Simbolismo Iniciático del Patito Feo
En 1844, el escritor danés Hans Christian Andersen, escribió su cuento clásico “El patito feo”, donde contó la historia de un cisne que nace y se cría entre patos, inmerso en una realidad hostil donde es menospreciado y rechazado por ser diferente a los demás.
Cansado de las burlas de sus hermanos patos, el patito feo decidió abandonar el corral y viajó al pantano, donde protagonizó varias aventuras peligrosas. Permaneció lejos de su hogar durante todo el crudo invierno hasta que, al llegar la primavera, se acercó a un lago para beber agua fresca. Al observar su imagen reflejada en las aguas calmas, comprobó con sorpresa que ya no era un pajarraco gris y feo sino que se había transformado en un ave hermosa de blanquísimo plumaje. En ese momento, una bandada de cisnes que volaba por las inmediaciones, observó al solitario aventurero, se acercó a él y en ese momento el patito feo conoció su verdadera identidad.
Feliz por el grato descubrimiento, el nuevo cisne voló muy lejos de los parajes donde había sido despreciado y humillado, convirtiéndose en poco tiempo en el cisne más hermoso de la bandada.
La vía heroica
Si seguimos el esquema del “mito del héroe” o monomito, desarrollado largamente por Joseph Campbell, podremos reconocer en el cuento del patito feo, diversos eventos heroicos que nos llevan al descubrimiento del sentido oculto del relato tradicional:
a) Todas las historias heroicas comienzan mostrando al protagonista en un entorno que no es el propio donde lleva una vida desgraciada y llena de frustraciones (el corral como el “mundo ordinario” o “profano”).
b) El protagonista desconoce su origen noble y las personas que lo han criado no son sus verdaderos padres.
c) Las potencialidades del protagonista son desperdiciadas por ignorancia de su propósito existencial, del mismo modo que los seres humanos que –ciegos a su identidad trascendente– no recuerdan que son divinos por naturaleza.
d) El héroe (el Alma) debe superar diversas pruebas a lo largo de un viaje peligroso que lo guiará al auto-descubrimiento.
Los patos y los cisnes representan dos tendencias que conviven dentro de nosotros y que en Oriente se llaman Vidya (sabiduría) y Avidya (ignorancia): una nos impulsa a lo alto y otra nos arrastra a la materia (1). En el cuento de Andersen, los patos son los profanos, inconscientes, adaptados al mundo ordinario, sin riesgos y limitándose a comer, dormir, trabajar, reproducirse y entretenerse, mientras que los cisnes, por el contrario, simbolizan la vida espiritual, la resistencia a una existencia materialista, fuera de los patrones y condicionamientos sociales.
Aunque el mundo profano advierte con el bombardeo publicitario: “Sé un pato obediente. No te arriesgues ni hagas locuras”, los iniciados de todos los tiempos han dejado indicaciones muy claras: “Lo que el mundo desecha, recógelo. Lo que el mundo hace, no lo hagas; en todas las cosas camina en dirección contraria al mundo. Así te aproximarás a lo que estás buscando”. (2) Por eso, la vía discipular es contracorriente, ascendente y doble: pues implica una transformación interna y externa, el cambio individual para ser un agente transformador de la comunidad toda.
El traje luminoso
En todas las culturas, el cisne blanco representa la luz, la pureza y la elegancia, y según Chevalier: “su blancura, poder y gracia lo presentan como una viva epifanía de la luz”. (3)
Max Heindel, por su parte, asocia al cisne con la Iniciación: “El cisne puede moverse en varios elementos. Puede volar en el aire con gran velocidad; puede pasearse majestuosamente sobre el agua y por medio de su largo cuello puede explorar las profundidades e investigar lo que haya en el fondo de un lago no demasiado profundo. Es por consiguiente, un símbolo muy apropiado del Iniciado, quien, por el poder desarrollado dentro de sí mismo, es capaz de elevarse a regiones superiores y moverse en diferentes mundos. Al igual que el cisne vuela por el espacio, el que haya desarrollado los poderes de su cuerpo del alma puede viajar en él por encima de montañas y lagos. Como el cisne se sumerge debajo de la superficie del agua, así también el Iniciado puede ir por debajo de la superficie de los abismos en su cuerpo del alma, al cual no pueden inferirle daño ni el fuego, ni la tierra, ni el aire, ni el agua”. (4)
Si prestamos atención al relato de Hans Christian Andersen, apreciaremos que el patito feo tiene que atravesar un duro, frío y oscuro invierno hasta llegar a la primavera, donde descubre su verdadera identidad. Simbólicamente, el invierno y sus duras pruebas representan la primera etapa de la Gran Obra, el Nigredo, que termina con la blanca luminosidad del Albedo, un paso indispensable para seguir avanzando hasta la conclusión de la Gran Obra.
“Post Tenebras Lux” (Después de las tinieblas, la luz) dicen los antiguos y este enunciado se recoge por innumerables tradiciones iniciáticas donde el candidato necesita atravesar las difíciles pruebas de los elementos para poder ver la Luz. Es el regreso al punto de origen, el orden que sucede al Caos: “Ordo Ab Chaos”.
