, los términos derecha e izquierda en política y en lo social sí tienen sentido, aplicando el fijismo a la primera y el evolucionismo a la segunda; y, para él, la razón la tiene la izquierda. Lo que afirma porque, a su juicio, no hay lugar para la ambigüedad y la cobardía. Lógicamente, argumenta su postura ideológica. Se apoya en Aurobindo, Teilhard, el Dalai Lama o Leonardo Boff. Y concluye con contundencia: “estoy convencido de que lo absolutamente prioritario hoy es que llegue a haber en numerosos países una ‘masa crítica’ (lo que no significa una mayoría, cosa seguramente utópica) de seres humanos no ‘liberados’, sino que simplemente han empezado a caminar. Seres humanos que hayan descubierto su propia consciencia, con eso sobra y basta.” Y más adelante: “Es necesario que actuemos, empezando por cambiar nosotros mismos, y siguiendo por luchar también en el mundo exterior, con inteligencia y serenidad, y hasta donde sea necesario. Conviene también que nos preparemos para cuando llegue, que llegará, el momento decisivo.”
Antes de cerrar la obra con el apartado dedicado a la Bibliografía, el autor nos aporta una Conclusión. La humanidad necesita una visión desbloqueante. Arranca con la idea de que no es posible vivir sin un trasfondo metafísico, aunque no se sea consciente de ello. Y también con que quien anhela que el mundo cambie tiene que tener alguna idea que lo mueva a ello. En el pasado, las religiones y el materialismo filosófico aportaron esas metafísicas necesarias, pero ya no pueden seguir haciéndolo; lo que no quiere decir que numerosas personas, vinculadas a las religiones tradicionales, no laboren consciente y eficazmente por el desbloqueo espiritual y la liberación material de una humanidad que desea seguir evolucionando, tomando de sus respectivas religiones lo que hay de auténticamente valioso en ellas, pero no en cuanto a los aparatos de poder y a las dogmáticas. Tampoco los fundamentalismos ni el materialismo-racionalismo pueden aportar las metafísicas necesarias para el cambio.
Las propias palabras del autor serán las más apropiadas para cerrar este comentario: “Llega un momento en que la prepotencia de los restos (porque no son más que eso) del materialismo, filosófico, cientificista o economicista resulta insoportable, y en el que no existe razón alguna para seguir soportándola, y mucho menos en silencio y mirando al suelo. “ Hay un orgullo, sí: el orgullo de ser. Y ¿cuál puede ser esa metafísica subyacente a la idea que puede revelarse capaz de guiar la transformación radical? Pues una metafísica de la vida-consciencia, que implica una metafísica del ser.
Y cierra: “Lo que desde aquí se propone, pues, a todos los que saben que así no se puede seguir, es abandonar el espejismo del materialismo filosófico, dejar de una vez de considerarlo una idea progresista y efectuar, ante todo cada uno en su interior, un giro noocéntrico.”
Ciertamente, nos encontramos ante un libro valiente, ante un autor que nos ofrece sus propuestas, racionalmente argumentadas y expuestas sin tapujos. No teme tomar postura ante los hechos. Nos ofrece su visión y su oferta de solución. Consciente, eso sí, de que no todos aceptarán sus presupuestos, muchos los rechazarán y no pocos los mirarán despectivamente. Pero, para él, no es hora de callar, sino de hablar con claridad. Y así lo hace, empleando un lenguaje asequible, muy cercano incluso, directísimo y coloquial; hace hincapié en sus ideas fundamentales, destacándolas con herramientas tipográficas (negritas, cursivas, guiones,…). Un esfuerzo merecedor de la atención de los lectores, pues no les defraudará.
Índice
Introducción
1. La realidad incomprendida. De “alma” a “epifenómeno”
2. La naturaleza del materialismo
3. Una espiritualidad experiencial y comprometida
4. “No tienen alma”
5. El grito del ser
Conclusión: La humanidad necesita una visión desbloqueante
Bibliografía
Título: La rebelión de la consciencia
Autor: José Luis San Miguel del Pablos
Edita: Kairós, Barcelona, 2014
Colección: Ensayo
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 190
ISBN: 978-84-9988-406-6
Precio: 14 euros
Podría parecer que el término “rebelión” resulta un tanto extremo; pero, en este libro, no lo es. Al contrario, es muy acertado. Nos encontramos ante un libro muy claro desde las primeras líneas, desde su Introducción, donde José Luis San Miguel de Pablos, nos expone el fundamento de su ensayo y las líneas por las que discurrirá a lo largo de sus páginas.
