SEÑOR, QUE TONTOS SON ESTOS MORTALES
Shakespeare, el insigne poeta inglés, puso en boca de uno de sus personajes un comentario que aún hoy tiene actualidad: “Señor, que tontos son estos mortales”.
Nos felicitamos por nuestras hazañas técnicas, nuestro progreso científico y las amenidades que nos brinda la civilización. Sin embargo, con el correr del tiempo la mayoría encontramos que la paz, la felicidad, la serenidad y la confianza nos esquivan. Estamos acosados por frustraciones, ansiedades y temores.
Orgullosos como estamos de nuestros éxitos materiales, nos resulta amargo pensar que nuestro progreso mental y espiritual no marchan al mismo paso. Por ser así, el mundo está ocupado en construir armas nucleares, en proseguir la guerra o tratando de resolver los problemas que trae la segregación así como las desmedidas ambiciones de las grandes naciones que alegan una federación mundial.
Los códigos morales y éticos aceptados durante años están siendo rechazados, con o sin razón. La religión no goza del respeto de otros tiempos. La ciencia es el nuevo dios a pesar de que sus descubrimientos nucleares han producido el mayor interrogante de la historia y amenaza la civilización.
El médico es una nueva autoridad en la tierra, aún cuando sus medicinas muy a menudo se parecen a las brujerías que él desprecia cuando la utilizan los sanadores no ortodoxos. Con una total desconsideración por los derechos de los animales, millones de criaturas son sacrificadas y torturadas “científicamente” en busca de pretendidos remedios para una creciente cantidad de enfermedades. Las “drogas mágicas” son ensalzadas hoy y desechadas mañana por los imprevistos efectos posteriores que causan sufrimientos aún mayores que los que se pretendía curar con los supuestos remedios.
En gran parte nos hemos divorciado de la naturaleza, privándonos de sus alimentos y frutas llenos de vida. En cambio, nos apoyamos en substitutos sintéticos que nunca podrían ser verdaderamente tales.
Desvitalizamos nuestras comidas con anilinas, agregados y conservantes. Fumigamos nuestras cosechas con venenos. Enrarecemos la atmósfera que respiramos. Contaminamos los ríos, arroyos, mares y océanos. El hombre que se cree señor de la creación, es el ser más destructor del mundo.
Los frascos de medicinas, pastillas y tabletas, son casi adorados como si fueran mágicos que borrarán rápidamente los males de nuestro cuerpo. Cuán tonto es el hombre que tiene una úlcera a raíz de sus preocupaciones, se hace operar y se cree curado. No se da cuenta que nunca lo estará hasta que aprenda a dejar de preocuparse. Confundimos el síntoma con el efecto. El resultado es que la gente traga cada año una catarata de medicinas y una pirámide de pastillas.
Adoramos la velocidad. Todos estamos muy apurados para llegar a algún lado más rápido que antes y luego ¡no sabemos que hacer con el tiempo ahorrado¡
Lamentablemente, vamos en pos de una ilusión y no vemos la realidad.
A pesar de haber extraído tantos secretos de la naturaleza, somos profundamente ignorantes de nosotros mismos.
Shakespeare tenía razón. Solo unos pocos han encontrado los comienzos de las contestaciones que la mayoría eluden. Han descubierto la verdad sobre sí mismos interiorizándose del fundamente espiritual sobre el que descansa la vida entera.
Este es el conocimiento que ilumina, trae comprensión, entendimiento y sabiduría. Fortalece los eslabones que nos unen al Poder Divino que nos permite vivir. Nos revela que este poder es infinito y que lo poseemos en miniatura. Solo cuando los seres humanos adapten sus vidas a los principios espirituales que debieran ser su meta suprema, cesarán de ser tontos mortales.
Tema extraído de la Revista Ecos de Santo Domingo, Rep. Dominicana.
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Agradecemos al Sr. Raúl Sasia, por este aporte.
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