Una Peregrinación en Brasil
En el año 2002, al recorrer los 850 kilómetros del Camino de Santiago (desde los Pirineos al Atlántico), descubrí la importancia simbólica y vivencial de las peregrinaciones, es decir la relevancia de desplazarnos, en un viaje de purificación y autodescubrimiento, hacia un objetivo sagrado que simbolice el “Axis Mundi”.
Aunque Santiago supuso mi primera peregrinación, no era mi primera caminata. En las actividades scouts era usual que recorriéramos grandes distancias en las sierras de Minas (Uruguay) en “campamentos volantes” donde dormíamos a la intemperie antes que llegara la noche.
Años más tarde, entusiasmado por la lectura del “Aku Aku” de Thor Heyerdahl, me sentí inspirado y me fui a recorrer la Isla de Pascua a pie. Desde la playa de Anakena (a la que arribó el legendario Hotu Matua y en donde Heyerdahl estableció su campamento en 1955) caminé primero hasta el volcán Rano Raraku, para desplazarme despúes al Ahu Tepeu y finalmente volver al pueblo de Hanga Roa.
Entre 1998 y 2000 organicé varias travesías en la Patagonia y en las sierras de Córdoba (Argentina), y en el 2001 recorrí el desafiante Camino del Inca hasta Machu Picchu.
Aunque las caminatas me satisfacían plenamente y me llenaban de energía, recién en el Camino de Santiago conocí el significado de las peregrinaciones como una plasmación viva de nuestro propósito más alto: la vuelta a casa, el regreso al Edén, el esforzado recorrido desde la oscuridad a la luz. En Compostela entendí la importancia de encarnar el rol de “noble viajero” y de experimentar en carne propia los contratiempos y las satisfacciones del sendero.
En uno de sus geniales comentarios sobre la vida al aire libre, el sacerdote uruguayo Luis Pérez Aguirre ensalzó los beneficios de las excursiones frente al turismo en coche, diciendo que “el automovilista no goza de ese contacto directo con la tierra: el crujir de las hojas secas bajo el zapato, la sinfonía de luces creada por el sol en los árboles, el aroma de las flores, el apretón de manos del paisano al borde del camino…
El automovilista sólo sabe del lugar por la guía turística o por la indicación del hotelero. Un país no entra en nosotros únicamente por la vista, sino también por el cansancio, por el esfuerzo, por los oídos y el olfato, por la lluvia golpeando nuestra espalda, por el sol tostando nuestro rostro. Por nuestro sudor y por el polvo de nuestros zapatos”. (1)
El Camino de la Fe
Al concluir la peregrinación compostelana en la “Costa da Morte” gallega, sentí una inmensa satisfacción y tuve la sensación de que podía hacer frente a cualquier desafío que la vida me pusiera por delante. En esos meses decidí reinventarme. Adopté un nombre simbólico con el que me identificaba plenamente (Phileas) y trabajé en la construcción de una Biblioteca virtual que bauticé “Upasika”, de la que surgió en 2010 el Programa de Estudios OPI.
En este programa traté (y trato) de transmitir el valor de la peregrinación como una forma de “recordar” nuestra identidad sagrada. Sin embargo, los símbolos y las palabras pueden convertirse en un placebo, en una mera especulación intelectual, y por eso insisto en la necesidad de poner los símbolos en acción.
Todo símbolo puede activarse (¡del mismo modo que una bomba!) a través rituales y prácticas adecuados, donde cada uno de nosotros tiene la posibilidad de convertirse en un “puente” entre mundos, y donde hay un desplazamiento del eje consciencial: del intelecto a la intuición o de la cabeza al corazón.
El símbolo axial de nuestra Escuela es el viaje, el Gran Sendero que es recorrido por nobles caminantes, y para entender a fondo esto es necesario peregrinar.
Las caminatas nos obligan a salir de nuestra zona de confort y a descubrir en carne propia la autenticidad de los dragones, de los poderosos venenos que emponzoñan nuestra Alma y que nos impiden avanzar a paso firme de vuelta a casa.
Teniendo en cuenta todo esto, y siendo consciente de la importancia de pasar en el Programa OPI del plano especulativo al operativo, convencí a algunos Hermanos sobre la necesidad de incorporar caminatas de peregrinación a nuestro plan de adelanto. Así fue que, a fines de noviembre del año pasado, jalé al Frater Joshua a un lugar perdido en el medio de Brasil para realizar una caminata de cinco días hasta el santuario de Aparecida.
Resumen de la travesía de Luminosa a Aparecida
El punto de encuentro para iniciar la peregrinación a Aparecida fue en la ciudad de Paraisópolis (estado de Minas Gerais), a cuatro horas de Sao Paulo. Joshua viajó desde Perú y yo desde Uruguay, y en la Pousada da Praça fuimos estupendamente recibidos por la señora Jandira, quien nos entregó la credencial del peregrino para que acreditara nuestra condición de tales.
