miércoles, 19 de abril de 2017

Cuento espiritual: Las muletas del rey

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Cuento espiritual: Las muletas del rey

En un reino muy lejano, un rey joven, altanero y caprichoso se cayó desde una torre. Al principio, los médicos del reino temieron por su vida, pero luego de un largo tratamiento, el monarca dejó de estar en peligro y pudo volver a sus tareas cotidianas… aunque, eso sí, con muletas.

En lugar de agradecer a sus médicos, el rey se encolerizó por no haberle salvado y los mandó encerrar en un calabozo. Al observar que todas las demás personas podían caminar (y él no), se llenó de envidia y llamó inmediatamente al heraldo real.
– Heraldo, comunica al pueblo este decreto real: “A partir del día de hoy, todos los habitantes del reino están obligados -bajo pena de muerte- a caminar con muletas para solidarse con el rey Juan”.
El heraldo comunicó al pueblo el decreto y los soldados se encargaron de hacerla cumplir a rajatabla.
El rey Juan tuvo una vida muy larga, que superó los 100 años, y en el reino pocas personas recordaban la vieja época donde podían caminar libremente. Cuando éste finalmente murió, nadie se atrevió a cuestionar el viejo mandamiento y además ya nadie sabía cómo era caminar sin las muletas.
Un muchacho curioso leyó en un viejo pergamino que los antiguos habitantes del reino podían caminar y hasta correr. ¡Imposible!, se dijo, pero la curiosidad era tan fuerte que empezó a intentarlo.
Cuando tuvo la suficiente confianza, el jovencito pudo empezar a caminar por las calles del pueblo pero como todavía no manejaba la técnica a la perfección, se caía con frecuencia y los demás se reían a carcajadas de su torpeza.
“¿Caminar? ¡Bah, bobadas! Esos son cuentos de viejas…”, criticaban los otros habitantes del pueblo.
Pero con el tiempo y después de practicar mucho, el joven empezó a caminar con seguridad y a atraer a muchachos y muchachas jóvenes que admiraban su atrevimiento.
El grupito de caminantes fue creciendo, pero el resto de la población prefirió la seguridad de las muletas que aprender a caminar. Salir de la zona de confort realmente da mucho miedito.
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