martes, 14 de agosto de 2018

Christianismi Restitutio. 1553 - En el 500 Aniversario del nacimiento de Miguel Servet

Christianismi Restitutio. 1553

Contexto

Miguel Servet de nuevo se sintió obligado a publicar sus puntos de vista porque un pasaje de las Escrituras le había convencido de que el reino del anticristo (el papado) llegaría a su fin en 1585. Tenía la firme convicción de que él era el Miguel al que se le profetizaba que sometería al gran dragón. Un amigo impresor de Basilea al que ofreció el manuscrito, no se atrevió a imprimirlo. Finalmente, tras muchas dificultades y habiendo desembolsado mucho dinero, se imprimió secretamente en una casa vacía de Vienne sin mencionar el lugar, el impresor ni su autor. No obstante, Miguel Servet no pudo resistir la tentación de incluir sus propias iniciales al final e insertar su nombre en diversas partes del texto. Esta obra se tituló Christianismi Restitutio. Cerca de la mitad del libro, consistía en un reaprovechamiento del contenido de dos textos escritos anteriormente por Miguel Servet acerca de la Trinidad. Sólo había añadido sus treinta cartas a Calvino y un discurso dirigido a Melanchthon, conformando en total un libro de casi 700 páginas. Se centraba en su opinión sobre la necesidad de una reforma del cristianismo más rigurosa y completa que la emprendida por los protestantes. Aunque su línea de pensamiento estaba más desarrollada, fundamentalmente no difería de otras obras anteriores. Aun así, era más violenta que antes y, mientras se dirigía más o menos por igual a los católicos y a los protestantes, se mostraba especialmente duro hacia los reformadores y criticaba severamente la doctrina tradicional de la Trinidad con todas las armas proporcionadas por la razón, la historia o las Escrituras. Es en este libro donde Miguel Servet describió la circulación de la sangre, proceso que se menciona en la sección "pasajes de la obra".
Las creencias teológicas de Miguel Servet según Peter Hughes

