JUAN BAUTISTA
Yokonan Schena
Y llamarás su nombre Juan.
Por fin nació el niño Juan un día 24 de Junio. El Pueblo intensificó sus comentarios y las más fantásticas versiones circulaban acerca de su nacimiento. Es el Mesías, el que ha nacido. Es nuestro libertador. Es el enviado de Dios que ha de terminar con nuestras miserias y la esclavitud. Ya tenemos entre nosotros – exclamaban – al que nos dará la libertad… Y nuestros opresores – repetían – serán borrados para siempre jamás del suelo de Israel. Es este el que hará estrados de nuestros pies a estos crueles y despreciables invasores. Tal será el formidable ejército que levantará de su pueblo nuestro Guía, para que se cumplan las predicciones de nuestros Profetas y el pueblo de Israel prevalezca sobre todos los
pueblos de la Tierra.
Los ilusos y atribulados israelitas esperaban que fuese un gran Capitán, el que comandaría las huestes judías a través de toda Palestina: conquistaría Roma, Egipto, Armenia, Siria, la Mesopotamia y otros pueblos del Asia Menor.
Pero Juan habitaba en el desierto… Existen presunciones de que conoció entonces a los Esenios, de aquellos que habitaban principalmente la orilla del Mar Muerto, en el desierto de Gedi.
Los israelitas deben haber sufrido una cruel decepción, una amarga
contrariedad, cuando, en vez de un hombre de espada, se reveló Juan, como un profeta de Dios.
JUAN BAUTISTA, nombre con que pasó a la posteridad, no traía la misión de Moisés, por lo demás tan mal comprendida, Juan Bautista era el heraldo anunciador del advenimiento de la Era Cristiana. No venía a dar libertad política, civil o económica. Era el precursor que debía preparar el camino de Cristo Jesús, el Hijo de Dios.
El profeta se asfixiaba en la atmósfera de comercio y robos que envolvían las actividades religiosas del Templo Nacional y recordaba las quejas del Señor, dichas por boca del Profeta Jeremías: “Este Templo mío, en que se invocó mi
nombre, ha sido convertido por vosotros en una guarida de ladrones”. El reconocimiento de estos hechos amargos, convulsionaban la vigorosa estructura de este valiente joven y lo hacía reflexionar de su importancia para terminar con tan
repugnante sacrilegio.
Tan sumiso a la voluntad del Cielo, como rebelde a las arbitrariedades y deformaciones de quienes se arrogan su representación en la tierra, el joven iluminado se yergue desafiante y resuelto en contra de la profanación y las manifestaciones materialistas de la religión hebrea.
Abrumado por la confusa agitación de la ciudad, optó por residir en el estrecho valle de Gher, a orillas del Jordán. Allí predicaba a las turbas, inflamándolas con sus palabras y doctrinas hasta términos increíbles y peligrosos, en muchos casos, para la autoridades. “Haced penitencia – exclamaba – porque está próximo el Reino de Dios”. “Lavaos y purificaos” – repetía – alzando los
brazos al cielo. “Yo derramaré sobre vosotros agua pura y quedareis limpio de toda inmundicia”. Administraba Juan el bautismo o ablución exterior, símbolo de purificación espiritual anunciado por los Apóstoles y Profetas. De regular estatura,
de ceño austero, de ademanes mesurados, de vos clara aunque no con expedición, alzaba su vibrante dialéctica exegeta con contaminadora convicción. La precisión de sus palabras y el contenido de sus conceptos, evidenciaban una personalidad
grandiosa, brillante, plena de conciencia del significado de su apostólica misión.
Musculoso y comprimido por los ayunos y vigilias, con una indumentaria simplísima que bordea las prácticas nudistas, aureolaba y daba realce a la recia individualidad del Profeta del Desierto. Un cuero de camello sostenido a su cintura
por una correa, era toda su preocupación en el vestir. Juan rehusaba hasta la exageración todas las vanidades humanas. No aceptaba en ninguna forma los bienes materiales, temeroso de endurecer su corazón y cohibirse en sus juicios para expresar la verdad. Superó la libertad y la miseria porque incorporó la Ley de si mismo. La fama del Profeta del Jordán siguió aumentando a través de toda el Asia
Menor. La gente lo creía el Mesías tan largamente esperado. Otros pensaban:
¿Será Elías? Muchos argüían: No hay dudas que es Abraham.
El Sanedrín, institución que podría estimarse como una especie de Senado, fue creada bajo el reinado de Antíoco Epifanio algunos siglos antes del advenimiento de Cristo. Estaba compuesto de setenta miembro y tenía como misión asesorar al Sumo Pontífice en las causas religiosas o civiles de importancia.
Sus miembros, sacerdotes. Ancianos y escribas eran considerados como autoridad encargados de velar por la pureza de las costumbres y la inmunidad de la doctrina.
Juan hablaba con fogosidad incandescente al pueblo y a los miembros del Sanedrín, que venían de incógnito a oírle y les decía por boca del Profeta Isaías:
“Inicuas son vuestras asambleas. Cuando extendiereis vuestras manos, yo apartaré mis ojos de vosotros y aunque multiplicareis vuestras oraciones, yo no os oiré, porque vuestras manos están llenas de sangre. Purificaos; apartad de mis ojos la malignidad de vuestros pensamientos y cesad de obrar perversamente. Aprended a
hacer el bien, buscad lo justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda. Venid entonces a mí y si vuestros pecados fuesen como la grana de rojos, se tornarán blancos como la nieve.
