Fortuna, fracasos y oportunidades
Entre los romanos, la diosa Fortuna simbolizaba la prosperidad, la abundancia y la buena suerte. Si observamos sus representaciones artísticas, siempre la encontraremos con una rueda o un timón, la mayoría de las veces desnuda o semi-desnuda y con elementos que refuerzan el sentido de inestabilidad: una vela, una esfera, ojos vendados, etc.
Los antiguos señalaban que “nada nos conduce mejor a la Fortuna que la Ocasión” (1), remitiéndonos una vez más a la importancia del aprovechamiento de las oportunidades que nos brinda el momento presente. De acuerdo con el jesuita Baltasar Gracián: “La buena suerte tiene sus reglas. Para los sabios no hay casualidades”.
Sin embargo, más allá del aprovechamiento o no de las ocasiones y que estemos despiertos o dormidos, existe una enseñanza capital de la Filosofía Iniciática: hay cosas que dependen de nosotros y otras que no.
En palabras de Epicteto: “La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Sólo tras haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido a distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia exterior.
Bajo control están las opiniones, las aspiraciones, los deseos y las cosas que nos repelen. Estas áreas constituyen con bastante exactitud nuestra preocupación, porque están directamente sujetas a nuestra influencia. Siempre tenemos la posibilidad de elegir los contenidos y el carácter de nuestra vida interior. Fuera de control, sin embargo, hay cosas como el tipo de cuerpo que tenemos, el haber nacido en la riqueza o el tener que hacernos ricos, la forma en que nos ven los demás y nuestra posición en la sociedad.
Debemos recordar que estas cosas son externas y por ende no constituyen nuestra preocupación. Intentar controlar o cambiar lo que no podemos tiene como único resultado el tormento.
Recordemos: las cosas sobre las que tenemos poder están naturalmente a nuestra disposición, libres de toda restricción o impedimento; pero las cosas que nuestro poder no alcanza son debilidades, dependencias, o vienen determinadas por el capricho y las acciones de los demás.
Recordemos, también, que si pensamos que podemos llevar las riendas de cosas que por naturaleza escapan a nuestro control, o si intentamos adoptar los asuntos de otros como propios, nuestros esfuerzos se verán desbaratados y nos convertiremos en personas frustradas, ansiosas y criticonas”. (2)
Por eso, el sabio -que conoce el carácter caprichoso e inestable de la diosa Fortuna- puede comprender que tanto los éxitos como los fracasos, las alegrías y los pesares, el placer y el dolor, son parte esencial de la existencia y que es necesario que todos nosotros adoptemos como propia la máxima de los cabalistas “Gam zu letová”: “Esto también será para bien”.
Séneca comenta con certeza que algunas cosas que “parecen ser males, son bienes. A menudo una desgracia dio lugar a una fortuna más próspera: muchas cosas han caído para levantarse a mayor altura”. (3) ¡Bienvenidos sean los fracasos! Thomas Alba Edison, al inventar la lamparita, realizó 1.000 intentos antes de hacerla funcionar con éxito. Al ser consultado por un periodista acerca de sus fracasos, Edison respondió: “No hubo fracasos, hubo ensayos. Ahora conocemos 999 formas de no fabricar una lamparita”.
El fracaso es un vehículo de conciencia, una oportunidad para colocarnos frente a situaciones y personas que no se habrían presentado de otro modo. Es verdad: el fracaso no es agradable porque nos expone a dolorosas pruebas, pero la mayoría de nosotros hemos tenido que experimentar muchos traspiés para descubrir al fin que cada uno de estos fracasos venía acompañado de una valiosa lección.
Cada fracaso es un peldaño, una oportunidad y acarrea un nuevo reto al que debemos dar justa respuesta. Por eso, Samuel Beckett recomendaba: “Inténtalo otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.
Cuento espiritual: ¿Buena suerte? ¿Mala suerte?
Un labrador tenía una yegua que lo ayudaba en sus tareas, pero un buen día ésta desapareció de su encierro y huyó hacia las praderas. Sus vecinos se compadecieron y se acercaron a su casa para animarlo. Sin embargo, el labrador les dijo: “¿Buena suerte?” “¿Mala suerte?” “¡Quién puede saberlo!”.
Una semana después, la yegua regresó y trajo con ella a una tropilla de caballos salvajes. El labrador y su hijo los encerraron en el corral y los vecinos llegaron a felicitarlos por su increíble fortuna. Otra vez dijo el labrador: “¿Buena suerte?” “¿Mala suerte?” “¡Quién puede saberlo!”.
Al intentar domar a uno de los caballos salvajes, el hijo del labrador cayó al suelo y se quebró una pierna. Los vecinos, una vez más, intentaron darle ánimos y otra vez el labrador replicó: “¿Buena suerte?” “¿Mala suerte?” “¡Quién puede saberlo!”.
Días más tarde, el ejército del rey llegó hasta el pueblo y reclutó a todos los hombres que pudieran ir a la guerra. Como el hijo del labrador tenía la pierna quebrada, decidieron dejarlo reposar tranquilo.
– ¡Qué suerte he tenido, padre! – exclamó el muchacho.
Y el viejo se limitó a decir: “¿Buena suerte?” “¿Mala suerte?” “¡Quién puede saberlo!”.
“Hay que fracasar y a veces fondo tocar para ver la luz y está vida apreciar” (Canción “El Atrapasueños de Mago de Öz, ver aquí)
Excelente interpretación, ¿no?
Notas del texto
(1) Caldera, Gaspar: “Tribunal medicum, magicum et politicum”. La frase latina es: “Nihil enim aeque facit fortunam, ac occasio”.
(2) Epicteto: “Manual de vida”
(3) Séneca: “Epístolas a Lucilio”, libro XIV
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