jueves, 19 de marzo de 2015

El experimento


EL EXPERIMENTO
 
            Una profesora universitaria decidió realizar un experimento con sus alumnos: a cada  uno le dio cuatro insignias  de solapa,  de color azul, todas  con la leyenda:  “Eres importante para mí”, y les pidió que se pusieran una.
            Cuando  lo  hubieron  hecho,  les  explicó  en  qué  iba  a  consistir  el  experimento: tenían  que  entregar  una  de  las  tres  restantes  insignias  a  una  persona  que  fuera importante  para ellos  y, luego, darle las otras  dos para  que ella hiciese lo  mismo  con
otra persona. De ese modo podrían comprobar cómo influye en los seres humanos un pequeño detalle como ése.
            Todos  salieron  de  la  clase  hablando  sobre  a  quién  entregarían  sus  insignias.
Unos mencionaban a sus padres, otros a sus hermanos o amigos, otros a sus novios...
             Entre los estudiantes había uno que estaba muy lejos de casa. Había obtenido una  beca  para  estudiar  en  esa  universidad  y  no  podía  entregarlas  a  sus  padres  ni hermanos, así que se pasó toda la noche pensando a quién se las daría. Por la mañana, al 
despertar,  encontró  la  respuesta:  tenía  un  amigo,  un  joven  profesional,  que  le  había orientado  para  elegir  carrera  y,  muchas  veces,  le  asesoraba  cuando  las  cosas  no  iban todo lo bien que fuera de desear. ¡Esa era la solución!
            Al  salir  de  clase,  se  dirigió  al  edificio  en  el  que  su  amigo  trabajaba.  En  la recepción pidió verlo. A su amigo le extrañó, ya que lo iba siempre a ver después del trabajo,  por  lo  que  se  temió  que  algo  malo  sucedía.  Cuando  lo  vio  en  la  entrada,  se sintió aliviado, al comprobar que todo iba bien, pero no dejó de preguntarse el motivo de  la  visita.  El  estudiante  le  explico  el  propósito  de  la  misma,  le  entregó  las  tres insignias y le  rogó que se pusiese una  y, que diese las  otras dos a  una persona de su elección. Añadió que, como tenía a su familia lejos, él era la persona más indicada para llevarla  en  la  solapa.  El  joven  ejecutivo  se  sintió  halagado,  pues  no  recibía  muy  a menudo  ese  tipo  de  reconocimientos,  y  prometió  a  su  amigo  que  seguiría  con  el experimento y le informaría de los resultados. Tras ello, regresó a su trabajo y, ya casi a la  hora  de  la  salida,  se  le  ocurrió  una  idea  arriesgada:  le  entregaría  las  dos  insignias restantes a su jefe. El jefe era una persona huraña y siempre muy atareado, por lo que tuvo que esperar a que tuviera “tiempo libre”. Cuando consiguió verlo, estaba inmerso en  la  lectura  de  los  nuevos  proyectos  de  su  departamento.  El  jefe  sólo  gruñó:  “¿Qué desea?” El joven ejecutivo le explicó, tímidamente, el propósito de su visita y le mostró las dos insignias. El jefe, asombrado,  le  preguntó: “¿Y por qué cree usted que soy el más indicado para tener esta insignia?” El joven le respondió que él lo admiraba por su capacidad y entusiasmo en el trabajo, además de que había aprendido mucho a su lado y estaba orgulloso de estar bajo su mando. El jefe titubeó, pero recibió con agrado las dos insignias.  “No  muy  a  menudo  se  escuchan  palabras  sinceras  -  pensó  -  estando  en  el puesto en el que estoy.”
            El joven ejecutivo se despidió cortésmente de su jefe y, como ya era la hora de la  salida,  se  fue a  su casa.  El  jefe,  que acostumbraba a  estar  en  la  oficina  hasta  muy tarde, decidió ese día ir temprano a casa. En la solapa llevaba una de las insignias. La
otra, en el bolsillo de la camisa. Iba reflexionando, mientras conducía hasta su casa. Su esposa se extrañó al verlo regresar tan temprano y pensó que algo le habría ocurrido. Él le  respondió,  sin  embargo,  que  no,  que  ese  día  quería  estar  con  su  familia.  Ella  se extrañó, más aún ya que su marido acostumbraba llegar de mal humor. El jefe preguntó:
“¿Dónde está nuestro hijo?” La esposa se limitó a llamarlo, ya que estaba en el piso de arriba de la casa. Cuando el hijo bajó, el padre le dijo: “Acompáñame”. Ante la mirada extrañada  de  la  esposa,  ambos  salieron  al  jardín.  El  jefe  era  un  hombre  que  no acostumbraba muy a menudo malgastar “su valioso tiempo” con su familia. Se sentaron en el porche. El padre miró a su hijo, que estaba extrañado de la situación. Le empezó a decir que se había dado cuenta de que no era un buen padre, que muchas veces se había perdido momentos de convivencia que eran importantes para su hijo. Le dijo que había decidido cambiar, que quería pasar más tiempo con ellos, ya que su madre y él eran lo más importante que tenía. Le mencionó lo de las insignias de su joven ejecutivo. Y le dijo que lo había pensado mucho, y que quería darle la última insignia a él, ya  que su hijo era lo más importante, lo más sagrado para él, que el día en que nació fue el más feliz de su vida y que estaba orgulloso de ese hijo. Todo ello, mientras le colocaba en la solapa la insignia que decía :”Eres importante para mí”.
            El  hijo,  con  lágrimas  en  los  ojos,  le  dijo:  “Papá,  no  sé  qué  decir.  Mañana pensaba suicidarme, porque pensé que no te importaba. Te quiero, papá, perdóname”.
            Ambos lloraron y se abrazaron.
            El experimento de la profesora dio, pues, resultado. Había logrado cambiar, no una, sino varias vidas, con sólo hacer expresar a la gente lo que se sentía.
           Ése es el poder que todos poseemos y que usamos bien poco: Expresar lo que sentimos y dar valor a los pequeños detalles de la gente que nos ama y a la que amamos.

Boletín Nº 37 AÑO 2.000 - CUARTO TRIMESTRE 
(Octubre-Diciembre) FRATERNIDAD ROSACRUZ  MAX HEINDEL (MADRID) 
 

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