La luminosa victoria de la primavera está ligada a la derrota del Ego, y esta estación (junto con el signo de Aries) simboliza el triunfo iniciático, el renacimiento de Osiris y de Hiram Abif, la victoria de lo inmortal sobre lo mortal, la despedida del cuervo negro del Nigredo que da paso al cisne, imagen vívida de la blancura (Albedo).
En este renacimiento del cuervo, que aparece como blanqueado o decapitado (caput corvi), el candidato es vivificado y ataviado con una túnica luminosa e incorruptible que representa el triunfo de la luz. Esas vestimentas blancas están vinculadas al Alma purificada como “augoeides” (augo=luz del sol y eidos=forma).
La derrota de la oscuridad y la vestimenta luminosa (en el caso del patito feo, el plumaje blanco) también aparece en el Apocalipsis: “Así el vencedor será revestido de vestiduras blancas y no borraré su nombre del libro de la vida, y reconoceré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles” (Apocalipsis 3:5). En ocasiones, esta indumentaria blanca es llamada “traje de bodas”, en alusión a las bodas alquímicas, y en recuerdo de una parábola evangélica donde queda clara el sentido de pureza de estas vestimentas: “Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?” Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: “Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera”. (Mateo 22:11-14)
El rosacruz Karl von Eckhartshausen habla de “vestirnos de luz”, abandonando al viejo hombre (palaios anthropos) y naciendo como seres de luz, renovados y revitalizados (neos anthropos), en consonancia con las palabras de San Pablo: “Jesús [enseñó] que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad” (Efestios 4:20-24). Teniendo en cuenta esta idea, muchas escuelas iniciáticas usan túnicas, estolas o mandiles blancos en sus ceremonias, simbolizando la pureza necesaria para recorrer la vía discipular.
En Oriente y Occidente, el cisne aparece muchas veces como montura de dioses e iniciados, es decir como un medio de transporte para llegar a lo más alto.
En la mitología griega encontramos a Afrodita y a Apolo subidos a sendos cisnes, mientras que en India el cisne es “Vahana”, vehículo de Brahma y su consorte Saraswati. En la tradición artúrica aparece Lohengrin (hijo de Parsifal), quien usa un cisne como nave segura para acudir al heroico rescate de una dama, por lo cual se ganó el título de “Caballero del Cisne”.
El carácter sagrado del cisne se acentúa en Oriente en la figura de “Hamsa”, la mística ave que representa la sabiduría divina y que custodia el pranava o sagrada sílaba: Aum, el cual puede contemplarse en su cuerpo: A en el ala derecha, U en la izquierda y M en la cola. (5). La misma palabra “Hamsa” se descompone en “A-ham-sa” o “Yo (soy) Él”, o bien como So-Ham, “Él (soy) Yo”.
Cisnes, águilas, gaviotas y delfines
Andersen no es el verdadero creador del cuento del patito feo, sino que recogió el relato del acervo tradicional europeo. En verdad, en Oriente existe una historia similar protagonizada por un águila en un gallinero, que Anthony de Mello (6), Leonardo Boff (7) y Alfonso Lara Castilla (8) adaptaron en sus obras, y aún podemos encontrar elementos coincidentes en el hermoso relato de Richard Bach titulado “Juan Salvador Gaviota” y también en “El delfín: historia de un soñador” del peruano Sergio Bambarén.
Todos estos cuentos se centran en esas dos tendencias que conviven en nuestro interior: Avidya (Ignorancia) y Vidya (Sabiduría), una que arrastra el Alma a la materia y otra que le da alas y la eleva hacia las tierras del Espíritu.
Y así es: no tenemos otra opción que bogar contra la corriente, en contraposición con los dictados de la sociedad profana, que intenta convencernos de que la vida de “pato” no solamente no es tan mala sino que –además– es la “normal” y “deseable”. Sin embargo, en lo más recóndito de nuestro interior, resuena una vocecita que trata de hacernos recordar nuestro propósito y nuestra identidad, resistiéndose con rebeldía a ese mandato de “normalidad” que se nos trata de imponer.
Nuestra Alma es un cisne luminoso y puro, que necesita remontar vuelo para recordar su verdadera naturaleza.
Hazte lo que eres
Imagen: Afrodita sobre un cisne
Imagen: Saraswati sobre un cisne
Imagen: Apolo sobre un cisne
Notas del texto
(1) Véase el mito del carro alado, contado por Platón en el “Fedro”
(2) Boehme, Jacob: “Dialogues on the Supersensual Life”
(3) Chevalier, Jean: “Diccionario de los símbolos”
(4) Heindel, Max: “El misterio de las grandes óperas”
(5) Blavatsky, Helena: “La Voz del Silencio”
(6) De Mello, Anthony: “El canto del pájaro”
(7) Boff, Leonardo: “El águila y la gallina: una metáfora de la condición humana”
(8) Lara Castilla, Alfonso: “La búsqueda”
El águila y las gallinas (Cuento de Anthony de Mello)
“Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos.
Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas. La vieja águila miraba asombrada hacia arriba.
-¿Qué es eso?, preguntó a una gallina que estaba junto a ella.
-Es el águila, el rey de las aves, respondió la gallina. Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes a ella.
De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral”.
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