Conciencia (2)
Recopilaciones por el Hno. José Ocampos
Despertar es tomar conciencia de tus posibilidades e imposibilidades.
Las posibilidades para abordarlas, y las imposibilidades, para dejarlas
de lado. Tomar conciencia de que los hechos consumados, consumados
están, y es inútil darse de cabeza contra ellos.
Dios es verdad y quiere que todos los hombres lleguen al conocimiento
de la verdad. Y esa conciencia exige desechar las discriminaciones
injustas, las marginaciones caprichosas y los privilegios irritantes.
Las gentes sufren aflicciones sobre aflicciones; no tanto por tener,
sino por aparecer, por exhibirse, transitando siempre por rutas artificiales.
Su única preocupación es quedar bien como sea.
Es necesario despertar una y otra vez, tomar conciencia de que están
sufriendo por algo irreal (fuego futuo), liberarse de esas tiranías y
dejarse conducir por criterios de veracidad. Esta es la ruta de la liberación.
Cuando un enfermo, inútil para todo, o cualquier otro sujeto, triturado
por la tribulación, toman conciencia de que, en la fe y en el amor, están
activamente participando en la salvación de sus hermanos; de que están
completando lo que falta a los padecimientos de Cristo; de que su sufrimiento
no sólo es útil para los demás; sino que cumple un servicio insustituible;
de que están enriqueciendo a la iglesia tanto o más que los apóstoles
y misioneros; de que su sufrimiento, asumido con amor, es el que
abre el camino de la gracia más que cualquier otra cosa; ¡cómo no sentir
satisfacción y gozo cuando se sufre! Como decía San Pablo: “Ahora me
alegro de mis padecimientos”.
Nuestro reino, nuestro hogar, nuestro palacio, son nuestra conciencia.
Sociedades, iglesias, escuelas, conferencias y libros concurren a pro-
porcionarnos un lienzo en el cual podemos representar nuestra vida espiritual,
pero el trabajo verdadero ha de hacerse en nuestra conciencia.
Examinemos siempre nuestra conciencia y nuestro corazón. La verdadera
felicidad consiste en verse limpio y sin mancha en el espejo de la
propia conciencia.
No parece que sea muy rentable vivir pendiente de la aprobación de
los demás. Vivir pendiente de la aprobación de la propia conciencia es
suficiente y lo mejor.
Dice Dario Lostada: “Nuestra vida más luminosa, más intensa, más
valiosa, más profunda, más duradera, más gozosa, más creadora de desarrollo
interno, en la actividad interior de los pensamientos y afectos, de
las ilusiones, de la imaginación creadora de la conciencia”.
Despertar es tomar conciencia de las posibilidades e imposibilidades.
Darse cuenta si determinado hecho tiene remedio. Si lo tiene, buscar
solución, y si no lo tiene, olvidarlo.
En la conciencia fraterna, es preciso vivir atento para que los impulsos
no nos sorprendan, y debemos estar despiertos y preparados para
neutralizar esas cargas negativas. Vivir atento quiere decir que esa franja
de la personalidad que llamamos conciencia, esté poblada por Jesús, un
Jesús vivo y presente para que sus reacciones sean más reacciones, sus
reflejos más reflejos, su conducta más conducta, su paciencia más paciencia.
No hay testigo más terrible, acusador tan poderoso, como la conciencia
que se abriga en el pecho de cada uno.
Una conciencia limpia no necesita excusas ni teme la acusación; es
la almohada más dulce para un sueño tranquilo.
La conciencia es el pulso de la razón y cuando cesa aquel pulso,
muere el alma para siempre.
Cuando la conciencia es madre del sentir y del pensar, se puede
decir que se actuará bien.
Uno debe vivir con la permanente conciencia del triunfo. Este estado
de conciencia es sumamente importante. Si usted vive con la conciencia
de su inferioridad, de su pobreza, entonces Dios nunca podrá obrar en
usted.
La caridad y el amor al prójimo, parece que estuviera sepultado en el
fondo de nuestra conciencia dentro de una maraña de intereses materiales.
Cada uno debe juzgar en conciencia qué puede ser más deseable y
por otro lado, apreciar si el que busca el placer del momento es feliz
verdaderamente, o en realidad, profundamente desgraciado en su vacío
interno.
La conciencia de la gran mayoría de los inteligentes de nuestra época
intelectual, está casi por completo localizada en el cerebro; viven por
así decirlo, únicamente en el desván de su casa. Pero el centro de la vida
es el corazón. Que los que anhelan crecer espiritualmente traten de acercar
el pensamiento al corazón, en lugar de localizarlo friamente en los
estrechos lindes del cerebro.
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467 - JOYAS ESPIRITUALES - 05/01 - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY
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