“La humanidad se encuentra actualmente en una encrucijada mucho más que económica.” Y no le falta razón. ¿Hay alguien que lo ponga en duda? La cuestión es analizar esa situación y tratar de encontrar una salida. Nos dice el autor: “El punto de vista que se expone en este libro es que en la metafísica materialista, en tanto que presupuesto filosófico de la modernidad, reside gran parte de la responsabilidad por las patologías sociales existentes, unas patologías extremadamente graves a cuyo clímax estamos asistiendo.”
Aduce San Miguel de Pablos que ninguna de las habituales metafísicas, a las que, más o menos, estamos acostumbrados, sirve para fundamentar una guía de conducta. Solo una podría potencialmente acudir a darle fundamento: el noocentrismo. ¿Qué entiende por noocentrismo? “Una visión espiritual de nosotros mismos, de la vida y de la Realidad, radicalmente laica y capaz de fundamentar una ética universal. Una visión capaz de sustentar de manera coherente la liberación individual y colectiva del ser humano, en armonía con una naturaleza entendida como de igual importancia.” No deja de reconocer el autor, sin embargo, que las concepciones espirituales no gozan de gran predicamento; es más, se las considera, con frecuencia, como ilusiones escapistas para eludir la problemática real. Pero él está convencido de que “resituar en el centro el ‘foco de ser’, la consciencia (o el espíritu …, escoja cada cual el término que prefiera) es fundamental para enfrentarse a un sistema que intenta por todos los medios robotizarnos, mecanizarnos” y que es la única vía de solución. Y lo afirma con rotundidad: “La recuperación de nuestra dignidad y orgullo de SER, de aquello, en suma que […] compartimos con el resto de la vida del planeta, es la única actitud revolucionaria (o quizás mejor re-evolucionaria […] verdaderamente consecuente y potencialmente eficaz en las actuales circunstancias.”
El primer capítulo de la obra se titula La realidad incomprendida. De “alma” a “epifenómeno.” En él, el autor trata de profundizar y explicar la importancia de simplemente ser: “Existo (soy) incluso sin pensar,” lo que, a su juicio, es más verdadero que el clásico cogito ergo sum. Se trata, nada más y nada menos, de ser, sin más: pura consciencia. Recorre las tendencias que nos han llevado a objetualizar el alma, cuando se ha creído en ella, pues la ciencia empírica la niega, a lo que José Luis San Miguel opone que “vale decir que el dominio de la ciencia no es la totalidad y ni siquiera la totalidad de la experiencia, como cree Agazzi, sino solo la totalidad de la experiencia mediada sensorialmente, por lo que el cogito queda automáticamente excluido.”
Se detiene, también, en exponer las tesis de los materialistas eliminativos, los que estiman que la consciencia no existe o que, a lo sumo, se trata de un subproducto o epifenómeno de la función cerebral, citando como ejemplos ilustrativos a López Corredoira, Paul y Patrica Churchland o Dennett, concluyendo que “el eliminismo no es sino la forma más extrema del materialismo filosófico.” Presta igualmente atención a la psicología conductista, de la que dice que, aunque fiel al método científico, no lo es al sustantivo psicología. Y pasa revista a la controversia científico-filosófica que mantuvieron John Searle y David Chalmers.
Finaliza el capítulo con el epígrafe Pero, finalmente, ¿qué demonios es la consciencia? Y, como el propio autor afirma, no se anda por las ramas a la hora de definirla: “Es la realidad-en-sí de cualquier ser viviente. El en-sí (o desde-sí) cada uno de ellos y, claro está, el en-mí, el fondo de mi ser, lo que inmediatamente me hace ser, sin atributos mentales, sociológicos ni de ningún otro tipo.” Dicho y explicitado queda. Aunque esto no exime de ulteriores aclaraciones que despliega en el resto del epígrafe.
