SABIDURÍA E ILUMINACIÓN
INTERIOR - I
Del libro: EN ARMONÍA CON EL INFINITO por RODOLFO WALDO TRINE
Dios es el Espíritu de infinita Sabiduría. En el grado en que nos
abramos a Él, veremos manifestarse en nosotros y por medio de nosotros
la suprema Sabiduría. Así podremos penetrar en el propio corazón
del universo y descubrir los misterios ocultos a la mayoría de las gentes.
Debemos tener absoluta confianza en la divina inspiración sin recurrir
a extrañas fuentes. ¿Y por qué hemos de recibir de otro la sabiduría?
Dios no tiene preferencias por nadie. ¿Por qué habríamos de lograr
todas estas cosas por mediación ajena y como de segunda mano?¿Por
qué habrían de estar de tal modo paralizadas nuestras propias y congénitas
fuerzas? “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela
a Dios”. (Santiago 1:5 ). “Responderé antes de que llamen; y aun
estando ellos hablando, yo habré oído”. (Isaías 65:24).
Si acudimos directamente a Dios, sus mediadores serán para nosotros
conductos, pero nunca fuentes. No hemos de llamar a nadie maestro,
sino instructor. Reconozcamos con Bowning:
“La verdad está dentro de nosotros mismos y no dimana de cosas
exteriores, cualesquiera que sean. En nosotros hay un centro íntimo
donde la verdad reside en toda su plenitud”.
No hay en el mundo más importante máxima que ésta: “En tu propio
ser está la verdad”. O en otros términos: “En tu alma reside la verdad,
pues a través de ella escucha la voz de Dios”. Esta es la Guía
interna. Esta es la luz que ilumina a todo hombre venido al mundo. Entonces
tus oídos oirán a tus espaldas una voz que diga: “Este es el
camino, ve por él”.
(Isaías 30:21).
Estando Eliseo en el monte, oyó, después de varias conmociones
y manifestaciones sísmicas, la “voz del silencio”, la voz de su propia
alma, por medio de la cual le hablaba el infinito Dios.
Si escucháramos esta voz de la intuición, nos hablaría cada vez
más clara y evidentemente hasta llegar a ser absoluta e infalible guía. Lo
que nos conturba y daña es no escuchar ni atender a esta voz interior que
en nuestra propia alma resuena y así somos como reino dividido por luchas
intestinas. De este modo, nunca estamos seguros de nada.
Tengo un amigo tan cuidadosamente atento a esta voz interior y
tan solícito en obrar de riguroso acuerdo con ella como guía absoluta,
que siempre hace lo que debe a su debido tiempo y a su debido modo;
siempre sabe lo que hace y jamás está en la situación de un reino en
lucha consigo mismo.
Algunos dirán: ¿No podría sernos perjudicial el obrar siempre según
la intuición? ¿Y si por acaso tuviéramos la intuición de dañar a alguien? No
hemos de asustarnos por eso, pues la voz del alma, la voz de Dios que a
través del alma nos habla, jamás aconsejará hacer daño al prójimo ni cosa
alguna que no esté en armonía con los arquetipos de razón, verdad y justicia.
Y si alguna vez os acomete un arrebato de esta especie, sabed que no
es la voz de la intuición, sino algo característico de vuestro yo inferior, que
se ha revelado repentinamente.
No debemos desoír la voz de la intuición, sino estar continuamente
iluminados por tan alta y espiritual percepción, pues en el grado en que
nos ilumine será agente de luz y poder. Quien llega a la entera posesión
de sí mismo, entra en el reino de todo conocimiento y sabiduría; y estar en
posesión de sí mismo es no reconocer otra fuerza más allá del Poder
infinito que todo lo domina. Quien reconoce esta verdad capital y se abre
al Espíritu de sabiduría infinita, entra en el camino de la verdadera perfección
y se le revelan espontáneamente los misterios que antes se ocultaban.
