sábado, 30 de octubre de 2010

ABUNDANCIA DE TODAS LAS COSAS LEY DE PROSPERIDAD (II)



ABUNDANCIA DE TODAS LAS COSAS
LEY DE PROSPERIDAD (II)

Del libro: EN ARMONÍA CON EL INFINITO por RODOLFO WALDO TRINE

La fe absoluta es la única condición del verdadero éxito. Cuando
reconozcamos que el hombre lleva en sí los elementos de triunfo o
de vencimiento, y que éstos no dependen de condiciones externas,
podremos transmutar estas condiciones en elementos de éxito. Cuando
lleguemos a este superior reconocimiento y pongamos nuestra vida
en completa armonía con las leyes superiores, seremos capaces de
enfocar y dirigir el despertamiento de las internas fuerzas de modo
que de su impulso vuelvan cargadas con lo que les ordenamos que
traigan. Seremos entonces más que capaces de atraer el éxito, si no
en grandes, en cortas proporciones. Podremos entonces establecer
en nosotros un centro tan firme, que en vez de correr de aquí para allá
en busca de esto o lo otro, podamos estarnos quietos en nuestro interior
y atraer las deseadas condiciones. Si nos establecemos en este
centro y nos mantenemos firmes en él, veremos cómo parece que las
cosas vienen por el camino apetecido.

La mayoría de las gentes sólo atienden hoy en día a las cosas
que llaman prácticas y de cotidiano provecho. Cuanto más cuidadosamente
examinemos las leyes fundamentales en las capitales verdades
que estamos considerando, tanto más veremos que no sólo son eminentemente
prácticas, sino que en cierto modo son lo único práctico de
cuanto en el mundo existe.

Gentes hay que se vanaglorian de ser más prácticas: pero muchas
veces son más prácticas quienes no creen serlo. Y por otra parte,
quienes se ufanan de ser hombres prácticos lo son muchas veces
menos, pues aunque en cierto modo lo sean, son absurdamente especulativos
en cuanto a la totalidad de la vida se refiere.

¿Qué provecho, por ejemplo, puede haber para el hombre que,
materialmente hablando, es dueño del mundo entero y jamás trató de
adueñarse de sí mismo? Multitud de hombres vemos completamente
engañados sobre el concepto de la vida real, hombres que no han
aprendido ni el abecé de cómo debe vivirse. Son esclavos abyectos de
los bienes temporales, pues aunque se creen dueños de sus riquezas,
están completamente dominados por ellas, y sus vidas son inútiles para
sus semejantes y para el mundo entero. Así es que cuando ya no pueden
sostener el cuerpo por medio del que se relacionaron con el mundo
material, se quedaron pobres, miserablemente pobres, e incapaces
de llevarse ni la más insignificante partícula de sus riquezas; se van a
la otra vida despojados y desnudos.

Las buenas acciones, las educidas cualidades del carácter, las
actualizadas potencias del alma, las positivas riquezas de la vida interior,
todo aquello que llega a ser nuestro eterno bien, no ocupa lugar
alguno en su mente y por ser esto andan privados de lo verdaderamente
necesario a la vida. Y aun muchas veces peor que privados;
porque no hemos de suponer que una vez adquiridos los hábitos pueden
perderse más fácilmente en otra forma de vida distinta de la actual.

Quien deja voluntariamente tomar vuelos a determinado vicio, no
hemos de suponer que por simple muerte del cuerpo establezca condiciones
de perfección. Todo tiene su ley, su causa y efecto. Se recoge lo
que se siembra, no sólo en esta vida, sino en la otra.

Quien tiene por único deseo amontonar bienes terrenos estará
también esclavizado por este deseo aun después de su muerte; pero
entonces no tendrá medio de satisfacerlo: Dominado por aquel vicio,
será incapaz de poner sus afectos en otras cosas y el deseo no satisfecho
le atormentará doblemente. Y aun su tortura puede acrecentarse
al ver que pródigos herederos dilapidan las riquezas con tanto afán
por él amontonadas. Legó sus propiedades a otros sin que pueda
reconvenirles ni una sola palabra por su mal empleo. ¡Qué locura,
pensar que los bienes materiales son nuestros! ¡Qué absurdo, cercar
unas cuantas áreas de la tierra de Dios y decir que son propiedad
nuestra! Nada es nuestro hasta el punto de detentarlo. Las cosas que
a nuestras manos llegan, no llegan para que las poseamos ni mucho
menos para que las atesoremos, sino, para que de ellas hagamos
prudente y acertado empleo. Somos simples administradores y como
tales se nos exigirá cuenta de los bienes que se nos hayan confiado.

La gran ley de las compensaciones, que se deja sentir en todo el mundo,
es admirablemente exacta en sus efectos, aunque a veces no podamos
del todo entenderla ni advertirla siquiera cuando actúa en relación
con nosotros mismos.