El segundo capítulo supone un nuevo paso en la exposición de la hipótesis de partida; trata de La naturaleza del materialismo, lo opuesto a cualquier atisbo del existir inmaterial. El comentario, con el que San Miguel de Pablos lo cierra, no deja resquicios a la duda sobre su postura: “no es bueno guardar silencio por más tiempo ante el sinsentido de una concepción de la naturaleza, la vida y el hombre que todavía se nos quiere presentar como una liberadora iconoclasia, cuando no es sino un planteamiento dogmático que en sus formas extremas cae en el absurdo, y cuyos negativos efectos, tanto a nivel individual como social, son fácilmente constatables. Ahora más que nunca.” No se puede ser más claro. En las páginas previas a esta conclusión, desarrolla los argumentos que le han conducido a su redacción.
Comienza su exposición con la idea de que, detrás de las grandes ideas guía, siempre hay macroparadigmas cuyos núcleos consisten en concepciones metafísicas y uno de esos macroparadigmas, fundamental para el nacimiento y desarrollo de la civilización industrial moderna, es el materialismo. Su filosofía materialista se ha presentado como inseparable de la cientificidad y, siendo reconocida la ciencia como el único acceso fiable a la realidad, el materialismo filosófico se vino a convertir en una nueva religión que trataba de liberar al hombre y no solo a nivel material.
Prosigue el autor con la explanación de las más recientes teorías sobre la realidad, que llevan a la paradoja de un materialismo sin materia; teorías a las que prestan su apoyo los últimos avances de la física cuántica. Enfrenta, luego, al materialismo con la mística y, también con la sociedad, haciendo ver sus posibles contradicciones, hasta llegar al economicismo (que no la economía) como forma socialmente operativa del materialismo filosófico que nos ha llevado a trastocar la escala de nuestros valores, encumbrando el tener y poseer, raíles por los que discurre la angustiosa sociedad en que vivimos y nos movemos.
Y, tras el materialismo, la espiritualidad. Una espiritualidad experiencial y comprometida, como titula el autor al tercer capítulo de la obra que comentamos. Partiendo de la idea de que espiritualidad no es sinónimo de religión, José Luis San Miguel, con apoyo en pensadores nada sospechosos de creyentes, nos dice que “existe un tipo de inquietud y de posibilidad de experiencia que no es reductible al afán de saber (curiosidad científica), a la apuesta metafísica (religión y filosofía) y ni siquiera al impulso altruista de solidaridad, pese a estar vinculado a todo ello,” aunque no deja de reconocer la dificultad de definir ese ámbito. Lo que sí parece evidente es que nos encontramos en una nueva era, diferente a la corriente espiritualista new age, tan denostada por ser acusada de ingenua y escapista de la realidad.
¿Cuáles serían los elementos que vertebran el paradigma de esta nueva era? Propone el autor dos: 1) el asentamiento de una concepción evolutiva del mundo; y 2) la toma de conciencia de la fundamentalidad de la consciencia misma, de la interioridad de todo ser humano y de todo ser vivo. Las religiones se muestran recelosas de este nuevo paradigma, pues tiene este una tendencia que lleva a religar, a restablecer el vínculo necesario entre el ser humano y el Ser global (el Universo, la Vida, Dios), y que la hace sospechosa de competidora. Pero, en esta línea novedosamente paradigmática no se desprecia a la materia, sino que, asumiéndola, la espiritualiza, notándose las brisas influyentes de las teorías, sumamente sugestivas, de Teilhard de Chardin.
El autor nos propone cinco rasgos de este paradigma, que luego desarrolla detenidamente con gran acierto didáctico:
1. Naturalista, evolutivo, ecológico y sistémico.
2. Racionalidad compleja, “no racionalista”. Ética de responsabilidad para con la vida humana, no humana, presente y futura.
3. Espiritualidad adogmática, universalista y experiencial. Recuperación de la esperanza.
4. No exclusivista ni excluyente, sino inclusivo y reequilibrante.
5. Economía al servicio de la gente, con respeto para la diversidad y la libertad, así como para con la vida del planeta.
