PROFETAS, VIDENTES,
SABIOS Y REDENTORES
Del libro: EN ARMONÍA CON EL INFINITO por RODOLFO WALDO TRINE
Hasta ahora he tratado de exponer sinceramente las verdades dichas,
estudiando cada materia según mi propia intención, con propósito
de no basarme en ajenas enseñanzas aunque fuesen de los más inspirados
maestros.
Mas, veamos por un momento estas mismas verdades capitales a la
luz de las ideas y enseñanzas de quienes el mundo tuvo por insignes
pensadores.
Según recordará el lector, la cifra y esencia del pensamiento expuesto
en estas páginas es la base fundamental de la humana vida, o sea
el conciente y vital reconocimiento de nuestra unidad con Dios, de modo
que nos abramos completamente a su divino flujo.
“Yo y mi Padre somos una misma cosa”, dijo el Maestro. En esto
vemos cómo reconoció su unidad con el Padre. En otra ocasión dijo: “Las
palabras que os digo no las hablo por mí mismo, mas el Padre que mora
en mí, manifiesta sus obras”. (S. Juan 14:10). En esto vemos, cuánto
claramente reconoció que nada podía hacer por sí mismo, sino operando
en unión del Padre. Y también dijo: “Mi padre obra, y yo obro” (S. Juan
5:17). Esto es: mi Padre envía el poder.
Otra vez dijo: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia y lo demás
se os dará por añadidura”. (S. Mateo 6:33). Y para explicar lo que
estos significa, dijo en otra ocasión: “No digáis helo aquí o allí, porque en
vosotros está el reino de los cielos”. (S. Lucas 17:2). Conforme con es
enseñanzas, el reino de Dios y el reino de los cielos son idénticos. Por lo
tanto si enseñó que el reino de los cielos está en nosotros, equivale a
decir: Reconoced conscientemente vuestra unidad con la vida del Padre y
cuando la reconozcáis hallaréis el reino de dios y cuando lo halléis todo lo
demás se os dará por añadidura.
La parábola del hijo pródigo es otro hermoso ejemplo de esta capital
enseñanza del Maestro. Luego que el pródigo hubo malbaratado su hacienda,
después de vagar por todos los reinos de la tierra en busca de
felicidad y placeres que no le satisficieron, sino que lo colocaron al nivel de
los brutos, volvió en su sentido y dijo: me levantaré e iré a mi Padre; es
decir, que después de sus aventuras y disipaciones su propia alma le
habló al fin diciendo: No eres una bestia. Tienes Padre. Alzate y ve a tu
Padre, que todo lo mantiene en sus manos.
En otra ocasión dijo el Maestro: “ A nadie llames Padre en la tierra,
porque uno es vuestro Padre que está en el cielo”. (S. Mateo 23:9). En
esto reconoció que la verdadera vida procede directamente de la vida de
Dios.
Nuestros padres según la carne son los agentes que nos dan el
cuerpo, nuestra morada en la tierra: pero la vida real fluye de la infinita
Fuente de Vida, de Dios nuestro Padre.
Dijéronle una vez al Maestro que su madre y sus hermanos le esperaban
para hablarle y respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos...? Quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre que está
en el cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. (S. Mateo
12:48, 50).
Muchas gentes son esclavas de lo que llamamos lazos de parentesco.
No obstante, bueno es recordar que nuestros verdaderos parientes
no son precisamente los que llevan nuestra sangre, sino los más próximos
a nosotros en mente, alma y espíritu. Pueden ser nuestros parientes
más próximos quienes vivan en el confín del globo, gente a quienes tal vez
no veamos jamás, pero hacia quienes quedaremos atraídos en ésta o en
otra vida porque siempre actúa y jamás falla la ley de atracción.
Cuando el Maestro dijo: “No llaméis a nadie Padre sobre la tierra,
porque uno es vuestro Padre y está en el cielo”, fundamentó el verdadero
concepto de la paternidad de Dios, porque si Dios es padre de todos, en
la paternidad divina tendremos el fundamento de la fraternidad humana.
Pero todavía hay hasta cierto punto un más alto concepto: la unidad del
hombre con Dios, de que deriva la unidad del género humano. Cuando
de esto nos convenzamos, veremos claramente cómo en el grado en que
nos unamos con la infinita vida y en cada paso que demos hacia Dios,
ayudaremos al linaje humano en esta obra y le haremos capaz de acercarse
a Dios.
El Maestro expuso nuestras verdaderas relaciones con la infinita Vida
al decir: “Si no os volviereis como niños, no entraréis en el reino de los
cielos”. (S. Mateo 18:13) Y cuando dijo: “No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra de Dios”. (S. Lucas 4:4), divulgó una verdad de
mayor importancia que cuantas hasta ahora hemos vislumbrado. Con
esto enseñó que ni aun la vida física puede sustentarse únicamente con
pan, sino que la relación del hombre con Dios determina gran número de
condiciones relativas a la estructura y actividad del cuerpo. “Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”; es decir bienaventurados
quienes sólo a Dios ven en la vida terrenal, porque asimismo
lo verán en la vida eterna.
El sabio indio Viasvata dijo: “Quien ve en su propia alma a la suprema
Alma de todos los seres y logra la ecuanimidad con todos ellos, alcanza
la suprema bienaventuranza”. Dijo Anastasio: “Podemos llegar a ser
dioses sin mortificar nuestro cuerpo”. La misma verdad que vamos considerando
está en las enseñanzas de Buda, quien dice: “El pueblo está en
la esclavitud porque todavía no ha comprendido la idea del Yo”. En todas
las enseñanzas de Buda palpita el pensamiento capital de rechazar toda
clase de separaciones y reconocer la unidad de sí mismo con el Infinito.
Examinando las vidas de los místicos medievales se descubre idéntica
verdad: la unión con Dios.
En nuestros tiempos el iluminado vidente Manuel Swedenborg expuso
la superior ley relativa a lo que el llamaba el divino flujo y de cómo
podemos abrirnos completamente a su actuación. Lo esencial es la luz
interior, pues Dios habla directamente al alma humana en el mismo grado
en que el alma se abre a Él. Otro iluminado y vidente reconoció la
misma verdad al decir: “Todos navegamos por el océano de la vida”.
Nos enseña la historia que cuantos entraron en el reino de la verdadera
paz y gozo, vivieron en armonía con Dios.
Fuerte y poderoso fue David y su alma inflamóse en adoraciones y
alabanzas a Dios en el grado en que él escuchaba la voz de Dios y vivía
de conformidad con sus elevadas inspiraciones; pero al flaquear en ello
se lo advirtieron las angustiosas lamentaciones de su alma. Lo mismo
puede decirse de las naciones. Cuando los israelitas servían a Dios y
obraban con arreglo a Su ley estaban contentos y eran felices y poderosos;
mas fueron impotentes al abandonar el servicio de Dios. Cuando
sólo confiaban en sus propias fuerzas y no reconocían a Dios como fuente
de todo poder, caían en esclavitud y lamentación.
Sobre inmutable ley se funda aquella verdad: Bienaventurados los
que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Todo los favorece. Seremos
sabios en el grado en que vivamos acordes con la suprema ley.
Todos los proferas, videntes, sabios y redentores que recuerda la
historia llegaron a ser lo que fueron, y en consecuencia tuvieron el poder
que poseyeron, por medios completamente naturales. Todos reconocieron
y llegaron a la consciente unidad con la infinita Vida. Dios no tiene
preferencias por nadie. Él no crea profetas ni videntes ni sabios ni redentores.
Crea hombres. Pero entre los hombres hay quienes reconocen su
verdadera identidad y la unidad de su vida con la Fuente de que procede.
Vive según el reconocimiento de esta unidad y en recompensa llega a ser
profeta, vidente, sabio o redentor. Tampoco tiene Dios preferencias por
tal o cual nación. No ha escogido pueblo alguno; pero la nación o raza que
reconoce a Dios es el pueblo escogido.
Jamás hubo época ni lugar determinado de prodigios en distinción
de otras épocas y lugares. Lo que llamamos milagros abundaron en todo
tiempo y lugar donde las condiciones fueron favorables a su efecto. Aun
hoy se obran lo mismo que siempre se obraron con sujeción a las leyes a
que obedecen. Los taumaturgos fueron hombres que anduvieron con Dios
y en las palabras “que anduvieron con Dios” está el secreto de la palabra
“taumaturgo y hombre prodigioso”. La causa y el efecto.
Dios nunca da la prosperidad a hombre alguno, pero el hombre
puede prosperar si conoce a Dios y vive de conformidad con su ley.
A Salomón le fueron dados a elegir los bienes que desease y eligió
la sabiduría donde todos lo demás se encierra. Según nos enseñaron,
Dios endureció el corazón del Faraón. No debemos creerlo. Dios nunca le
endurece a nadie el corazón. El mismo Faraón endureció su propio corazón
y a Dios le culpó de ello; pero cuando Faraón endureció su corazón y
no quiso escuchar la voz de Dios, sobrevinieron las plagas. Otra vez la
causa y el efecto. Si por el contrario, hubiera abierto su ser a la voz de
Dios, no habrían sobrevenido las plagas.
Nosotros podemos ser nuestros mejores amigos o nuestros peores
enemigos. En el grado en que seamos amigos de todos; y en el grado en
que seamos enemigos de lo supremo y óptimo en nuestro interior, seremos
enemigos de todo. En el grado en que abramos nuestro ser a las
fuerzas superiores y dejemos que en nosotros se manifiesten, seremos
hasta cierto punto los redentores de nuestros prójimos. Así, somos o podemos
todos llegar a ser redentores unos de los otros. Así podrás tú ¡oh!
lector, llegar a ser verdaderamente uno de los redentores del mundo.
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470 - JOYAS ESPIRITUALES - 08/01 - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY
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