Este debe ser necesariamente el fundamento de toda educación
verdadera: el desenvolvimiento de lo que involucionó el infinito Poder.
Todas las cosas cuyo reconocimiento nos aproveche vendrán a nosotros
con tal que escuchemos la voz de Dios; y tanto es así que, llegaremos
a ser videntes con facultad de escrutar todas las cosas. No hay hado
ni ley ni fuerza semejante a la de la unión con el infinito Espíritu de sabiduría,
por la que podemos descubrir y comprender lo no conocido hasta
ahora, que por este medio llegará a nosotros como nuevo y reciente.
Cuando así lleguemos al conocimiento de la tranquilidad de nuestro mundo
interior y explotaremos el exterior por las ventanas del alma, dando
entrada al escogido bien. Esta es la verdadera sabiduría. “La sabiduría es
el conocimiento de Dios”. La sabiduría se alcanza por la intuición y trasciende
más allá de todo otro conocimiento. El conocimiento de las cosas,
por profundo que sea, se logra simplemente merced a la mente concreta
por enseñanza y aprendizaje; pero la sabiduría va más allá del conocimiento,
que sólo es un mero incidente de esta profunda sabiduría.
Quien anhele entrar en el reino de la sabiduría debe despojarse
primeramente de toda intelectual presunción. Debe volverse niño. Los
prejuicios, opiniones y creencias preconcebidos embarazan el camino
de la verdadera sabiduría. Las ideas prejuiciosas tienen siempre influencias
suicidas; trancan la puerta para que entre la verdad.
Por doquiera, en el mundo religioso, en el científico, en el político y
en el social, vemos hombres tan aferrados por petulancia intelectual a
sus prejuicios y opiniones que la verdad no entra en sus mentes; y en
vez de crecer y medrar en sabiduría se empequeñecen y achican, quedando
cada vez más incapaces de recibir la verdad. En lugar de ayudar
activamente al progreso del mundo, son estorbos que embarazan las
ruedas del progreso. Sin embargo, su labor es infecunda, pues mientras
se quedan atrás rotos y vencidos, el carro triunfal de la verdad de
Dios, avanza sin detenerse en su camino.
Cuando se hacían las pruebas de la primera máquina de vapor,
antes de que estuviera suficientemente perfeccionada para darle aplicaciones
prácticas, un sabio inglés publicó un folleto queriendo demostrar
que jamás sería posible el empleo de máquina de vapor en la navegación
de altura, porque ningún buque podría llevar el carbón necesario
para la alimentación de los hogares. Y lo más curioso fue que el primer
buque de vapor que hizo la travesía de Inglaterra a los Estados Unidos
llevaba en su cargamento multitud de ejemplares del folleto en que el
autor trataba de probarles a los americanos la imposibilidad del invento.
Curioso es el caso; pero más lo es el del hombre que voluntariamente
se obstina en el error, ya porque la verdad no llega a él por convencionales
conductos, ya porque es contrario o no está de completo
acuerdo con las rutinas y creencias establecidas.
“Abre en tu alma místicas ventanas por donde penetre la
magnificente gloria del universo, pues el estrecho marco de la superstición
no puede encerrar los brillantes rayos que de innumerables focos
emanan. Desgarra los velos de la ignorancia y por las ventanas de tu
alma entre la luz del cielo, clara como la verdad misma. Abre tu oído al
universal concierto de los astros, a la voz de la naturaleza, tu corazón se
convertirá a la verdad y al bien como se convierten al sol las plantas.
Millares de manos invisibles te mantendrán en las alturas coronadas de
paz y todas las fuerzas del universo fortificarán tu vigor. No te amedrente
el apartar a un lado el error disfrazado de verdad”.
Hay una ley primordial y relativa a la adquisición de la verdad. Esta
es: Siempre que el hombre se cierra a la verdad por jactancia o presunción
intelectual de opiniones preconcebidas, prejuicios u cualquier otro
motivo, no llegará a él la verdad completa desde sus fuentes. Por el
contrario, cuando el hombre se abra enteramente a la verdad, ésta llegará
a él desde todas sus fuentes. Así llegará a ser libre. El hombre por
que la verdad le hace libre. Quien a ella así no se abre queda en esclavitud,
porque no recibe libre y gozosamente la verdad.
