EL NUEVO HOMBRE
En la carta de San Pablo a los Romanos leemos: “Y no os conforméis
con este siglo, pero vos transformáis por la renovación de vuestra
mente.” Esto significa cambio de vida o el surgimiento de un nuevo
hombre. En otra carta el apóstol de los gentios afirma que tenemos que
morir diariamente para que nazca un nuevo hombre en novedad de
espíritu. Esto es dar un nuevo rumbo a nuestra vida y depende de la
evolución nuestra conciencia. La expansión de la conciencia es la más
arriesgada de las realizaciones porque pone en riesgo la estabilidad y
las conveniencias del hombre.
Debemos morir para las cosas viejas para que las nuevas puedan
nacer y crecer. No podemos apegarnos a los costumbres antiguas
y perniciosas si aspiramos al crecimiento espiritual. No se pone remiendo
nuevo en paño viejo ni vino nuevo en odres viejos. Si el grano de trigo
no fuera sepultado en la tierra no daría frutos, pues la cáscara debe
desaparecer para que la vida oculta en la semilla pueda manifestarse.
Las cosas no ocurren como en un pase de magia. Toda transformación
verdadera ocurre gradualmente. Entre el cambio del viejo para
el nuevo hombre hay una fase de transición en que los hechos se definen.
Es un periodo doloroso, lleno de pruebas, conflictos, presiones
internas y externas. Es cuando el hombre convive con una soledad aterradora,
pues sus familiares y amigos se alejan, o lo dejan. En una situación
de éstas, el aspirante llega a sentirse desesperado, sufriendo tentaciones
terribles, inclusive la de abandonar todo, renunciando a los
más nobles ideales. El alejamiento de los antiguos amigos y también de
la familia es un factor pues todos ellos se sienten amenazados en sus
convicciones cuando son obligados a convivir con nuevas ideas y
comportamientos.
La transformación del viejo en un nuevo hombre es como la travesía
que el inmigrante hace en el océano en dirección a su nueva
patria. El no consigue persuadir a todos sus amigos y familiares a emprender
el viaje, pues ellos no entienden por qué él abandona su tierra
natal. El inmigrante aprende que no puede restablecer el viejo mundo
en un nuevo continente. Descubre que es preciso ver, sentir, percibir las
cosas nuevas, las lecciones que debe aprender, los cambios estructurales
que deben ocurrir en su vida. Una cosa es verdadera:
El inicio de su vida en la nueva tierra no será nada confortable.
Tendrá que adaptarse inevitablemente a condiciones y situaciones totalmente
extrañas y que en el principio le traerán sufrimiento. Es el precio
a pagar por la perspectiva de una vida mejor.
Esa fase de la evolución de la conciencia es representada en los
Evangelios por el episodio de la Tentación en el Desierto. El desierto
significa el tiempo de aislamiento y de silencio absoluto. El aspirante
necesita de esos momentos de quietud y misticismo (místico viene del
griego MYSTOS que quiere decir : mantenerse en silencio) para renovar
sus fuerzas, pues la angustia es el precio más alto que el hombre
renovado paga al mundo nuevo que tendrá por delante.
En el desierto se evidencia los puntos frágiles de la naturaleza
humana. La voluntad del individuo es probada para verificar si él realmente
quiere avanzar en dirección a una vida nueva o prefiere quedarse
en el camino. Recordando el relato bíblico, los Hebreos fueron conducidos
al desierto para desvincularse definitivamente de los valores y costumbres
egipcios, creando para sí mismos una nueva identidad. El desierto
representa, así, la estación de la poda, en la que las ramas inútiles
son desbastadas, la planta queda fea, aparentemente mutilada, para
que en la época apropiada dé frutos nuevos y adquiera una hermosura
incomparable.
Cuando alguien está insatisfecho con su vida, cuando parece cristalizarse,
cuando todo le es hostil, procura refugiarse en el desierto,
donde la monotonía del silencio le permite oír la voz de su divina esencia.
Es un proceso complicado, pues estremece sus creencias en valores
entonces absolutos y definitivos, que dábanle seguridad y la comodidad
de una estabilidad interna y externa. Esa zambullida en el desierto
interior viene acompañada de un autoquestionamiento, de
revaluaciones profundas. Nada de lo que hiciera hasta entonces hácele
algún sentido. El aspirante puede sentir un vacío enorme en sí mismo,
un momento de purificación y descondicionamiento. Refugiarse en el
desierto no es huir del mundo pero sí tener una nueva relación con él,
vivir en él y no pertenecerle. Es verlo y entenderlo de otra manera. Generalmente
el dolor, el fracaso y las decepciones conducen el hombre al
desierto interior. Va en busca de alguna cosa y acaba encontrandose a
sí mismo. En esa quietud es esencial no juzgar nada ni a ninguna persona,
ni alimentar cualquier expectativa, porque todo eso es nada más
que un engaño luciférico, tentando reconducirlo a su antiguo estilo de
vida. Lo importante es que solamente oiga la voz de la intuición y los
anhelos del corazón.
Cristo, antes de empezar su ministerio pasó por la Tentación en
el Desierto.
Moises, desterrado de Egipto y habiendo perdido su realeza, se
refugió en el desierto, antes de su encuentro con Jeová en la zarza
ardiente, cuando le fue revelada su misión. Saulo, uno de los mayores
perseguidores de los cristianos, se convirtió en Paulo después del encuentro
en el camino de Damasco. También empezó el cumplimiento de
su apostolado después de permanecer tres años en profunda oración
en el desierto de Arabia.
El desierto es el punto de mutación entre el viejo y el nuevo hombre.
Cada transición representa una muerte para un estado inferior de
conciencia. Para ilustrar esa idea es suficiente recordar la transformación
de la oruga en crisálida y de ésta en mariposa. La misma vida
anima las tres formas, siempre buscando canales superiores de expresión.
De la misma manera, el nuevo hombre es una forma superior de
conciencia.
GILBERTO SILOS - CAIXA POSTAL 369
12201-970 – SÃO JOSÉ DOS CAMPOS – SP - BRASIL
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465 - JOYAS ESPIRITUALES -- 03/01 -- FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY
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