Decía André Malraux que el siglo XXI será espiritual o no será. Y el autor, apoyándose en esta sentencia, nos indica los pasos a seguir para conseguir una auténtica liberación del ser humano, y que resume en dos: 1) reconocernos, con sentimiento de dignidad y orgullo, como seres reales conscientes, deteniéndonos en cada una de estas tres palabras, seres, reales y conscientes; y 2) reaprender a pensar, a sentir y a relacionarnos haciendo pie en la Tierra Firme, es decir, recobrar la naturalidad del vivir, tener plena conciencia de ser.
Se detiene, también, en el misterio de la materia; con estas palabras: “Así, un cerebro material-energético puede focalizar y estructurar la realidad-consciencia, al mismo tiempo que es concebido y definido como tal por ella.” Es decir, poner en primer plano la cuestión filosófica y científica del estatus ontológico de la consciencia pura. Y, en la idea de profundizar en esta materia, recurre a la manera oriental de pensar, deteniéndose, principalmente, en el hinduismo.
Cierra este capítulo, que merece un lugar destacado en el conjunto de la obra, con el epígrafe Dejar caer las vendas de los ojos; en él recoge once puntos sobre las cosas que sabemos, pues, como afirma, “mucha gente en el fondo ‘sabe’, pero no quiere admitir que sabe, por lo que sigue comportándose como si no supiera” y es necesario apartar esa venda de ignorancia inducida.
Llegamos así al penúltimo capítulo de este interesante libro, epigrafiado No tienen alma. El sujeto elíptico del verbo son, en este caso y sobre todo, los animales; aunque, tiempos hubo en que se dudó de que algunas tribus atrasadas, por lo general de piel no blanca e, incluso, las mujeres, la tuviesen. Negar el alma a los animales es negar en ellos toda interioridad y hasta toda vitalidad. Tal a todas luces excesiva pretensión solo podía tener dos derivadas: o negar el alma a todos, incluido el ser humano; o, bien, rectificar y devolverles el alma (o su significado esencial). Y ambas derivadas se han producido, aunque no haya concordancia en la definición exacta de “alma”.
Ha sido Pierre Teilhard de Chardin quien expuso una de las aproximaciones más interesantes a la comprensión de lo que es el alma. “Lo hizo en dos pasos: primero, exponiendo su concepción de que la materia no es extraña a la consciencia, sino que la contiene en su germen; y en segundo lugar proponiendo su Ley de Complejidad-Consciencia.” Partiendo de aquí, el autor nos aclara que, cuando habla del alma de los animales no se trata de que esta vaya al cielo cuando mueren, o que se reencarne, o cualquiera otra de las teorías que se manejan; se trata de algo mucho más sencillo: vemos y sentimos que son conscientes, que tienen consciencia. “Esto es el alma”, afirma José Luis San Miguel.
A continuación, nos expone tres aspectos en los que el cambio de concepción del animal tiene especial incidencia: 1. Cambios en el comportamiento, la legislación y la teoría ética; 2. Cambios en la sensibilidad y apertura de un camino de sanación; y 3. Desbloqueos cognitivos.
Llegados a este punto, el autor nos enfrenta a uno de sus más avanzados postulados. Parte de la pregunta de en qué momento de la evolución aparece el primer organismo con interioridad. Y, dado que no es aceptable una intervención externa que la insuflara en un primate para derivar en el homo sapiens, solo encuentra una solución: “Algo tiene que haber en la materia (y en la energía, la gravitación, el espacio, el tiempo, …) que, en profundidad, sea de la naturaleza de la consciencia. ¡Physis y nous tienen que tener, necesariamente, algo que ver.” Tres son las referencias que le sirven de base: Pierre Teilhard de Chardin en primer lugar; luego Jung y, finalmente, el Alma del Mundo, aquella idea antigua de la Naturphilosophie, la rama científica (¿realmente fallida?) del romanticismo filosófico, a la que dedica varias páginas.
