SABIDURÍA E ILUMINACIÓN
INTERIOR - II
Del libro: EN ARMONÍA CON EL INFINITO por RODOLFO WALDO TRINE
Tocante a la sabiduría que nos guía en nuestra vida cotidiana, nada
hay cuyo conocimiento nos convenga que no podamos conocer desde
el punto en que obedezcamos la ley a ello relativa y seamos capaces de
aplicarla convenientemente. Hemos de reconocer que todas las cosas
son nuestras tan pronto como sepamos apropiárnoslas legítimamente.
“Creo en la ley inmutable a la que el alma no puede substraerse ni
de ella apartarse. Tenemos en nosotros lo que atraemos; todo cuanto
necesitamos o merecemos”.
Si alguna vez ignoramos aquello que perseguimos, si no sabemos
qué senda seguir y no ponemos cuidado en explorar los recodos de
nuestro camino, debemos corregir esta anormal situación. Pero nunca
será necesario llegar a semejante estado si mantenemos despierta nuestra
conciencia y en acción las fuerzas interiores. Siempre está brillando
la luz; y para que nos ilumine sólo es necesario que no dejemos interponer
cosa alguna entre la luz y nuestra alma. “En Ti está la fuente de vida;
en Tu luz veremos la luz” (Salmo 36:9).
Oigamos las palabras de uno de los más grandes iluminados que
en el mundo han sido, de uno que jamás estuvo en tinieblas y supo lo
que hacía y cómo lo hacía:
“Siempre que dudéis acerca de la conducta que debéis seguir,
después de haber recurrido a los medios de guía externa, abrid vuestros
ojos interiores, abrid los oídos del alma y dejad que este natural,
sencillo y hermoso procedimiento dé respuesta a vuestras preguntas y
resolución a vuestras dudas... En todas las horas y en todos los casos
de rara perplejidad necesitamos tomar un solo camino y hallarlo como
podemos hallar todos los caminos en el Santo Evangelio que muchos
leen, pero que ¡ay! pocos interpretan debidamente”.
“Entra en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre” (S.Mateo 6:6).
¿Significa esto que debemos retirarnos literalmente a nuestra alcoba
y echar llave a la puerta? Si así fuera, no podría cumplirse este mandamiento
al aire libre, en el mar o en la montaña; y Cristo prefería los lagos y
los bosques a los estrechos aposentos de las mansiones urbanas. Sin embargo,
interpretando ampliamante sus consejos, no hay rincón de tierra ni
situación apurada en que no podamos ajustar a ello nuestra conducta.
Uno de los hombres de intuición más poderosa que he conocido,
estaba empleado en una oficina donde acudían muchos negociantes
que hablaban de sus asuntos en voz alta. Completamente aturullado
por los muchos y diversos ruidos que en su alrededor sonaban, este
hombre, lleno fe y de interior arrobamiento, corría las portezuelas del
despacho, aislándose tan completamente en su ambiente psíquico, cual
si estuviera sólo en una selva prehistórica. En el silencio de su mística
soledad inquiriría en sí mismo el camino más conducente a su propósito,
permaneciendo enteramente impasible hasta que llegaba la respuesta;
y jamás, ni una sola vez en la experiencia de muchos años, vio burladas
o fallidas sus esperanzas.
La perfección intuitiva de la verdad es el pan de cada día que satisface
nuestra hambre cotidiana; llega como el maná en el desierto; día a
día; y cada día nos trae lo necesario no tan sólo para satisfacer las necesidades
de aquel día. En cuanto percibamos intuitivamente la verdad,
hemos de seguirla inmediatamente, porque aplazarla sería lo mismo que
obscurecerla, y cuanto más tardáramos, con mayor prontitud la cubriría el
error con su espeso manto de fantasías nacidas de la voluntad terrena.
Mas, debemos obedecer una condición establecida por ley universal,
esta es: deja a un lado todo anhelo menos el de la verdad; añade la
absoluta determinación de seguir lo que como verdad percibas, tan luego
como por tal se te revele. No permitas que ningún otro afecto comparta
el campo con este absorbente amor a la verdad, por la verdad
misma. Sigue este único camino sin olvidar nunca que la esperanza y el
anhelo son como inseparables cónyuges, y pronto verás tú, hasta entonces
oscuro camino, iluminado por la radiante luz de tu cielo interno,
cuyo fulgor acrecentará incesantemente los cielos exteriores. A esto le
podríamos llamar la entrada en el silencio. Esto es vernos alumbrados
por la luz que ilumina y guía a todo hombre que viene al mundo. Esto es
escuchar la voz de nuestra propia alma, la voz de nuestro Yo superior.
Divina es el alma y, por consiguiente, si la hacemos diáfana, el
infinito Espíritu le revelará todas las cosas pero todas se le ocultarán a
medida que se aleje de la divina luz. Nada hay oculto por sí mismo.
Cuando se despierta el sentido íntimo, traspone los límites de los sentidos
corporales e intelectuales. Y en el grado en que transpongamos
estos límites y reconozcamos que la verdadera vida es una con la infinita
Vida, llegaremos a la altura desde donde su voz nos hable siempre
sin engañarnos nunca, con tal que la escuchemos, recibiendo en consecuencia
la iluminación y guía divina. Conocer esto no es vivir en un
cielo futuro, sino en un cielo actual, presente de hoy y todos los días.
Ningún alma humana carece necesariamente de él. Cuando volvemos
los ojos al camino recto, nos parece todo ello tan natural y sencillo
como que las flores broten y sople el viento. Cosa es que no puede
compararse con dinero ni presas. Es sencillamente una condición que
pueden cumplir el rico y el pobre, el rey y el vasallo, el amo y el criado.
Todos son igualmente sus herederos. Si el vasallo la encuentra primero,
será su vida de más trascendente belleza y poder que la del rey. Si el
criado la halla primero, sobrepujará a su propio amo.
Si hallaras la plenísima, suprema y óptima vida que hallarse puede
no sólo en este mundo, sino en todos los mundos conocidos, desecharás
todo sentimiento de separación de tu vida en la vida de Dios. Manténte,
pues, en pensamiento unido con ella. En el grado en que tal hagas, la
verás más completamente realizada, y según la reconozcas, hallarás
que nada nuevo te será rehusado, porque todo lo bueno está en ella
contenido. Entonces harás hoy sin recelo lo que hayas de hacer, seguro
de que mañana no te ha de faltar el necesario sustento de tu vida intelectual,
espiritual y física. Acuérdate, sin embargo, de que el sustento de
mañana no te es necesario hasta que el mañana llegue.
La ley nunca le falta a quien confíe plenamente en ella. Sólo quien
pone a medias su esperanza obtiene resultados inciertos y, por lo tanto,
poco satisfactorios. Nada hay firme y seguro sino Dios, que jamás engaña
a quien se arroja en sus brazos. El secreto de la vida consiste en vivir
sin cesar en Dios doquiera y por doquiera, de día y de noche, en sueño y
en vigilia, pues lo mismo durmiendo que despiertos podemos vivir en él.
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460 - JOYAS ESPIRITUALES - 10/00 - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY
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