SOBRE LA PERSONALIDAD
Los que vivimos en países industrializados y participamos de la economía de consumo, nos centramos para nuestro trabajo y desarrollo social en la mente concreta, en conseguir determinadas metas, siempre partiendo del prisma de la competitividad. Esta civilización industrializada se basa en tener obreros válidos para el trabajo, y eso exige que compitan entre sí, para mejorar esa industrialización y poder mantener el tipo de mercado. Pero no hace falta que sean muy creativos; por eso es por lo que tenemos una escuela que nos enseña mucho conocimiento teórico, que hemos de memorizar, y nos dejan poco tiempo para el juego y la creación. Lo habitual es que aprendamos a vivir siempre compitiendo, entre los compañeros de colegio o de trabajo y hasta entre hermanos, en nuestro entorno familiar. La competencia está implantada en todos los estamentos de nuestras vidas y es, por tanto, lo habitual. El valorar las diferencias entre unos y otros es algo positivo, pues nos proporciona puntos de vista distintos de los nuestros, lo que nos hace descubrir nuevas posibilidades. Pero, cuando a esa observación se le añade un juicio es cuando surge el problema, porque esa acción de ver se transforma en miedo a ser menos, en orgullo de ser más, en querer ser algo que no se es, etc. y se pierde la perspectiva de lo que uno es realmente y del lugar que verdaderamente ocupa.
Esta presión de la competitividad, la constante comparación, son fruto de la mente concreta y del cuerpo de deseos, que rigen nuestras vidas completamente, y nos hacen olvidar que la personalidad (cuerpos físico, etérico, de deseos y mental inferior) es sólo un instrumento de trabajo. Si fuéramos capaces de tener presente esta idea a lo largo del día, cambiarían mucho nuestra perspectiva de la vida y nuestra evolución.
Hay diferentes maneras de trabajar sobre los cuerpos inferiores para que se conviertan en servidores útiles al Yo Superior, pero la base de todos ellos consiste en el convencimiento firme y claro de que son sólo instrumentos y no son nuestro yo. Se dice que la solución de un problema empieza a aparecer cuando se asume que se tiene un problema. Deberíamos, pues, intentar tener presente en todo momento que nuestra personalidad es sólo una herramienta de trabajo, pues esa idea nos ayudaría a mejorar, a usar la mente concreta para los trabajos concretos, y a evitar juzgar, tanto nuestros actos, como los ajenos.
Una buena manera de empezar a ver los problemas y desajustes propios consiste en prestar permanente atención a nuestro entorno. Si observamos las vicisitudes de la vida diaria desde la perspectiva de la realidad que propone el ocultismo, sabremos por dónde empezar. Porque, si aceptamos que nuestra personalidad es un instrumento que debemos controlar, y que nuestro entorno nos proporciona todas las oportunidades necesarias para ir mejorando, comprobaremos que eso es una realidad, porque toda la gente con la que nos encontramos a lo largo del día, nos proporciona distintas situaciones, y será nuestra reacción ante ellas lo que va a determinar nuestro camino. Si consideramos los inconvenientes como pruebas para desarrollar nuestra templanza, y los vemos como oportunidades de crecimiento, cambiará completamente nuestra actitud ante ellos. Entonces, en lugar de enfadarnos o molestarnos o ponernos nerviosos, decidiremos actuar de la manera más acorde con nuestros más elevados pensamientos e intenciones y mejoraremos en cada situación, siendo nuestra evolución más rápida y concreta.
Hay diferentes ejercicios que no entrañan ningún peligro, que se han dado a lo largo de la historia y a los cuales es fácil llegar de forma natural cuando uno ha decidido mejorarse a sí mismo. Todos se inician tratando de darse uno cuenta de cuáles son sus grandes carencias, es decir fijándose no en las situaciones concretas sino, a lo largo del tiempo, en cuál es la “pierna de que uno cojea”. Es fácil determinar si es la paciencia, la ira, el orgullo, etc. Y, si uno es sincero consigo mismo y tiene el propósito de mejorar, tarde o temprano lo va a descubrir. Y, si uno piensa que no posee grandes defectos que corregir, siempre podrá mejorar su educación, su no intervención, su humildad, su inofensividad...
Cuando uno detecta un trabajo a realizar de este tipo, lo más difícil es realizarlo. Uno puede pensar: “Bueno, tengo un problema con la paciencia, debería ser más paciente.” Pero, ¿cómo trabajar eso? Se nos ha dicho infinidad de veces y, además, es de sentido común que, si tenemos un problema con la paciencia, debemos esforzarnos en cultivarla, persiguiéndola en todo momento, sin pensar en si lo hemos hecho bien o mal, sino con esfuerzo constante para que en la próxima ocasión salga mejor. Éste es, a grandes rasgos, el mejor sistema.
Si no conseguimos ver nuestras faltas con suficiente claridad y no tenemos la suficiente fuerza para modificarlas, nuestra evolución particular será más lenta y nuestro servicio a nuestros hermanos, menos efectivo.
Esta idea incluye el hecho de considerar a nuestros semejante como maestros, que nos enseñan constantemente, como actores de la ceremonia que es nuestro aprendizaje, y no como personas que piensan de modo distinto a nosotros y a quienes hemos de convencer, o a quienes hemos de soportar o adorar. La gente que nos encontramos a lo largo de la vida nos ayuda a mejorar, nos enseña y, si fuésemos capaces de verlo, nos daríamos cuenta de que nos están ayudando a hacernos más fuertes, más valientes, más seguros, más trabajadores, etc. Además, nos brindan la ocasión de poder servir constantemente pues, si ponemos atención en el discurrir de la vida, también veremos una infinidad de ocasiones de ayudar, simplemente poniendo atención, sin ninguna pretensión de dar lecciones.
El estar atentos al momento presente es la postura perfecta para desarrollar estas dos virtudes: la de dejarnos ayudar y la de ayudar; y las dos nos pueden servir para desarrollar nuestra personalidad.
Además, debemos tener en cuenta que nuestro propósito al pretender entrar en el Sendero debería ser el de servir en cualquier situación. Si conseguimos cambiar nuestra actitud ante los problemas o las adversidades, nuestro entorno lo percibirá. La gente que nos rodea verán nuestra templanza y nuestros logros, y seremos un buen ejemplo, y el ejemplo es el mejor maestro y la mejor lección. Además, nuestra voluntad y concentración afectarán a nuestras emociones y, consecuentemente, a nuestro entorno más sutil, ya que estaremos dando al mundo algo positivo en lugar de pensamientos de frustración, de cansancio, de inconformismo, de egoísmo, de pena y demás sentimientos negativos, que son la constante general.
LuzInterna.com
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario