PRINCIPIO FUNDAMENTAL
DE TODAS LAS RELIGIONES,
LA RELIGIÓN UNIVERSAL
Del libro: EN ARMONÍA CON EL INFINITO por RODOLFO WALDO TRINE
La capital verdad que vamos considerando es el principio que fundamentalmente
palpita en todas las religiones y que todas aceptan. Es
además, una verdad que pueden aceptar todas las gentes, ya pertenezcan
a la misma o a distinta religión. La multitud siempre dispuesta sobre
bagatelas míralas desde insignificantes y personales puntos de vista; pero
se pone de acuerdo en presencia de las verdades capitales cuyos hilos
se diversifican por doquiera. Las discrepancias y altercados se relacionan
con el yo inferior; las avenencias y acuerdos con el Yo superior.
En una población puede haber diferentes bandos o partidos que se
combaten encarnizadamente; pero si sobreviene una calamidad pública,
sea inundación, hambre o peste, apaciguarán los enemigos sus odios y
todos juntos trabajarán con ardor en beneficio común. Lo mutable, lo
personal, suscita querellas; lo permanente, lo humano, une a todos en los
mismos esfuerzos de amor y servicio mutuo.
Muy loable es el patriotismo; bueno es amar al país en que se ha
nacido; mas, ¿por qué amarlo más que a los demás países? Si amo al
mío y odio a los extraños, seré egoísta, y mi patriotismo infundirá sospechas
aun a mi propio país. Si amo al mío al mismo tiempo que a los
extraños, entonces doy prueba de la amplitud de mi carácter y mi patriotismo
tiene firme fianza. La idea que de Dios hemos aceptado, la idea de
que es infinito Espíritu de Vida y Poder anterior a todo, que obra en todo y
es vida de todo, pueden aceptarla todas las religiones. En este punto no
caben infieles ni ateos. Hay ateos e infieles respecto al modo de adorarle
y reverenciarle. Sin embargo, muchos y muy ardientes devotos atribuyen
a Dios cualidades que ningún hombre que en algo se estime quisiera para
sí. Tal hacen los que se imaginan un Dios colérico, celoso y vengativo con
sus criaturas. Quienes manifestasen estas pasiones, se harían indignos
de nuestro respeto; y no obstante hay quienes las atribuyen a Dios.
El ardiente y sincero místico es uno de los mayores amigos que
puede tener la verdadera religión. Cuéntanse los bienhechores del gobierno
humano. Cristo fue, según la opinión vulgar de su época, uno de
los mayores herejes que en el mundo han sido, pues no quiso sujetarse a
las creencias ortodóxicamente establecidas. Cristo es arquetipo de la
idea universal. Juan Bautista, el de la idea personal. Juan viste determinado
traje, sólo come cierta clase de manjares, pertenece a una secta
especial, vive y enseña en lugar fijo y él mismo reconoce inferioridad correlativa
a la creciente superioridad de Cristo. Cristo, por el contrario, se
entrega sin limitaciones y a nada quiere sujetarse. Fue universal en absoluto,
y así no enseñó para su tiempo sino para todos los siglos.
Esta sublime verdad relativa al acto capital de la humana vida es el
hilo de oro que engarza todas las religiones. Cuando le demos supremacía
sobre los demás actos de nuestra vida, veremos cómo por su misma
insignificancia se desvanecen las mínimas diferencias, los estrechos prejuicios,
los risibles absurdos, y creeremos que en caso necesario, un judío
puede adorar a Dios en una catedral católica, como un católico en una
sinagoga judía, un budista en una iglesia cristiana y un cristiano en una
mezquita, porque todos pueden igualmente adorar a Dios en el ara de su
propio corazón o en la cima de una montaña o durante los quehaceres
de la vida ordinaria. Para arrobarse en la verdadera oración, sólo son
necesarios Dios y el humano espíritu sin sujeción a tiempo ni estación ni
oportunidad. En cualquier lugar y tiempo puede encontrar el alma a Dios.
Este es el principio básico de la religión universal que todos pueden
aceptar. Esta es la verdad capital y permanente. Hay algo en que no
todos están acordes; esto es lo contingente, lo no necesario, que va desvaneciéndose
a medida que el tiempo pasa. Un cristiano que no acierte a
percibir esta verdad, preguntará: ¿Pero no estuvo Cristo inspirado por
Dios? – Sí, pero no fue él solo el inspirado. Un budista preguntaría: ¿No
inspiró Dios a Buda? – Sí, pero no fue él solo el inspirado. Un cristiano
dirá: ¿Acaso la Biblia no fue dictada por el Espíritu Santo? – Sí, pero
también hay otras Escrituras inspiradas por Dios. Un budista preguntará:
¿Acaso no fueron inspirados los Vedas? – Sí, pero también hay otros
libros sagrados. Vuestro error no está en creer que vuestras respectivas
Escrituras fuesen inspiradas por Dios, sino en vuestro notorio exclusivismo
al negar que también otras Escrituras pudieran estar igualmente inspiradas
por Él.
Los libros sagrados, las Escrituras inspiradas, proceden todas de
una misma fuente; de Dios, que habla a través de las almas de quienes
escuchan su voz. Unos pueden estar más inspirados que otros, según el
grado en que escuchen la voz divina. Dicen las escrituras hebreas: “La
sabiduría es el aliento del poder de Dios y en toda época penetra en las
almas bienaventuradas haciéndolas profetas y amigas de Dios”.
No seamos del número de los romos, obcecados y raquíticos para
quienes Dios se reveló únicamente a una corta porción de sus criaturas
en una escondida parte del globo y en un tiempo determinado. Este no es
el modelo de las obras de Dios. Al contrario, Dios no tiene preferencia por
nadie, pues quien en cada nación reverenció a Dios, obrando en justicia,
fue aceptado por Él.
Cuando comprendamos completamente esta verdad, veremos que
sólo hay diferencias insignificantes entre las varias formas de religión que
aparecen como insondables discrepancias del vital principio que en todas
alienta. En el grado en que nos amemos menos a nosotros mismos y
más a la verdad, en el mismo grado propenderemos menos a convertir a
las gentes hacia nuestras maneras particulares de pensar y pondremos
más cuidado en ayudarlas a recibir la verdad por los medios más apropiados
a su temperamento. La doctrina de nuestro maestro – dicen los
chinos- consiste en la limpieza del corazón. Tal es la doctrina de quien
merece el nombre de maestro.
Idéntico es el principio fundamental de todas las religiones, y los
mínimos pormenores en que difieren dependen del grado de civilización
de cada pueblo. A veces me pregunto: ¿a qué religión perteneces?, ¿a
qué religión? Sólo hay una: la religión de Dios vivo.
Desde el momento en que perdemos de vista esta capital verdad,
nos apartamos del vivificante espíritu de la verdadera religión y nos ligamos
a la forma. En el grado en que esto hagamos, erigiremos en torno
nuestro, barreras que nos impidan recibir la verdad universal, pues nada
hay que el hombre de verdad merezca si no es universal.
Sólo hay una religión. “Por cualquier camino que vaya, llegaré a las
alturas que conduzcan a Ti”; dicen las Escrituras persas. “Ancho el manto
de Dios y hermosos los colores de que le adornó”. “El hombre puro respeta
todas las formas de fe”, dicen los budistas. “Mi doctrina no distingue
entre altos y bajos, ricos y pobres; como el cielo, tiene lugar para todos, y
como el agua, todo lo lava con igual limpieza”. “El entendimiento agudo
ve la verdad de todas las religiones; el entendimiento romo sólo ve las
diferencias”, dicen los chinos. Y añaden los indios: “El corto de alcances
pregunta: ¿Este hombre es extranjero o compatriota?; mas, para aquellos
en quienes el amor mora el mundo entero es una sola familia”.
“Las flores del altar son de muchas clases, pero la adoración es
una”. “El cielo es un palacio con muchas puertas y cada cual puede
entrar según sus merecimientos”. “¿No somos todos hijos de un mismo
Padre?”, dice el cristiano. “De una misma sangre hizo Dios a todas las
naciones que moran sobre la faz de la tierra” (Hechos de los Apóstoles,
17:26). Un vidente de estos últimos tiempos dijo: “El Padre reveló a los
antiguos lo que fue provechoso al espíritu del hombre; lo que es provechoso
lo revela hoy”.
Dice Tennysón: “Soñé que piedra sobre piedra edificaba un sagrado
templo que ni era pagano ni mezquita ni iglesia, sino un templo elevadísimo,
sencillo, con las puertas perpetuamente abiertas a los alientos celestes.
Y la Verdad, la Paz, el Amor y la Justicia moraron en él”.
La Religión, en su verdadero sentido, es lo más hermoso que pueda
conocer el alma humana, y al comprenderla veremos que es agente de
paz, felicidad y gozo; pero nunca de melancolía, tristeza y angustia. Será
amada por todos y por nadie rechazada. Que nuestras iglesias se convenzan
de estas grandes verdades, que trabajen por la conversión de las
gentes el conocimiento de su verdadero ser, al de sus relaciones y de su
unidad con el infinito Dios, y tal será el gozo, tal la muchedumbre que a
ellas acuda, tales los cánticos de alabanza, que hasta los muros se estremecerán
de amor a la religión. Adecuada a la vida, adecuada a todos los
días de la vida, debe ser ahora y siempre el carácter de la religión. Si no
tiene tal carácter no es religión. Necesitamos una religión cotidiana en
este mundo. Todo el tiempo en que cualquiera otra se emplee es peor
que malgastado. La vida eterna lo será si procuramos mantenernos a
cada momento en la misma disposición de ánimo que en el anterior.
Pero esta placentera disposición de ánimo únicamente puede derivar
de la rectitud de pensamiento, de la veracidad de la palabra y de la
servicial e inegoísta alteza de nuestras obras. Si en esto fracasamos,
fracasaremos en todo.
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471 - JOYAS ESPIRITUALES - 09/01 - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY
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