El Sanedrín habitualmente dividido por rencillas sin importancia, un día con rara uniformidad estimó que al loco del Jordán, tal como lo calificó uno de sus arrogantes prosélitos, era conveniente llamarle al orden. Estaba levantando al pueblo, con grave peligro para la administración de sus funciones. Además, decía muchas cosas desagradables para algunos sacerdotes y ancianos y aún más, hasta
para el propio Herodes Antipas. Antígona fue comisionado por el Tribunal entre otros sacerdotes para interrogar a Juan, quien llegó un día muy de mañana a las márgenes del Jordán. Ahí estaba Juan predicando y enseñando las escrituras, cuando los enviados del Sanedrín lo interrogan, diciéndole: ¿Quién eres tú? Y él responde sin titubear: ¡No soy el Cristo¡
¿Eres Elías? ¡No soy!
¿Eres tu profeta? ¡No!
Insistieron los representantes del Sanedrín en sus preguntas, a las que Juan no daba respuesta. Por fin de mucho exclamó:
“Yo soy la voz del que clama en el desierto. Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías, el Profeta”.
Antígona y sus acompañantes se retiraron decepcionados de la entrevista, porque comprobaron que la actitud de Juan, en nada faltaba a la moral y a las leyes religiosas o políticas. Por el contrario, su vida ejemplar y la de sus numerosos discípulos, la austeridad y la santidad de sus hábitos, lo hacía acreedor a la mayor
consideración.
Juan, sin embargo, era un hombre irreductible, de una independencia admirable, nada le atemorizaba, cuando estaba cierto de servir a la causa encomendada. “Razas de víboras, generación adúltera” nos dijo, informaba Antígona al Sanedrín – que después de una breve deliberación, acordó que la
mejor solución para este atrevido sería la pena de muerte.
Estaba imperturbable Juan en su misión apostólica, cuando una mañana divisó a Jesús y mostrándolo a las multitudes exclamó:
“He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Detrás de mi viene uno que es antes de mi, porque era primero que yo. Yo no le conocía; mas para que El fuese manifestado he venido yo y bautizo en agua”. Y Juan dio testimonio diciendo: “Yo he visto al Espíritu descender del Cielo como paloma y posarse sobre El. Yo no le conocía pro el que
me envió a bautizar en agua me dijo: Sobre quien vieres descender el Espíritu y posarse sobre El, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo vi y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios. (S. Juan 1: 29-34).
¡Non LICET¡ Este gran reformador, no solo reprochaba la conducta del Sanedrín, también censuraba el comportamiento de Herodes Antipas, casado con Mariana, hija del rey Aretas IV de los árabes, quien hubo de refugiarse con sus tiernos hijos, en casa de sus padres, porque Herodías, la adúltera e incestuosa mujer y su hija, la bailarina Salomé, le habías reemplazado en su legítimo hogar.
Con frecuencia Juan Bautista decía a Herodes: “Non licet, adúlteras e incestuosas son tus relaciones”.
Todos sabemos el trágico fin del intrépido líder del Jordán. El Sanedrín y Herodías se confabularon para matar a Juan, propósito que consiguieron en la fortaleza llamada Maqueronte, mediante la voluptuosa danza de Salomé que consiguió del Tetrarca, como premio a su lascivo espectáculo, la cabeza del Bautista.
Es indudable que muchos intelectuales y libres pensadores no atribuyen a la misión de Juan ninguna importancia. Pero si analizamos sus sermones, especialmente el que escuchó Jesús, cuando vino de Galilea al Jordán para ser bautizado, nos damos cuenta de que ninguno de los profetas que le precedieron,
hablaban en forma positiva; Todos, con rara uniformidad, decían que Dios vendría, sería rey; que su descenso a la tierra traería aparejada plagas, epidemias, guerras, injuria y destrucción. Nada semejante ocurría con el Bautista, quien expresaba: “El Reino de Dios está próximo”. Y después afirmaba con énfasis: “Y ese Reino ya llegó”. El pueblo esperaba las calamidades anunciadas pero nada ocurrió. Jesucristo comprendió así la enseñanza que proclamaba Juan, al anunciar en su ministerio: “La Ley de los Profetas hasta Juan”. Después de Juan el reino de
Dios es anunciado como un bien y quien quiera que se esfuerce puede entrar en él.
(Lucas XVI-16).
Lo grandioso de su doctrina es la recomendación: “PURIFICAOS”. Yo os purifico con agua, pero lo que debéis purificar es el espíritu. Para entrar en el Reino de los Cielos, es necesario purificarse, rechazar el error. Tal es la enseñanza que oyó Jesús. “El Reino de Dios ha llegado y para entrar en él es necesario purificarse interiormente, por el espíritu. Jesús entonces se retiró al “desierto”,
palabra que significa lugar de iniciación, para probar su espíritu.
Ahora hagamos una comparación de las actividades de este eminente precursor del Cristianismo, con respecto a las Enseñanzas Rosacruces, en lo referente a un asunto fundamental.
Es evidente que Juan bautista encerraba un espíritu de sorprendente
evolución, que ha venido trabajando con profundo y desinteresado amor a favor de sus hermanos menos evolucionados – la Humanidad – desde los albores en que comenzó su peregrinaje en este valle de la experiencia y del conocimiento. Veamos
lo que dice en este sentido nuestro libro-base de la Enseñanza Rosacruz “EL Concepto Rosacruz del Cosmos”: “El Arcángel Miguel – Espíritu de Raza de los Judíos – “levantó” a Moisés, siendo conducido al Monte “Nebo”, donde debió morir. Pasado cierto tiempo, renació como Elías y Elías volvió como Juan
Bautista.-
Tema extraído de la Revista Joyas Espirituales del Centro Rosacruz de Asunción, Paraguay.-
Agradecemos al Sr. Raúl Sasia, por este aporte.
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