martes, 17 de agosto de 2010

EL SECRETO, LA FUERZA Y LOS EFECTOS DEL AMOR -II por RODOLFO WALDO TRINE


EL SECRETO, LA FUERZA Y
LOS EFECTOS DEL AMOR -II

libro: EN ARMONÍA CON EL INFINITO por RODOLFO WALDO TRINE


Por otra parte, si oponéis odio a odio, sólo conseguiréis intensificarlo.
Añadiréis combustible a la ya encendida llama, alimentándola y
acrecentándola y aumentaréis así la intensidad de las malas condiciones.

Nada se gana con esto; al contrario, todo se pierde. Devolviendo
amor por odio seréis capaces de neutralizar esta funesta emoción, de
suerte que no sólo no os afecte, sino que ni siquiera os alcance. Y aun
más que esta; llegaréis tarde o temprano a convertir en amigo al enemigo.

Oponed odio a odio y os degradaréis; oponed amor a odio y no sólo
os realizaréis ante vuestros ojos, sino ante los de quien os odie.
Un sabio persa dijo: “Siempre opongo la suavidad a la dureza y la
bondad a la perversión”. El budista dice: “Si un imprudente me agravia le
corresponderé con mi voluntario amor. El mal está de su parte, el bien
de la mía”. El sabio venga las injusticias con beneficios”, dice un proverbio
chino. “Devolved bien por mal; vence el enojo con el amor; el odio
nunca cesa por el odio, sino por el amor”, dicen los indostanos.

El hombre verdaderamente sabio no tiene enemigos. Con frecuencia
oímos decir: “¡No importa! me portaré lo mismo con él!” ¿Eso quieres?
¿Y cómo lo harás? Puedes hacerlo de dos maneras: pórtate con él
como él se porte contigo, pagándole en la misma moneda. Si así lo
haces, te pondrás a su nivel y ambos sufriréis. En cambio, si te muestras
generoso, puedes devolverle amor por odio, amabilidad por aspereza
y de este modo le igualarás a ti, alzándole a tu nivel. Pero recuerda
que nunca podrás sostener a otro si no te sostienes a ti mismo; y si te
olvidas de ti mismo, te será más valioso el servicio que a otros prestes.

Si tratas a otro tan mal como el te trate, demostrarás que existe en ti
aquello que te acarrea el maltrato; mereces lo que te sucede y no debes
quejarte de ello. Procediendo de opuesto modo lograrías mejor tu propósito
y obtendrías una victoria sobre ti mismo, prestando al mismo tiempo
al prójimo un gran servicio de que evidentemente necesita.

De este modo podrás ser su salvador, y él a su vez lo será de otros
pecadores y tendrá a su cuidado muchas gentes. Algunas veces la lucha
es mayor de lo que podemos suponer, y entonces necesitamos
más simpatía en nuestro trato común con los hombres. Por lo tanto, “no
nos inculpemos ni nos condenemos unos a otros, pues en el espinoso
camino de la vida los pies se fatigan y el corazón se entristece. Pesada
carga es la que solos hemos de sobrellevar y casi nos olvidamos de qué
contentos estaríamos si nos ayudáramos unos a otros, confortándonos
en estrecho y tierno abrazo, dulce como el amor y como la mirada de
ojos propios. No esperemos que por gracia inefable se parta el pan de la
vida. Las palabras suaves son como maná de los cielos”.

Cuando lleguemos al completo conocimiento de que todo mal y
todo error y todo pecado y sus consiguientes sufrimientos proceden de
la ignorancia, descubriremos por doquiera y en cualquier forma sus manifestaciones;
y si nuestros corazones son rectos, nos compadeceremos
de aquellos en quienes se manifiestan. La compasión se trocará
entonces espontáneamente en amor, que hará su natural oficio. Tal es
el divino método. Y así, en vez de impeler a quienquiera hacia su flaqueza,
lo sostendremos hasta que por sí pueda mantenerse y sea dueño de
sí mismo. Pero toda la vida crece y se desenvuelve de dentro a fuera y
cada cual llega a ser dueño de sí mismo en el grado en que el conocimiento
del origen divino de su naturaleza alboree en su conciencia, de
suerte que le lleve a la armonía con las leyes superiores, pues por la
manifestación de nuestra interna espiritualidad podremos despertar
mayormente el conocimiento de estas leyes en la conciencia ajena.
Por el ejemplo y no por el precepto. Por la conducta y no por la
predicación. Con hechos y no con palabras. Por el proceder de nuestra
vida y no por la dogmática enseñanza de cómo vivir.

No hay contagio más intenso que el del ejemplo. Se recoge lo que
se siembra y cada simiente produce los mismos frutos. No solo podemos
matar al prójimo hiriéndole en su cuerpo, sino con pensamientos
agresivos; pero al paso que le matamos, nos suicidamos. Alguien enfermó
a causa de haberse enfocado en él los homicidas pensamientos de
algunas personas; y hubo quien murió de resultas de ello. Si el odio
prevaleciera en el mundo, sería el mundo un infierno. Que el amor avasalle
al mundo, y el mundo será un cielo con todas sus glorias y hermosuras.

No amar es no vivir, o por lo menos es vivir muriendo. La vida
amante de todas las cosas es vida completa, copiosa y sin cesar explayada
en fuerza y hermosura. Tal es la inmensa vida de cada vez más
amplios horizontes. Los hombres más francos, nobles y liberales son
los que mejor comprenden el amor y la amistad; los más ruines son
aquellos de raquítica y degenerada naturaleza cuya insolencia se cifra
en egolatría. Un alma noble abierta y generosa ha de ser forzosamente
altruísta; sólo los hombres de alma ruin, que se consideran como el
centro del mundo, son ególatras; pero nunca lo es el hombre de espíritu
amplio y elevado. Las almas ruines luchan sin cesar por los bienes materiales;
las almas generosas, jamás. Éstas se afanan en servir y amar
al prójimo en todas partes y ocasiones; aquellos no se mueven de su
concha e intentan que el mundo les sirva y les dé provecho. Unas sólo
se aman a sí mismas y las otras aman al mundo todo; pero en este
extensivo amor se hallan incluías ellas mismas.

Verdaderamente, el amor más puro es el que aproxima a Dios,
porque Dios es espíritu de infinito amor. Y cuando reconozcamos nuestra
unidad con este infinito Espíritu, nos henchiremos de tal modo del
amor divino, que enriqueciendo nuestra vida, fluirá de ella el amor para
enriquecer al mundo entero.

Al reconocer nuestra unidad con Dios, nos pondremos al mismo
tiempo en acordes relaciones con nuestros prójimos y en armonía con
las eternas leyes, de modo que hallemos nuestra vida al perderla en
provecho ajeno. Conoceremos que toda vida es una y que por lo tanto
todos somos parte del todo, comprenderemos que nada podemos hacer
a otros sin que a nosotros mismos nos lo hagamos ni perjudicar al
prójimo sin que por ello quedemos también perjudicados. Comprenderemos
asimismo que el hombre que sólo vive para sí, vive raquítica, ruin
y desmedradamente, porque no es partícipe de la amplia y expansiva
vida de la humanidad. Quien emplea su vida en el servicio colectivo, la
enriquece y acrecienta mil veces, y cada gozo, cada dicha, cada triunfo
de los miembros del todo será también suyo porque es parte de la vida
universal.

Digamos ahora dos palabras relativas a los beneficios. Los apóstoles
Pedro y Juan subieron un día al templo junto a cuya puerta Hermosa
pedía limosna un lisiado; pero en vez de darle algo con que remediar
la necesidad del día, dejándole sin valimiento para el de mañana, le hizo
Pedro un verdadero y positivo beneficio diciéndole: “No llevo plata ni
oro; pero te daré cuanto tengo”. Y le curó. De este modo le puso en
condición de valerse por sí mismo.

En otros términos: el mayor servicio que podemos prestar al prójimo
es ayudarle a que por sí mismo se ayude. El socorro depende de las
circunstancias, y cuando se presta sin necesidad es flaqueza; pero nunca
lo es ayudar a otro a que por sí mismo se valga.

No hay mejor camino para ayudar a otro a valerse, que llevarle al
conocimiento de sí mismo y al reconocimiento de su unidad con Dios.

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458 - JOYAS ESPIRITUALES - - 08/00 - - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY

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