Y donde se le niega la entrada a la verdad no pueden morar las
santas bendiciones que consigue ella; por el contrario, penetra a viva
fuerza el mensajero de la enfermedad y de la muerte física, intelectual y
espiritual. Y más peligroso que un salteador y ladrón es el hombre que
arrebata a otro la libertad de escudriñar la verdad, erigiéndose en intérprete
de ella, con el intento de mantenerle en dependencia, en vez de
guiarlo al punto desde donde él mismo pudiese interpretarla. El daño que
de este modo infiere es tanto mayor cuanto que lo recibe la verdadera
vida del individuo, privado así de su libertad. ¡Quién instituyó jamás a
hombre alguno en custodio, guardián y dispensador de la ilimitable verdad
de Dios!. Cierto que algunos quisieron llamarse maestro de la verdad;
pero el maestro de la verdad nunca podrá ser intérprete de la verdad
para otros. Maestro de la verdad es el que se esfuerza en llevar al discípulo
al verdadero conocimiento de que sea su propio intérprete. Todos los
demás, generalmente hablando, están animados por motivos puramente
personales, como el medro o lucro particular. Además, quien presume
estar en posesión de la verdad plena e infalible es fanático, loco o bribón.
En la literatura oriental se lee la fábula de la rana.
Vivía esta rana en un charco de donde nunca había salido. Luego
un día otra rana cuya morada era el lago, y amiga de curiosear en todo,
metióse en el charco.
-¿Quién eres?, ¿de dónde vienes? -le preguntó la rana del charco.
-Soy como soy, y tengo mi casa en el lago.
-¿En el lago? ¿Y qué es eso?
-Una gran porción de agua que no está lejos de aquí.
-Y cómo es de grande ese lago?
-¡Oh!, muy grande.
-¿Como esto? -dijo la rana del charco, señalando una piedra del fondo.
-¡Oh!, mucho mayor.
-¿Tan grande como esto? -repitió la rana del charco, señalando la
margen donde ambas conversaban.
-¡Oh!, mucho mayor.
-¿Cuánto, pues?
-El lago en que vivo es mayor que todo tu charco y podría contener
millones de charcos como el tuyo.
-¡Disparate! ¡Disparate! Eres una impostora y una falsaria. Márchate
de mi charco. Márchate. No quiero tratos con ranas de tu especie.
“Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” se nos ha prometido.
(San Juan 8:32).
Cerraréis los ojos del alma a la verdad, viviréis
aferrados a vuestro prejuicios harán de vosotros locos e idiotas. Tal es
la sentencia aplicable a no pocos que se jactan de la intelectual superioridad
de sus opiniones. La idiotez atrofia la mente; pero el cerrarse por
cualquier motivo a la verdad y por consiguiente al acrecentamiento de la
mente, acarrea cierta especie de idiotez, aunque no le demos este propio
nombre. Y, por otra parte, especie de idiotez que atrofia el entendimiento
es también creer las cosas sin comprobación personal y sólo
porque las recibimos de un individuo o de un libro. Esta es la causa de
que el alma esté siempre asomada al mundo exterior en vez de atender
a la vida íntima de donde irradia la inextinguible luz de la verdad. Digamos
con el animoso Walt Whitman:
“Desde ahora borro imaginarios límites y ecucharé la voz de mi
propio y absoluto dueño. Si a otros atiendo, meditaré pía, inquisitiva y
contemplativamente lo que digan, despojándome de las vestiduras con
que intenten cubrirme. La verdad divina está abierta igualmente para
todos, en cada uno labra su morada según el ardor con que desea y el
anhelo con que la recibe”.
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459 - JOYAS ESPIRITUALES - 09/00 - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY
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