ALBORES DEL AÑO 2012
La magnificencia del arte, la música, la poesía y los grandes avances tecnológicos que actualmente goza la humanidad, son
manifestaciones de la grandeza del ser humano, de sus posibilidades
creativas y son apenas una muestra de lo que somos capaces los
humanos y una prueba irrebatible del alcance de nuestras metas
infinitas, como dioses en formación que somos. Nuestro destino y
nuestros límites son perpetuos y están en las estrellas. En contraste,
la pobreza, la insalubridad, la ignorancia y la inequidad generados
por los grandes desbalances socio económicos alrededor del orbe,
constituyen también el lado sombrío de la aldea humana y grandes manifestaciones de protesta y resistencia mundiales, otrora imposibles de imaginar, se levantan airosos e imparables, intentando subvertir el inefable orden establecido tan procaz y maquiavélicamente, reputado hasta hace pocos años como inamovible y apenas perfectible.
Es entonces deber ineludible que el sujeto social, como actor
fundamental de la nueva realidad que se vislumbra, se prepare para los cambios profundos que se avecinan y que necesariamente la dialéctica de la Historia obliga a dinamizarlos. Esta enorme
responsabilidad implica que el hombre deba igualmente cimentar, remodelar su esencialidad interior y encontrar su posición en este neo escenario que se avecina. Para ello, se precisa reinsertar y reforzar de a poco aquellos valores que, debido a la inercia ética que el sistema imperante ha impuesto, se encuentran aparentemente perdidos o aletargados en un número creciente de hermanos planetarios. De otro modo, estoy seguro que caeremos en similares o peores abismos que los que intentamos zanjar. Por lo tanto, se requiere caminar por el sendero de los verdaderas virtudes y principios tan venidos a menos en la actualidad, es decir que debemos buscar la fuerza potencial y las características humanas inherentes en nosotros de solidaridad, respeto, cordura y sabiduría, cuya manifestación nos elevará a planos de magnanimidad conciencial. La ciencia y sus continuos logros son consecuencias actuales de la dínamo de la creatividad y la avenida
escogida en esta maravillosa época que nos ha tocado vivir, pero será más trascendente y valiosa si va acompañada por la eticidad y la justicia en sus aplicaciones. Nosotros, los humanos, somos los
responsables de que esto ocurra.
Esas energías adornadas con los principios del Amor Universal, están esperando silentes y activas para que nos manifestemos por su intermedio. Claro, no hay milagros, ni almuerzo gratis, según frase coloquial pragmática y para eso hay que formarse y disciplinar el cuerpo, el intelecto y el alma constantemente, moderando los placeres y metas insubstanciales a favor de otros escenarios como la solidaridad y la prosperidad compartida, en pro de la vida y la prosperidad globales... Ese es un camino duro que demanda empeño, inegoísmo y “sacrificio”, apreciación ésta subjetiva que desaparece un momento dado cuando los frutos se han dado y el camino ha sido recorrido, mientras que a la par se aprehende el verdadero objetivo del servicio desinteresado mediante una vida apegada a los principios de la compasión activa.
Tal vez esto parezca un tanto difícil, idealista, arcaico e impracticable en esta estación de hedonismo fácil, de la competencia febril y de constante búsqueda de la riqueza en situaciones donde el hambre, la desocupación, la miseria y los desequilibrios sociales son tanevidentes, palpables y reconocidos globalmente. Sin embargo, cuando se hace un alto a la vida y a los hábitos de pensar negativamente, se reordenan los valores y las metas, buscando el silencio interior y clarificando los objetivos, nos despojamos de las trabas del egoísmo y e la codicia a ultranza y nos envolvemos en el amor a la Vida, escuchamos esa melodía arcana de la Creación y apreciamos su belleza poderosa en todos los reinos de la naturaleza y más de cerca palpamos su hermosura en los tiernos ojos de los hijos y en el amor incondicional de la pareja, si los hay, o en el afecto generoso del
hermano o del amigo; entonces, al final de un ciclo de tiempo como el que estamos viviendo ahora, caemos en cuenta de que ésa es la mejor manera para acceder a planos superiores de perfeccionamiento y a la paz del espíritu, que en esencia son de las más preciadas metas que el hombre en esta civilización contemporánea debería aspirar y, a través de esa sencilla y gratuita conquista, podremos intentar ser elementos útiles para la consecución de los propósitos buscados.
En medio de ese equilibrio conseguido, vamos hermanándonos
también con aquellos que se reputan, a veces inadvertidamente para
nosotros, como nuestros adversarios. Ellos también son personas
llenas de infortunios y dolores y seguramente sus dramas serán más lacerantes y lúgubres que los propios nuestros.
Se cree y asume que la “suerte” y sus resultados en provecho de una persona o un grupo a veces se alcanzan milagrosamente gracias a su concurso. Y no es así realmente. La riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, el poder y las limitaciones vivenciales, la belleza y la fealdad, el afecto y los pesares, etc., son producto de una ley inexorable que es la de la Consecuencia y por cierto esta ley es parte integrante del proceso de aprendizaje del ser humano. De allí que con certidumbre nos merezcamos lo que hemos sembrado y cosechado y entonces debemos actuar en consuno con esa ley, procurando ser mejores cada día en pro de un destino mejor personal o de grupo y por extensión de todos los pueblos de la Tierra. Siendo así, la justicia y la equidad deberían llegar perentoriamente en concordancia con nuestros esfuerzos y el ejercicio de nuestras cualidades positivas.
Pero también es cierto que los verdaderos tesoros, los permanentes, se encuentran por sobre el mero éxito material o los abatimientos pasajeros e implican una actitud humanista y altruista a toda prueba, de algo de sabiduría también y mucha compasión, amor y por cierto, de un infatigable esfuerzo a favor de la verdad y la equidad. La prosperidad y el éxito material no están reñidos con el progreso moral o ético, más bien se deberían complementar, aunque aquello precisa de una continua formación sincera y noble para no despeñarse en las tentaciones emanadas del poder cuando se lo alcanza y no dejarse encandilar por las placenteras luces de oropel y relumbrón, casi siempre efímeras, que la riqueza ramplona, la vanidad y el dominio generan y otorgan. Poco a poco, lo sabemos con certeza, todosestamos recorriendo ese camino, unos más deprisa que otros e iremos reconociendo esas perlas espirituales, así mismo unos antes que otros, cuyo ejercicio nos convertirá en habitantes de la humanidad al servicio de estas metas que las vemos ahora lejanas o utópicas, pero que se irán manifestando luminosas por un mejor destino para la raza humana. Éste será un buen año 2012 para los sinceros buscadores de la verdad y por qué no, también para aquellos
que, en ejercicio de su libre albedrío y derecho libertario, discrepan
de estas posturas conciliadoras.
J. Mejía
Enero 2012
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