Hay una advertencia: la consciencia no es la mente y no es funcional; y, en esta línea, considera el autor que la concepción advaita hindú no ha sido superada. Lo reitera: “La consciencia es lo que hace que la mente vivencie su propia cognitividad, y que esta no sea un simple procesado de datos que no ‘se entera’ de nada.” Por lo que, en ausencia de la consciencia, todo se esfuma, la realidad desaparece. “Es condición óntica absoluta y, por eso, la muerte, entendida como aniquilación total de la consciencia, no puede existir. La consciencia ha de ser ‘siempre’, de algún modo.” Transcrito literalmente, porque el autor reconoce que esto es fuerte y que, sin duda, provocará incredulidad o abierto rechazo en más de uno. Pero, no cabe duda, es una de las aportaciones más interesantes de su estudio.
El capítulo lo cierra con unas Anotaciones éticas. La bondad ¿es no causar nunca sufrimiento? A raíz de todo lo expuesto hasta ahora, concluye que la consciencia y solo ella, no la condición humana y mucho menos la de alguien particular, es lo que hace que haya bien, que haya mal y que haya ética. Y explica dos extremos que sintetizan las posturas arquetípicas: la del inocente, el que está libre de toda culpa, y la del pretendido ángel, que vive obsesionado por la posibilidad de causar sufrimiento y trata de evitarlo a toda costa.
El grito del ser. Título del quinto capítulo. Se trata, no de un grito paralizante, sino de un grito que nos incita a actuar. San Miguel de Pablos ve en el juego de la vida actual dos aspectos que la definen: la cuantificación y la imagen. Tendencia a numerar todo, con un vástago rollizo, el economicismo, que no solo niega el alma, sino que trata de aniquilarla. Y tendencia a priorizar lo que se visualiza, lo externo, el escepticismo radical, moderno y posmoderno, hacia la posibilidad de entrar en contacto con el ser, con el ser del otro y el ser de uno mismo, cuando la auténtica realidad es que el ser soy yo y eres tú.
Esto ha llevado a la actual situación de infierno en que vivimos; apostillando a Sartre, el infierno no son los otros, no, el infierno es un mundo que ha desplazado del centro al ser. ¿Quiénes son los culpables de este lamentable estado de cosas? Los malos, claro, pero no en el sentido judeocristiano e islámico, sino en el de que son actores de la no-comprensión, de la ceguera y de la incapacidad para comprender lo real. Y la principal manifestación de esos malos es el actual sistema socioeconómico que impera globalmente y que se sostiene merced a la cobardía y el fatalismo de la inmensa mayoría; en otras palabras, a causa del miedo: a perder lo que tenemos, a lo desconocido, al inconcebible no ser, a la muerte, …
Y porque ello nos produce sufrimiento, nos arranca el grito; los robots no gritan, pero gritar de verdad implica sentir y eso es algo que presupone consciencia, aquello que define al ser-que-es, incluido naturalmente el humano. De ahí que el objetivo del materialidmo será automatizarnos. Aunque, claro, el problema no es la tecnología y menos la ciencia, sino que la tecnociencia y los que de ella se ocupan no entienden la consciencia. Y el grito de la humanidad, en esta encrucijada incierta tiene todas las características de un proceso iniciático colectivo, de especie, más que de civilización.
En el epígrafe Del economicismo como modelo de simplificación a la evolución como modelo de complejidad describe cómo el sistema socioeconómico e ideológico vigente es maquiavélico, porque consigue obligar a la mayoría a ocuparse únicamente de la supervivencia y a no pensar en nada más; a no poder ascender un peldaño en la escala de necesidades que permita una visión global, imprescindible para fraguar estrategias de liberación.
Para el autor, los términos derecha e izquierda en política y en lo social sí tienen sentido, aplicando el fijismo a la primera y el evolucionismo a la segunda; y, para él, la razón la tiene la izquierda. Lo que afirma porque, a su juicio, no hay lugar para la ambigüedad y la cobardía. Lógicamente, argumenta su postura ideológica. Se apoya en Aurobindo, Teilhard, el Dalai Lama o Leonardo Boff. Y concluye con contundencia: “estoy convencido de que lo absolutamente prioritario hoy es que llegue a haber en numerosos países una ‘masa crítica’ (lo que no significa una mayoría, cosa seguramente utópica) de seres humanos no ‘liberados’, sino que simplemente han empezado a caminar. Seres humanos que hayan descubierto su propia consciencia, con eso sobra y basta.” Y más adelante: “Es necesario que actuemos, empezando por cambiar nosotros mismos, y siguiendo por luchar también en el mundo exterior, con inteligencia y serenidad, y hasta donde sea necesario. Conviene también que nos preparemos para cuando llegue, que llegará, el momento decisivo.”