Antes de partir de Paraisópolis, participamos de una misa en la Iglesia dedicada a San José, donde se nos entregó un clavel blanco a cada uno y donde pudimos realizar nuestras prácticas introspectivas frente a la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.
Luego de esto, tomamos un taxi hacia el pueblo de Luminosa donde pudimos comenzar la caminata, en una subida memorable y donde los dragones comenzaron a hacer su trabajo, tratando de derrumbar nuestra moral ante la dificultad del camino.
Después de recorrer 16 kilómetros en un entorno maravilloso con campos de bananos y morros de frondosa vegetación, arribamos a nuestro primer destino: Campista, donde nos alojamos en la Pousada Barão Montês, donde fuimos bien recibidos por el encargado (Marcelo), quien nos ofreció dos cocos helados que aplacaron nuestra sed y nos llenaron de energía después de una jornada más desafiante de lo esperado.
En la madrugada siguiente, partimos muy temprano para recorrer los 20 kilómetros que nos separaban de Campos do Jordão. Este segundo día no fue tan riguroso como el primero y en la etapa final nos encontramos “causalmente” con el peregrino Oswaldo Buzzo, cuya página web nos había proporcionado una información valiosísima para realizar la travesía. Oswaldo nos contó su experiencia personal y nos dijo que había empezado a caminar a los 50 años de edad recorriendo el Camino de Santiago y que, a sus 65 años, seguía desafiándose a sí mismo realizando diferentes caminatas en América y Europa (2).
En Campos do Jordão pernoctamos en el “Refúgio dos Peregrinos”, un excelente hostal que cuenta con cuartos colectivos con literas y que se caracteriza por una estupenda atención.
Para llegar al siguiente objetivo en la localidad de Piracuama, tuvimos que recorrer bastantes kilómetros por una vía férrea. Una vez más el camino nos ponía nuevos desafíos, ya que es extremadamente dificultoso caminar largas distancias sobre los rieles, más aún cuando los trenes están en funcionamiento. Al llegar a nuestro destino, nos hospedamos en la magnífica “Pousada Champetrê”, una enorme construcción rural emplazada en un fantástico entorno natural rodeado de montañas y alejada del barullo urbano.
Nuestro plan original para la cuarta etapa era caminar 19 kilómetros hasta la ciudad de Pindamonhangaba, pero varias personas nos advirtieron que en esa ciudad se había formado una “favela” peligrosa por donde pasaba el camino original y se decía que en esa zona se habían cometido últimamente varios robos a los peregrinos. Siendo así, todos nos recomendaban cambiar el plan original, obviando las señales que llevaban a Pindamonhangaba y desviándonos hacia Moreira César, lo que significaba recorrer un total de 33 kilómetros.
Siendo conscientes del problema, modificamos nuestros planes y tuvimos que hacer frente a una extenuante jornada que nos hizo atravesar parte de la fea y ruidosa ciudad de Pinda, donde nos sentimos sapos de otro pozo y donde la gente nos miraba con curiosidad. En un día muy caluroso, la etapa se hizo interminable y los dragones trataron una y mil veces de doblegarnos. La batería de mi celular murió y sin la ayudita satelital de Google Maps, Joshua y yo no tuvimos otra opción que caminar y caminar, sin saber exactamente cuánto faltaba para llegar a destino. Finalmente arribamos con alegría (y muy cansados) al Pólis Hotel de Moreira César, donde hallamos a un grupo de “romeiros” que había partido de Piracuama a las 4 de la madrugada y que se preparaba para la etapa final hasta Aparecida.
La quinta etapa fue la última y se hizo bastante corta, ya que solamente teníamos que caminar 18 kilómetros para arribar al Santuario. Y así fue. Sin prisas llegamos a la ciudad de Aparecida, y nos alojamos en la “Pousada Jovimar”, alejada del centro, a fin de recorrer sin mochilas los últimos kilómetros hasta la virgen negra, Nuestra Señora de Aparecida, la santa patrona de Brasil.
Al llegar al Santuario comprobamos su monumental tamaño (es la segunda iglesia del mundo después de San Pedro en Roma) y en la Secretaría de la Basílica se nos entregó el certificado. Para concluir la odisea, circunvalamos el templo, visitamos a la virgen y meditamos en la capilla de San José, donde se cerró el círculo, luego de 110 kilómetros llenos de desafíos, aventuras y experiencias reconfortantes.
Pasito a pasito. De eso se trata la vida. De regresar a nuestro hogar, sin prisa pero sin pausa y disfrutando de cada etapa. La meta no está allá lejos: está aquí mismo, en este preciso momento y en este preciso lugar. El camino es la recompensa.
Notas del texto
(1) Pérez Aguirre, Luis: “Carnet de Ruta”
(2) http://www.oswaldobuzzo.com.br
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