Quien entra en la vida superior, ya no desea amontonar riquezas
ni demasías de otra especie. En el grado en que aquilate las espirituales,
desdeñará las terrenales. Cuando reconozca que de su interior
mana la fuente que a su debida hora puede poner en sus manos lo
suficiente para proveer a todas sus necesidades, no se afanará por
más tiempo en atesorar riquezas materiales que absorberían toda su
atención y cuidado; y así pone su pensamiento y emplea el tiempo en
las realidades de la vida. Primero halla el reino de Dios y después obra
de manera que lo demás se le dé por añadidura.

Más difícil es que un rico entre en el reino de los cielos, dijo
aquel Maestro que sin tener nada lo tuvo todo, que un camello pase
por el ojo de una aguja. Quiere esto decir que si un hombre sólo piensa
en acumular tesoros por su demasía no puede disfrutar, se verá
incapaz de hallar aquel maravilloso reino con el que todas las cosas
van aparejadas. ¿Qué vale más? ¿Tener un millón de dólares con el
cuidado que tal riqueza lleva consigo, o llegar al conocimiento de leyes
y fuerzas por las cuales cada necesidad quede satisfecha en tiempo
oportuno, y saber que nada justo nos será negado, que la dádiva será
proporcionada a la petición?

Quien entre en el reino de este elevado conocimiento no cuidar-
0 de llevar consigo las insanas superfluidades que muchos hombres
disputan hoy por su más firme apoyo en este mundo, sino que las
evitará como se evita cualquier horrible lacería. Cuando reconozcamos
las fuerzas superiores, atenderemos más solícitamente a la verdadera
vida, en vez de atender al atesoramiento de vanas riquezas
que más bien estorban que ayudan. Tal es el fundamente de la verdadera
solución en ésta como en todas las fases de la vida.

Si las riquezas transponen cierto límite, ya no podemos aprovecharnos
de ellas y son impedimento en vez de auxilio, castigo en vez
de bendición. Por doquiera hay gentes que viven desmedradas y raquíticas,
y podrían vivir lozanas y dichosas, henchidas de perenne gozo,
si hubiesen empleado sabiamente la gran parte de su vida malgastada
en atesorar.

El hombre que atesora durante toda su vida y al morir lega su
hacienda para fines expiatorios, yerra en el concepto de la vida. No es
mérito en mí dar un par de botas viejas al descalzo; pero suponiendo
mérito a la dádiva, sí lo es dar un par de botas nuevas a quien va
descalzo en el rigor del invierno y se esfuerza en vivir honradamente
para sustentar a su familia. Y si al darle las botas le doy también mi
cariño, tendrá doble dádiva y yo doblada bendición.

El más prudente empleo que el rico puede dar a sus riquezas es
acumularlas en su conducta moral, en su carácter, día por día mientras
viva. De este modo su vida irá acrecentándose y enriqueciéndose
continuamente. Tiempo llegará en que se dispute por desgracia que
un hombre muera y deje tras sí acumuladas riquezas.

Muchas personas moran en palacios y son más pobres que
quienes carecen de techo donde cobijarse.

Hay también una ley superior que priva del verdadero gozo y de
sus plenas facultades a quien atesora, pues la avaricia coloca en el
nivel de la pobreza.

Muchas gentes se alejan de lo elevado y óptimo por aferrarse a
lo caduco. Si desecharan lo pasado, cederían sitio a cuanto nuevo les
llega. La avaricia siempre acarrea pérdidas en una u otra forma. El
empleo prudente entraña siempre beneficiosa remuneración.

Si el árbol mantuviera en sus ramas las marchitas hojas, ¿brotaría
en él nueva vida al fecundo hálito de la primavera? Si el árbol
está muerto, no caerán las mustias hojas, no echará yemas y rebrotes;
pero mientras viva el árbol, necesario es que se despoje de su marchito
follaje para ceder sitio a las verdes hojas.

Ley del universo es la opulencia; ley es la abundante satisfacción
de toda necesidad si no hay nada que a ello se oponga.

No atesorándolas, sino por el prudente uso de las cosas que a
nosotros lleguen, tendremos una siempre renovada provisión de ellas,
según nuestras verdaderas necesidades. Por este medio, no sólo poseeremos
los inextinguibles tesoros del infinito Dios, sino que por nuestra
mediación llegarán a manos del prójimo.


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469 - JOYAS ESPIRITUALES - 07/01 - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY

1 comentario:

  1. Hola,
    le escribo para felicitarle por la página y para pedirle que por favor añada el enlace a la fotografía original: http://www.flickr.com/photos/clarabelen/3618146372/ cuya autora de la composicion soy yo: Clara Belén Gómez, quien ha cedido dicha composición bajo la licencia de Creative Commons: No comercial, atributtion y Obras no derivadas.
    Usted no ha nombrado a los autores y ha derivado la obra, al recortarla para que no salga dicha atribución.
    Muchas gracias,
    Clara Belén

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