Pasajes de la obra

El texto que sigue forma parte de los postulados de Miguel Servet sobre la circulación de la sangre. Se le atribuye haber sido el primero en publicar este descubrimiento. Aparece en su último libro, Christianismi Restitutio:
“No sólo por tales obsequios sino también por aquel que nos sopla el aliento del espíritu divino, se dice que Dios nos da su espíritu (Génesis 2 y 6). Nuestra alma es como la antorcha de Dios (Proverbios 20). Es como una llama del espíritu de Dios, un reflejo de la sabiduría de Dios, creados a semejanza de esa sabiduría espiritual, incorporados en ella, conservando la luz innata de la divinidad, la llama de esa sabiduría excepcional y el propio espíritu de la divinidad. Dios mismo declara en el capítulo 6, que el espíritu de la divinidad era innato en el hombre incluso antes del pecado de Adán. Nuestra vida se nos otorga y se nos salvaguarda a través de la bendición de su aliento, como Job dice en el cap. 10, 32 y siguientes. Dios introdujo el aliento del espíritu divino en las narices de Adán con un soplo de aire, por eso perdura (Isaías 2 y Salmos 103). Dios mismo nos mantiene el soplo de vida con su espíritu, dando aliento a esos seres que habitan la tierra y espíritu a esos que la pisan, por eso vivimos, nos movemos y existimos en Él (Isaías 42 y Hechos 17). Viento de los cuatro vientos y aliento de los cuatro alientos unidos por Dios que resucitan a los muertos (Ezequiel 37). A partir de un soplo de aire, Dios concede el espíritu divino a hombres en los cuales la vida del aire inspirado ya era innata. De ahí que en hebreo "espíritu" se represente de igual forma que "aliento". A partir del aire, Dios otorga el espíritu divino, introduciendo el aire junto con el espíritu mismo y la llama de la propia divinidad que llena el aire. Como cita Aristóteles en sus libros De anima, la idea de Orfeo de que el espíritu divino es transportado por los vientos y entra con una inspiración plena es cierta. Las enseñanzas de Ezequiel nos dicen que el espíritu divino contiene una especie de sustancia elemental y, como Dios mismo enseña, se trata de algo presente en la sustancia de la sangre. Explicaré este asunto detenidamente para que puedan así comprender que la sustancia del espíritu creado de Cristo está fundamentalmente unida a la propia sustancia del espíritu santo. Me referiré al aire como espíritu porque en lenguaje sagrado no existe un nombre específico para designar al aire. Es más, este hecho indica que el aliento divino está presente en el aire que el espíritu del Señor llena.
Para que usted, lector, pueda disponer de la doctrina completa del espíritu divino y del espíritu, añadiré aquí la explicación de la filosofía divina que fácilmente comprenderá si tiene conocimientos de anatomía. Se dice que existe en nosotros un triple espíritu formado por tres elementos superiores; el natural, el vital y el animal. Afrodiseo les describe como tres espíritus. Sin embargo, no son tres sino un único espíritu (spiritus). El espíritu vital es el que se comunica a través de la anastomosis desde las arterias hasta las venas, donde pasa a denominarse espíritu natural. Por lo tanto, el primero, el espíritu natural, es el de la sangre, y se encuentra en el hígado y en las venas del cuerpo. El segundo es el espíritu vital, el cual se halla en el corazón y en las arterias del cuerpo. El tercero es el espíritu animal, una especie de rayo de luz, y está en el cerebro y en los nervios del cuerpo. En todos ellos reside la energía de un único espíritu y la luz de Dios. La formación del hombre en la matriz demuestra que el espíritu vital se comunica desde el corazón hasta el hígado. Pues una arteria unida a una vena se comunica a través del ombligo del feto, y de igual manera, poco después, la arteria y la vena se unen para siempre en nosotros. El espíritu divino de Adán fue inspirado de Dios hasta el corazón antes de llegar al hígado, y desde allí ya fue transmitido hasta el hígado. El espíritu divino entró realmente por la boca y la nariz, pero la inspiración se extendió hasta el corazón. El corazón es el principal órgano viviente, la fuente de calor que se halla en medio del cuerpo. Toma del hígado el líquido de la vida, una especie de sustancia, y a cambio le da vida, de forma que el agua líquida proporciona sustancias para elementos superiores y a través de éstos y de la luz, se le vivifica para que, a cambio, pueda coger fuerza. El material del espíritu divino surge de la sangre del hígado a partir de un proceso sorprendente que ahora pasaré a detallar. De ahí que se diga que el espíritu divino está en la sangre y que él mismo es la sangre o el espíritu sanguíneo. No quiero decir que el espíritu divino se encuentre principalmente en las paredes del corazón, del cerebro o del hígado sino que reside en la sangre, como Dios mismo dice en Génesis 9, Levítico 7 y Deuteronomio 12.
Sobre este tema debe primero entenderse la importante creación del espíritu vital, compuesto de una sangre ligera alimentada por el aire inspirado. El espíritu vital tiene su propio origen en el ventrículo izquierdo del corazón, y los pulmones tienen un papel importante en su desarrollo. Se trata de un espíritu enrarecido, producido por la fuerza del calor, de color amarillo rojizo (flavo) y de potencia igual a la del fuego. De manera que es una especie de vapor de sangre muy pura que contiene en sí mismo las sustancias del agua, aire y fuego. Se genera en los pulmones a partir de una mezcla de aire inspirado con la sangre elaborada y ligera que el ventrículo derecho del corazón comunica con el izquierdo. Sin embargo, esta comunicación no se realiza a través de la pared central del corazón, como comúnmente se cree, sino que, a través de un sistema muy ingenioso, la sangre fluye durante un largo recorrido a través de los pulmones. Elaborada por los pulmones, adquiere el tono amarillo rojizo y se vierte desde la arteria pulmonar hasta la vena pulmonar. Entonces, una vez en la vena pulmonar, se mezcla con aire inspirado y a través de la expiración se libera de sus impurezas. Así, completamente mezclada y preparada correctamente para la producción del espíritu vital, es impulsada desde el ventrículo izquierdo del corazón por medio de la diástole.
Sabemos que esta comunicación se establece así a través de los pulmones por las distintas combinaciones y la conexión de la arteria pulmonar con la vena pulmonar en la cavidad pulmonar. El tamaño considerable de la arteria pulmonar lo corrobora, pues no sería de ese tamaño ni emitiría tal fuerza de sangre pura desde el corazón hasta los pulmones sólo para proporcionar el alimento de éstos. Tampoco el corazón daría este servicio a los pulmones, pues, como decía Galeno, durante los primeros meses del embarazo, en el embrión, los pulmones reciben el alimento de otra parte ya que esas pequeñas membranas o válvulas del corazón no se abren hasta el momento del parto. Por lo tanto, el hecho de que la sangre mane de forma tan abundante desde el corazón hasta los pulmones en el mismo momento del nacimiento tiene otro propósito. De igual modo, se envía aire mezclado con sangre, no simplemente aire, desde los pulmones hasta el corazón a través de la vena pulmonar, por lo que la mezcla se produce en los pulmones. Esta sangre espirituosa se torna de color amarillo rojizo en los pulmones, no en el corazón.