Antes de cerrar la obra con el apartado dedicado a la Bibliografía, el autor nos aporta una Conclusión. La humanidad necesita una visión desbloqueante. Arranca con la idea de que no es posible vivir sin un trasfondo metafísico, aunque no se sea consciente de ello. Y también con que quien anhela que el mundo cambie tiene que tener alguna idea que lo mueva a ello. En el pasado, las religiones y el materialismo filosófico aportaron esas metafísicas necesarias, pero ya no pueden seguir haciéndolo; lo que no quiere decir que numerosas personas, vinculadas a las religiones tradicionales, no laboren consciente y eficazmente por el desbloqueo espiritual y la liberación material de una humanidad que desea seguir evolucionando, tomando de sus respectivas religiones lo que hay de auténticamente valioso en ellas, pero no en cuanto a los aparatos de poder y a las dogmáticas. Tampoco los fundamentalismos ni el materialismo-racionalismo pueden aportar las metafísicas necesarias para el cambio.
Las propias palabras del autor serán las más apropiadas para cerrar este comentario: “Llega un momento en que la prepotencia de los restos (porque no son más que eso) del materialismo, filosófico, cientificista o economicista resulta insoportable, y en el que no existe razón alguna para seguir soportándola, y mucho menos en silencio y mirando al suelo. “ Hay un orgullo, sí: el orgullo de ser. Y ¿cuál puede ser esa metafísica subyacente a la idea que puede revelarse capaz de guiar la transformación radical? Pues una metafísica de la vida-consciencia, que implica una metafísica del ser.
Y cierra: “Lo que desde aquí se propone, pues, a todos los que saben que así no se puede seguir, es abandonar el espejismo del materialismo filosófico, dejar de una vez de considerarlo una idea progresista y efectuar, ante todo cada uno en su interior, un giro noocéntrico.”
Ciertamente, nos encontramos ante un libro valiente, ante un autor que nos ofrece sus propuestas, racionalmente argumentadas y expuestas sin tapujos. No teme tomar postura ante los hechos. Nos ofrece su visión y su oferta de solución. Consciente, eso sí, de que no todos aceptarán sus presupuestos, muchos los rechazarán y no pocos los mirarán despectivamente. Pero, para él, no es hora de callar, sino de hablar con claridad. Y así lo hace, empleando un lenguaje asequible, muy cercano incluso, directísimo y coloquial; hace hincapié en sus ideas fundamentales, destacándolas con herramientas tipográficas (negritas, cursivas, guiones,…). Un esfuerzo merecedor de la atención de los lectores, pues no les defraudará.
Índice
Introducción
1. La realidad incomprendida. De “alma” a “epifenómeno”
2. La naturaleza del materialismo
3. Una espiritualidad experiencial y comprometida
4. “No tienen alma”
5. El grito del ser
Conclusión: La humanidad necesita una visión desbloqueante
Bibliografía
Notas sobre el autor
José Luis San Miguel de Pablos es geólogo y se doctoró en filosofía con una tesis sobre la Tierra como foco de paradigmas. Es profesor en las universidades de mayores de la U.P. Comillas y el CEU, en Madrid, donde imparte clases de Filosofía de la Naturaleza, Geobiología e Historia Geológica. Es también autor de Filosofía de la Naturaleza.
José Luis San Miguel de Pablos es geólogo y se doctoró en filosofía con una tesis sobre la Tierra como foco de paradigmas. Es profesor en las universidades de mayores de la U.P. Comillas y el CEU, en Madrid, donde imparte clases de Filosofía de la Naturaleza, Geobiología e Historia Geológica. Es también autor de Filosofía de la Naturaleza.
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