No hay suficiente espacio en el ventrículo izquierdo del corazón para tal grande y abundante mezcla ni para que allí se le imprima el color amarillo rojizo. Además, esa pared central no es apta para llevar a cabo este proceso de comunicación y elaboración, pues carece de vasos y otros mecanismos que lo permitan, aunque quizás algo podría traspasarla. Al igual que en el hígado se produce una transfusión de sangre de la vena porta a la vena cava, en el pulmón se realiza una transfusión de sangre del espíritu de la arteria pulmonar a la vena pulmonar. Si alguien compara estos procesos con aquellos que Galeno describió en los libros VI y VII de De usu partium, se dará perfectamente cuenta de una verdad que le era desconocida a Galeno.
De esta forma, el espíritu vital es inyectado del ventrículo izquierdo del corazón a las arterias de todo el cuerpo y, para estar más enrarecido, busca las regiones más elevadas donde se encuentre más elaborado, especialmente en el plexo retiforme ubicado en la parte inferior de la base del cerebro. Y así, aproximándose a la región del alma racional, el espíritu animal empieza a formarse a partir del espíritu vital. De nuevo por la poderosa fuerza de la mente, se enrarece más, se elabora y se completa en los finos vasos llamados arterias capilares que están situados en los plexos coroideos y que contienen a la propia mente. Estos plexos penetran en todas las partes más recónditas del cerebro, rodeando internamente los ventrículos del cerebro, y estos vasos, envueltos y entrelazados entre sí hasta el principio de los nervios, sirven para introducir en estos últimos la facultad sensitiva y la de movimiento. Esos vasos están entrelazados con gran precisión, y aunque se les llamen arterias, en realidad son los extremos de las arterias que se extienden con la ayuda de las meninges hasta el principio de los nervios. Se trata de un nuevo tipo de vasos. Al igual que en el proceso de la transfusión de sangre de las venas a las arterias, en la transfusión de las arterias a los nervios existe un nuevo tipo de vasos de la membrana arterial en la meninge, ya que son especialmente las meninges las que conservan las membranas de los nervios. La sensibilidad de los nervios no radica en su parte blanda, como ocurre en el cerebro. Todos los nervios terminan en unos filamentos membranosos que poseen una extraordinaria sensibilidad y a los que, por este motivo, siempre llega el espíritu. Y, a modo de fuente, desde esos pequeños vasos de las meninges, o plexos coroideos, el espíritu animal fluye como un rayo a través de los nervios para llegar a los ojos y otros órganos sensoriales. Siguiendo la misma ruta a la inversa, se envían a esa misma fuente, unas imágenes claras de elementos que van produciendo sensaciones, penetrando por el interior a través del medio transparente, es decir, el espíritu.
A partir de todo esto, queda suficientemente claro que el alma racional no se aloja en esa masa blanda del cerebro, pues ésta es una zona fría y sin sensaciones. Sin embargo, esta zona, que está fría para poder atenuar el calor abrasador que contienen los vasos, actúa como una almohada de los vasos anteriormente mencionados para evitar que se rompan y como un guardián del espíritu animal para que éste no se disperse en el aire cuando se comunique con los nervios. Por lo tanto, también se observa que los nervios conforman la capa de la membrana de la cavidad interna, siendo así unos fieles guardianes del espíritu reteniéndole desde la meninge más blanda así como retienen otro desde la más fibrosa. Esas áreas vacías de los ventrículos del cerebro que desconciertan a filósofos y médicos, no contienen otra cosa que el espíritu. Los ventrículos se crearon en primer lugar como una cloaca que recibe las impurezas provenientes del cerebro para poder analizar los excrementos a partir de los cuales se originan unos deflujos malsanos y para facilitar un camino hacia el paladar y la nariz. Cuando los ventrículos están completamente llenos de la pituita en la que las propias arterias o los plexos coroideos están sumergidos, entonces, inesperadamente se produce una apoplejía. Si un humor muy tóxico obstruye una región, y su vapor infecta el cerebro, se produce la epilepsia. Ocasionará otras enfermedades según la parte del cuerpo en la que se instale una vez haya sido expulsado. Por consiguiente, podemos confirmar que es la mente la que claramente está aquejada de enfermedades. Debido al desmesurado calor de esos vasos o a la inflamación de las meninges, se produce un claro estado de delirio e histeria. A partir de las enfermedades que se producen según su ubicación o sustancia, a causa de la fuerza del calor y de la ingeniosa construcción de los vasos que lo contienen, y a partir de las acciones de la mente presentes en ella, podemos concluir que debemos considerar detenidamente a esos pequeños vasos, pues todo el resto de elementos y los nervios sensitivos están ligados a ellos para que puedan recibir toda su fuerza. Por último, podemos apreciar que el intelecto se ejercita en esa zona cuando, a raíz del pensamiento que en ella se concentra, esas arterias laten hasta las sienes. El que no haya comprobado todo esto, difícilmente lo comprenderá. Los ventrículos se crearon en segundo lugar para que una parte del aire inspirado que penetra a través de los huesos etmoidales hasta los espacios vacíos pueda, atraído por la diástole de los vasos del espíritu, refrescar y ventilar el espíritu animal que contiene dentro y el alma. En estos vasos, la mente, el alma y el ardiente espíritu requieren una ventilación constante, de lo contrario, como si se tratara de un fuego eterno que se hubiera tapado, se produciría la asfixia. Como en el caso de un fuego común, no sólo se requiere ventilación y soplidos constantes para que pueda coger combustible del aire, sino también para que pueda liberar sus vapores impuros en ese aire. Y de este modo, el fuego externo común se une a un grueso cuerpo terrenal debido a una sequedad común y a una forma de luz común, para conseguir el líquido del cuerpo a medida que su alimento es soplado, sustentado y nutrido por el aire. Así, ese espíritu ardiente y nuestra alma están ligados al cuerpo de igual manera, teniendo a la sangre como alimento. Es soplado, sustentado y alimentado por el espíritu aéreo a través de la inspiración y la expiración para que se produzca una doble alimentación, espiritual y corpórea.”

Ediciones

Christianismi restitutio. Totius ecclesiae apostolicae est ad sua limina vocatio, in integrum restituta cognitione Dei, fidei Christi, iustificationis nostrae, regenerationis baptismi, et coenae domini manducationis. Restitutio denique nobis regno coelesti, Babylonis impiae captivitate soluta, et Antichristo cum suis penitus destructo. M.D. LIII. 734 pp. 8°. Acaba con las iniciales M.S.V.
Existe una reimpresión de un fragmento de Christianismi restitutio hecha por Giorgio Biandrata, un médico italiano que se licenció en Montpellier (donde fue compañero de Rabelais) y llegó a ser médico personal de la esposa italiana del rey Segismundo de Polonia. Más adelante, regresó a Italia y fue obligado a abandonar el país en 1553 por sus convicciones religiosas. Volvió a Polonia y a Transilvania. De Regno Christi Liber primus. De Regno Antichristi Liber secundus. Accessit tractatus de Paedobaptismo, et circuncisione. Rerum capita sequens pagella demonstrabit. (Ju 15, 14. Vos amici mei estis, si feceris quaecunq ego praecipio vobis). Albae Juliae. Anno Domini 1569.

Traducciones

Polaco: Gregorius Paulus (Grzegorz Pawel), quien tradujo algunos capítulos al polaco y los publicó en Pinczów ya en ¡1568! Okazanie Antychrysta y iego Królestwa ze znaków iego wlasnych w slowie bozym opisanych, których tu szescdziesiat. [La llegada del anticristo y su reino según los signos descritos en la Palabra de Dios, los cuales son sesenta].
Alemán: Bernhard Spiess, Wiederherstellung des Christentums, Wiesbaden. Verlag von Chr. Limbarth. 1892, 1895, 1896, 3 volúmenes
Español: se realizó en dos libros separados: uno contenía el Christianismi restitutio y el segundo, el resto del libro sobre Miguel Servet, Miguel Servet, Restitución del Cristianismo. Primera traducción castellana de Ángel Alcalá y Luis Betés. Edición, introducción y notas de Ángel Alcalá (Madrid: Fundación Universitaria Española, 1980). Miguel Servet, Treinta cartas a Calvino. Sesenta signos del Antichristo. Apología de Melanchton. Edición de Ángel Alcalá (Madrid: Editorial
Portugués: Fragmentos de Christianismi restitutio (De mysterio Trinitatis, et veterum disciplina, ad Philippum Melanchthonem, et eius colegas, apologia) Aplogia a Felipe Melanchthon e a suas colegas sobre o mistério de Trinidade e sobre os costumes antigos, como parte de la tesis doctoral de Elaine Cristine Sartorelli, O Programa de Miguel Servet para a Restitução do Cristianismo; Teologia e Retorica na Apologia a Melanchthon, presentada en la Universidad de São Paulo, Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas (São Paulo, 2000).
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“Christianismi Restitutio” En el 500 Aniversario del nacimiento de Miguel Servet

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